Un lugar en Europa
Qui¨¦n hace tanta bulla y ni deja testar las islas que van quedando. C¨¦sar Vallejo. Trilce.
Un diputado canario que hac¨ªa versos y habitaba en las Cortes de antes de. la guerra se hizo famoso, entre otras cosas, por una an¨¦cdota que a lo mejor es verdadera.
Le preguntaron al diputado en uno de aquellos pasillos perdidos:
-Don Ram¨®n, ?y por qu¨¦ saluda con tanta reverencia a los ujieres?
-Pues -respondi¨® don Ram¨®n, que era don Ram¨®n Gil Rold¨¢n-, porque cualquier d¨ªa de ¨¦stos a uno de ellos lo hacen gobernado:- de Tenerife.
Los tiempos han cambiado, claro, y, por suerte, una conversaci¨®n as¨ª, tan reticente para la capacidadque tienen los ujieres para ser gobernadores, ya no resulta posible.
Pero entonces s¨ª que era probable que Madrid no se anduviera por las ramas a la hora de colocar en las islas a sus representarites pretorianos.
Hubo un gobernador civil franquista que padec¨ªa la man¨ªa de los consejos abiertos y que una vez reuni¨® en un pueblo a todos los habitantes, que reclamaban lo m¨¢s razonable: un cementerio en condiciones.
-Muy bien -acept¨® el delegado de Madrid-, el Gobierno pondr¨¢ el 50%. ?Y ustedes qu¨¦ ponen?
El m¨¢s listo salt¨® con esta respuesta hist¨®rica:
-Nosotros ponenros los muertos, se?or gobernador.
Hace alg¨²n tiempo, un ministro que luego cay¨® lamentablemente enfermo acus¨® a los canarios de insolidarios e inciviles porque les costaba aceptar a los etarras en sus c¨¢rceles soleadas. Nadie pidi¨® que cayera rayo maldito alguno contra el miembro del Gabinete, pero lo cierto es que le tacharon de ingrato y le pidieron que no se pasara por all¨ª en un tiempo.
Es muy reciente la noticia de que la Generalitattuvo igual parecer que los insolidarios, insulares: aqu¨ª no queremos etarras, que nos mueven las prisiones mod¨¦licas. Ning¨²n ministro, nadie, ha levantado la voz,que se sepa, porque acaso no es lo mismo vocear desde las islas que hacerlo desde tierra firme.
Han pasado los a?os, claro. Mientras tanto, Canarias sigui¨® con Madrid el camino de Europa. Lo hizo con sus t¨®picos a cuestas y pidi¨® algunos privilegios. Los insulares, al fin, piden poco, pero esta vez quisieron ser diferentes: durante muchos a?os soportaron un aeropuerto en Tenerife que no los dejaba vivir, padecieron sed en Las Palmas, sus terrenos fueron vendidos a los mejores postores, llegaron a ser los lugares de purga, en tiempos de Franco, para los artistas d¨ªscolos, y en definitiva padecieron con la simpat¨ªa que se les atribuye el hecho de ser el jard¨ªn afortunado de un chal¨¦ que estaba a 2.000 kil¨®metros de distancia. Pidieron, en realidad, tener una fiscalidad diferente. Y la que se arm¨®.
Todo lo han llevado con resignaci¨®n insular, que es una variante muy profunda de la resignaci¨®n cristiana, y hasta las protestas por su situaci¨®n de marginaci¨®n efectiva fueron amables y sensatas, muy adecuadas a la capacidad de gesti¨®n que se les ha atribuido: no ha sido preciso hacer estad¨ªsticas de los ministros canarios porque no ha habido m¨¢s de tres o cuatro en 50 a?os, incluyendo a Negr¨ªn, y no hay que recordar que el presidente del Gobierno espa?ol a¨²n no ha hallado un minuto libre, en much¨ªsimo tiempo, para hacerle un hueco en su agenda a los presidentes auton¨®micos sucesivos que ha tenido el jard¨ªn insular despu¨¦s del per¨ªodo de gobernaci¨®n socialista. Por no tener tiempo, tampoco lo ha hallado Felipe Gonz¨¢lez para acercarse m¨¢s de una vez por all¨ª, en representaci¨®n del Gobierno, en todo el largo per¨ªodo de su mandato.
A veces la Administraci¨®n ha tenido que acudir, pero s¨ªempre ha sido cuando se le ha dislocado la tranquilidad t¨®pica al canario supuestamente aplatanado. Una vez, el que hoy es un diputado muy modoso que se sienta con el PP en los esca?os rojizos fue, como gobernador civil franquista, a echar a un presidente del Cabildo tinerfe?o cuya popularidad interna le resultaba inc¨®moda al r¨¦gimen insufrible. Le echaron; el gobernador, que era Gabriel Elorriaga, se hizo lo m¨¢s impopular posible, pero Madrid sigui¨® en sus trece, tan campante. En la ¨¦poca de la democracia ha tenido que amenazar un presidente auton¨®mico, el actual, Lorenzo Olarte, con romper las amarras para que un representante de la Administraci¨®n, Jos¨¦ Borrell, de Hacienda, acudiera a las islas a explicar el prop¨®sito arancelario del Gobierno respecto al archipi¨¦lago.
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Este mismo a?o de 1989 los tel¨¦fonos canarios han estado semanas colapsados. Hablar con Dubl¨ªn ha resultado m¨¢s sencillo que hacerlo con Huelva o con Tarragona. Viajar de Las Palmas a Tenerife, y viceversa, que en Canarias es muy importante este viceversa, resulta a¨²n m¨¢s complicado que desplazarse a Manchester, a pesar de las ¨²ltimas innovaciones a¨¦reas, que incluyen alguna compa?¨ªa insular, tutelada, c¨®mo no, desde la capital del Reino. Sigue siendo preciso, a pesar del traspaso auton¨®mico, el desplazamiento a Madrid para resolver cuestiones administrativas de car¨¢cter nimio. Y no se ahorra ning¨²n canario la vejaci¨®n sistem¨¢tica que el aduanero de Barajas lanza sobre ¨¦l cada vez que pretende traspasar la l¨ªnea de tolerancia de ese aeropuerto transoce¨¢nico: "?Qu¨¦ demonios lleva usted en esa maleta?".
En las maletas de los canarios ya llegan pocas cosas a la Pen¨ªnsula, pero sobre esos equipajes livianos, al fin y al cabo equipajes de hijos de la mar, sigue pesando la sospecha de los gendarmes fabricados de antiguo con la obligaci¨®n de sospechar.
Con ese equipaje escaso, Canarias se enfrenta ahora a varios retos, el principal de los cuales es el ya famoso reto de 1992. Cree que se enfrenta, en realidad, porque se la tiene en cuenta muy poco. A pesar de que Col¨®n anduvo por all¨ª en escalas tan admirativas como la que dej¨® a Andr¨¦ Breton con la boca abierta, las islas no pintan demasiado en la conmemoraci¨®n del quinto centenario: un viceconsejero regional, el de Cultura, Juan Manuel Garc¨ªa Ramos, vino hace poco a Madrid con un paquete de iniciativas bajo el brazo y se lo mostr¨® al Rey. Un ministro, el de Exteriores, dijo luego que esas iniciativas no iban a ninguna parte, y les puso encima la mueca del desprecio. Los isle?os se enfadaron, y lo hicieron expl¨ªcito, pero al final se resignaron, siguiendo el ritual de su vieja costumbre de acostumbrarse a todo.
Son legendarios los gafes de los ministros que han llegado a las islas y han prometido oro en cuanto regresaran a Espa?a. La revisi¨®n de ese desconocimiento no ha ido al fondo de las cosas: la inversi¨®n en las islas sigue siendo escasa, la presencia de los beneficios de la Comunidad Europea se manifiesta en forma de amenaza -?qui¨¦nes van a ocupar los puestos de trabajo, en cuanto se abra la mano del mercado ¨²nico?, ?c¨®mo van los insulares a salvar a?os y siglos de dejadez educativa, de falta de apoyo docente?, ?c¨®mo se va a defender una agricultura depauperada de la agresi¨®n de otros pa¨ªses mejor equipados para exportar sus flores o sus frutas?- y los canarios no sienten que valga la pena saltar de ira cada vez que alguien comete un desliz y no recuerda que, para bien, para mal y para todo, el archipi¨¦lago es un lugar en Europa.
Un diputado canario propuso este mismo a?o que se cambiara la hora:
-No m¨¢s "una hora antes", dijo. Queremos estar a la misma hora que la Pen¨ªnsula.
En Canarias le rieron lo que la gente pens¨® que era una gracia parlamentaria. En la Pen¨ªnsula tambi¨¦n se rieron.
Acaso en los dos territorios ten¨ªan raz¨®n: era hora de re¨ªrse, porque por mucho que se adelanten los punteros seguir¨¢ habiendo una hora fundamental de diferencia, y ¨¦sa es tan honda que ya forma parte de la historia. Si no se aprecia ese hecho como un drama que los canarios viven desde siempre, no se entender¨¢ que en 1992 suene el t¨®pico como un hachazo: 1992, mucho tiempo antes en Canarias.
Sin querer, el poeta peruano que hemos tra¨ªdo a esta p¨¢gina lo dijo tambi¨¦n en aquel poema de Trilce: "Y la Pen¨ªnsula p¨¢rase / por la espalda, abozaleada, impert¨¦rrita / en la l¨ªnea mortal del equilibrio".
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