Ceniza
Todos los cuerpos arden. La carne es una llama que se aviva con el ox¨ªgeno del aire y uno existe mientras dura la propia combusti¨®n. El tiempo no mata a nadie. Aunque a ¨¦l se le atribuyen todos los cr¨ªmenes, el tiempo s¨®lo es un testigo sin rostro en cuya presencia nuestra destrucci¨®n se consuma. Nos mata el ¨®xido que deja cada c¨¦lula durante su cocci¨®n. Arden las estrellas, los ¨¢rboles, las fieras, los hombres, las algas; y es de fuego la geometr¨ªa del firmamento, el esplendor de los valles, la sangre de los animales y tu memoria. Tambi¨¦n arde el fondo del mar. Toda la materia viva se quema, excepto las amebas y Dios, que son incombustibles y por tanto inmortales. La peque?a hoguera que te posee es tu sustancia, la cual puede adoptar formas de singular belleza en el instante ¨¢lgido de la existencia: como una breve llamarada por un d¨ªa ser¨¢s un joven atleta, el intelectual de moda, un guap¨ªsimo homicida o tal vez nada. Pero si no eres nada arder¨¢s igualmente en el anonimato, y respirando llamar¨¢s a la muerte. As¨ª busca el fuego a la ceniza.S¨®lo muere el que trabaja. Cada c¨¦lula de tu cuerpo es una ¨ªnfima brasa en acci¨®n que no hace sino cumplir de modo infatigable la maldici¨®n del G¨¦nesis: trabajar¨¢s y despu¨¦s morir¨¢s. Hab¨ªa una c¨¦lula dormida en el l¨¦gamo del Ed¨¦n. Se llamaba Ad¨¢n. Una ma?ana de primavera Yahv¨¦ sopl¨® sobre ella oblig¨¢ndola a quemar ox¨ªgeno. Desde entonces la c¨¦lula no ha parado. Ese mismo h¨¢lito de Dios es el que t¨² ahora le env¨ªas por la nariz. El fuelle de los pulmones aviva tu propio brasero y a la vez acelera su consumaci¨®n. El castigo de Yahv¨¦ era el ¨®xido que defeca la c¨¦lula mientras arde. ?se te mata. La vejez es la herrumbre que acaba por apagar del todo la hoguera que fuiste. He aqu¨ª una verdad presocr¨¢tica: el aire, el fuego, el agua y la tierra se fundieron, y t¨² has dejado la memoria de una forma que danz¨® un instante como una llama en un punto inexacto del universo. S¨®lo las amebas son inmortales. No trabajan, y por tanto no mueren. Son como Dios, aunque eso no sirva de consuelo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
