Silencio en torno a Saddam Hussein
LOS OCHO a?os que ha durado la guerra del Golfo entre Ir¨¢n e Irak han polarizado la atenci¨®n del mun do sobre el r¨¦gimen isl¨¢mico de Teher¨¢n y su l¨ªder, el fallecido Ruhollah Jomeini. En muy pocas ocasiones ha merecido pareja atenci¨®n, sin embargo, la personalidad y la conducta de su rival en aquella contienda, el presidente de Irak, Saddam Hussein. A la luz de los hechos probados, el l¨ªder iraqu¨ª no ha ido a la zaga de Jomeini en la aplicaci¨®n de su designio pol¨ªtico a costa de lo que fuere, vidas humanas de seres inocentes incluidas.El reciente asesinato en Viena de Abdul Rahman Gasemlu, l¨ªder del Kurdist¨¢n de Ir¨¢n, trae de nuevo a la palestra el destino fatal del pueblo kurdo, la minor¨ªa ¨¦tnica sin Estado m¨¢s numerosa del mundo -unos 20 millones- y que encontr¨® en Saddam Hussein a uno de sus principales verdugos. Es preciso se?alar que el atentado que cost¨® la vida al dirigente kurdo y a dos de sus colaboradores se produjo cuando se hab¨ªan iniciado conversaciones con diplom¨¢ticos iran¨ªes para tratar de un posible regreso a Ir¨¢n del exiliado Rahman Gaseirilu. A lo largo de los a?os que dur¨® la guerra del Golfo -un mill¨®n de muertos y heridos, dos millones de desplazados-, el presidente iraqu¨ª sigui¨® la t¨¢ctica de hacer sentarse a Ir¨¢n en la mesa negociadora de la paz por la v¨ªa de escalar atrozmente la guerra, bien mediante bombardeos masivos sobre ciudades y ¨¢reas residenciales, bien a costa de poner reiteradamente en peligro el tr¨¢fico de barcos por el golfo P¨¦rsico. Si, al final, unos aparecen como vencedores y otros como vencidos, la diferencia s¨®lo radica en la capacidad cuantitativa de crueldad colectiva o en los apoyos de terceros pa¨ªses m¨¢s que en cuestiones morales o de solidaridad. Fueron a?os en los que los dos contendientes dieron sobradas .muestras de crueldad y desprecio por la vida humana, ocultando y manipulando las obcecaciones visionarias personales en nombre de ideales espirituales o patri¨®ticos indefendibles.
Saddam Hussein no dud¨® en recurrir a las armas qu¨ªmicas, prohibidas por las convenciones internacionales, ordenando bombardear con ese tipo de armas poblados del Kurdist¨¢n iran¨ª, como Halabch¨¦, que causaron la muerte a m¨¢s de 4.000 personas, muchas de ellas ni?os y mujeres indefensos, seguidos por una pol¨ªtica de arabizaci¨®n a sangre y fuego del Kurdist¨¢n iraqu¨ª. Fuentes imparciales cifran en 3.800 los pueblos kurdos de Irak que han sido arrasados por los camiones explanadores, sufriendo sus habitantes deportaciones forzosas y masivas hacia ¨¢reas inh¨®spitas del pa¨ªs, sobre todo a zonas ¨¢ridas y des¨¦rticas del oeste ¨¢rabe o del sur iraqu¨ª. En ocasiones, los kurdos iraqu¨ªes han conseguido esquivar tales deportaciones mediante un exilio forzoso hacia Turqu¨ªa -m¨¢s de dos millones de refugiados kurdos-, adonde Saddam Hussein no tuvo tampoco reparo en enviar su aviaci¨®n para masacrar a los huidos.
Este trato hacia comunidades de seres humanos indefensos se encuentra tipificado con claridad en la legislaci¨®n internacional como genocidio, pero Saddam Hussein parece haber sorteado, hasta ahora, su inclusi¨®n en la lista de los criminales. El que conductas como la del presidente de Irak puedan a¨²n ocultarse bajo el ropaje de la raz¨®n de Estado constituye un motivo para reflexionar sobre la vigencia de los derechos humanos y para corroborar que, dos siglos despu¨¦s de su proclamaci¨®n, en algunas latitudes de nuestro planeta es, todav¨ªa, una aterradora ficci¨®n.
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