Castigados
Mazowiecki, los indecorosos ancianos chinos y Felipe Gonz¨¢lez coinciden en ponderar las virtudes de la econom¨ªa de mercado. Asistimos a la consagraci¨®n de la iniciativa privada. Lo que no est¨¢ claro es que el poder acepte la iniciativa privada cuando ¨¦sta carece de ¨¢nimo de lucro. La codicia es respetable; la acci¨®n popular, ya sea judicial o cultural, sigue sin serlo. El Gobierno espa?ol ha decidido destrozar la iniciativa de 100.000 ciudadanos y 100 ayuntamientos valencianos que aportaron 400 millones de pesetas para que TV-3 pudiera ser vista en la Comunidad Valenciana. Se concede a Televisi¨®n Valenciana la frecuencia que ten¨ªa TV-3. Los valencianos, para ver su propia televisi¨®n, han de renunciar a ver la catalana. Los catalanes ven frustrada la posibilidad de recibir las emisiones valencianas. El poder central usurpa la universalidad relegando a las nacionalidades minoritarias a la pura particularidad, al gueto. Para hablar desde X¨¤tiva con Lleida p¨²blicamente hay que pasar por Madrid y traducir. Se crea la insidiosa sospecha de que la autonom¨ªa son s¨®lo migajas que hay que disputarse con otra autonom¨ªa. Se establece el significativo principio de que emisiones en la lengua oficial se pueden tener varias, pero en la propia s¨®lo una. Se aplasta una iniciativa social.Va a ser dif¨ªcil convencer a los valencianos de que renuncien al h¨¢bito de considerar la oferta de TV-3. Toda reducci¨®n de oferta televisiva es siempre impopular. Los valencianos, acostumbrados a esperar muy poco del poder central, se rascaron sus bolsillos y financiaron la infraestructura de reemisi¨®n de TV-3 a trav¨¦s de Acci¨® Cultural del Pa¨ªs, Valenci¨¤, una entidad no lucrativa. Ciertamente, no podemos competir en filantrop¨ªa pict¨®rica con el bar¨®n Thyssen, pero el hecho de que, a diferencia de ¨¦l, no pretendamos ganar m¨¢s dinero, vendiendo petr¨®leo o colocando maquinaria agr¨ªcola holandesa, no debiera sernos tan duramente reprochado.
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