Al¨ª Dada y una noche que vali¨® por mil
Para celebrar su 70? aniversario, el magnate Malcohn Forbes invit¨® a 600 amigos de la 'jet-set' del d¨®lar a una fastuosa fiesta en su palacio de T¨¢nger
La Herramienta capitalista, que as¨ª se llama su Boeing 727 de color oro y verde d¨®lar, se derret¨ªa al sol del aeropuerto al que iban llegando sus 600 invitados. Ej¨¦rcito y polic¨ªa acordonaban la pista y las calles c¨¦ntricas de T¨¢nger. El magnate Malcolm Forbes tra¨ªa a sus mejores y m¨¢s acaudalados amigos en jumbo y Concorde fletados por ¨¦l desde Nueva York, mientras otros llegaban a bordo de una treintena de aviones privados.
Era la v¨ªspera de un d¨ªa muy grande: Al¨ª Dada iba a cumplir el pasado s¨¢bado 70 a?os, ofreciendo una gran fiesta en su palacio Mendoub, lugar m¨¢s ex¨®tico que su castillo en Francia, sus ranchos en EE UU o sus mansiones en dos islas del Pac¨ªfico.Al¨ª Dada demostraba ser, despu¨¦s del monarca alau¨ª, el hombre m¨¢s poderoso de Marruecos. Hizo que se desalojaran los tres mejores hoteles de T¨¢nger para albergar all¨ª a sus invitados. Sin embargo, para el pueblo acuclillado en los bordillos el espect¨¢culo callejero iba a ser colosal. Tres mil polic¨ªas se ocupaban del orden. Una flota de autom¨®viles Mercedes con escolta motorizada convert¨ªa a esta ciudad en un suburbio lujoso de Hamburgo, aunque ocasionalmente azotado por r¨¢fagas de polvo, rebuznos de borrico y cagadas de ganado lanar.
Detr¨¢s de sus colecciones de equipajes Cartier y Vulton, los invitados mostraban gratis (ahora todo iba a ser gratuito) sus rostros de celebridad: Giovanni Agnelli era como un modelo cl¨¢sico de Fiat; Walter Cronkite, el mejor anchornan de la televisi¨®n norteamericana, animaba a sus admiradores jubilados a darse un chapuz¨®n en la piscina y cenar, pues nada grave suced¨ªa esta tarde en el mundo; ?scar de la Renta parec¨ªa un maniqu¨ª de Madison Avenue. Grandes banqueros, como famosos chocolateros -Thomas Fey, chocolates Godiva- rezumaban dulzura a pesar del jet-lag producido por el largo vuelo. Y Henry Kissinger s¨®lo esperaba que le tocaran el hombro pidiendo foto instamatic con dedicatoria, y ¨¦l pon¨ªa gesto de crisis internacional y se dejaba hacer la foto. En cuanto a Lee Iacocca, presidente de la Chrysler Corporation, pocos le miraban a ¨¦l: "F¨ªjese, f¨ªjese qu¨¦ novia se ha buscado este cachondo a su edad, mire qu¨¦ morena m¨¢s rica", dec¨ªan otros invitados.
Todo empezaba a ser una golosina en el c¨ªrculo exclusivo de la jet-set del d¨®lar. Hab¨ªa invitados de cuello duro y corbata junto a otros con zapatillas de tenis y el brazo tatuado de Popeye. Pero as¨ª es Am¨¦rica. Un colch¨®n de agua en el que caben todos, oscila y jam¨¢s revienta.
Cuando Malcolm Forbes abri¨® las puertas de su palacio para que la Prensa hiciera su primera inspecci¨®n ocular al escenario del festejo, ¨¦l mismo dar¨ªa en el clavo al decir que "es posible una fantas¨ªa de esta ¨ªndole porque aqu¨ª la mano de obra es muy barata, la comida tambi¨¦n y el rey Hassan pone la m¨²sica, lo bailes y la caballer¨ªa folcl¨®rica".
Un palacio fascinante
Sin duda el palacio resultaba fascinante. Las alfombras de nudo cubr¨ªan 3.000 metros cuadrados de caminos y vericuetos en el jard¨ªn. Las tiendas elevaban sus c¨²pulas de cebolla como globos de loneta y damasco anclados por la cuberter¨ªa italiana. Dos motocicletas flanqueaban la entrada del primer arco de la mansi¨®n, a modo de alabarderos con sill¨ªn. Era una nueva Pers¨¦polis sin sha en el trono -ning¨²n pavo real a la vista- aunque en los corrales se estaban asando ya los 100 corderos, junto al millar de pollos adobados con azafr¨¢n puro y las pelotillas de carne picada.Saltando como al tres en raya sobre alfombras del Atlas, Al¨ª Dada anunci¨® que Liz Taylor comparecer¨ªa tan pronto su peluquero terminara la labor. El magnate vest¨ªa pantalones verdes, camiseta amarilla y gorrita de barco azul.
Y cuando los reporteros gr¨¢ficos ya estaban humeando al sol y pr¨®ximos al vah¨ªdo, apareci¨® por primera vez Liz Taylor, quien desde la lejan¨ªa y a contraluz, se asemejaba a un espl¨¦ndido puf tapizado de piel de oveja, con terminaci¨®n de bota en las extremidades doradas, aunque sin hombreras. Al¨ª Dada la bes¨® en los labios para cumplir su promesa pict¨®rica, y ella le limpi¨® luego la boca con un pa?uelo de seda, y parec¨ªa que aquel armatoste de dos cuerpos pudiera derrumbarse en cualquier momento.
Y por fin lleg¨® la noche. De los hoteles salieron perfectamente ataviados los 600 amigos de Forbes y la expedici¨®n de autobuses enfil¨® hacia, el palacio siendo saludada y vitoreada por el pueblo llano a lo largo de la parada militar.
Los invitados desfilaron durante m¨¢s de una hora ante Forbes, vestido con el t¨ªpico kilt escoc¨¦s de sus antepasados, y la ansiada contemplaci¨®n de Liz Taylor no se produc¨ªa. ?Se habr¨¢ indispuesto? ?Se habr¨¢ peleado con Al¨ª Dada por un qu¨ªtame esas pajas? En esas est¨¢bamos cuando, de pronto, un leve tintineo anunci¨® que Liz se aproximaba al estrado.
S¨ª, era ella, vestida de sultana como Robert Maxwell aunque sin el gorro en forma de queso de tetilla, que eso falta no le hac¨ªa Era ella, Liz, de verde, fresca cuando los otros sudaban el plant¨®n, y se puso al lado del tierno Forbes y empezaron a derretirse, a d¨²o, bajo los potentes focos. De cuando en cuando, la asesora de maquillaje de Liz le hac¨ªa un gesto para que ¨¦sta se diera un toque en el tup¨¦ o retirase disimuladamente la cinta del sujetador que, como los tirantes negros de Walter Cronkite, se le escapaban del sitio.
La ceremonia de la recepci¨®n dur¨® m¨¢s de dos horas. Luego, a las 21.30 por los altavoces se anunci¨® que la servidumbre iba a proceder al reparto del cordero. Y se rogaba a los asistentes que tomaran asiento y abanico. Sin que por un solo momento cesaran los gritos ber¨¦beres o los bailes del vientre hinchado, sali¨® el cordero cuando el p¨²blico empezaba ya a dar balidos. Y luego llegaron los pollos, y m¨¢s tarde lleg¨® el discurso del homenajeado quien con todos aquellos aperos puestos -la pluma, la falda, el bolso y los herrajes escoceses- hizo ver que los a?os no le pesan.
Y entre risas y alg¨²n que otro escalofr¨ªo, fue presentada la espada para cortar la tarta. Se cort¨®. Y se comi¨® con el alborozo que produce una fuerte dosis de colesterol. Luego hubo fuegos de artificio apoyados por la artiller¨ªa de ca?ones de luz que proyectaban en el firmamento herido un Happy birthday, Malcolm, y salieron a bailar los presidentes de bancos y de corporaciones, algunos con capa mora.
Al filo de las dos de la madrugada, Liz Taylor fue retirada casi en volandas y, en solemne procesi¨®n, ascendida a sus aposentos.
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