Ciencia y castas
La ciencia no ha estado nunca en una torre de marfil. Pero quiz¨¢ habr¨ªa que ir pensando en construirla. La historia (o la leyenda) explica que Siracusa resisti¨® al ataque de los romanos gracias al ¨¦xito del programa de investigaci¨®n aplicada dirigido por Arqu¨ªmedes, uno de los mayores cient¨ªficos de todos los tiempos. ?ste, desde luego, fue pasado por las armas tras la ca¨ªda de la ciudad. Nuestro mundo de final de milenio es algo m¨¢s refinado, pero ya est¨¢ ocurriendo que la polic¨ªa tiene que proteger a institutos de investigaci¨®n en Alemania y que se queman laboratorios en el Reino Unido. En Estados Unidos, el Senado ya ha interrogado a los autores de un art¨ªculo de inmunolog¨ªa sobre los posibles errores que hab¨ªan dejado escapar en ¨¦l. Parece que, para algunos, los peores males de nuestro mundo actual provienen de esta casta prepotente, sedienta de dinero y de notoriedad, vendida a los intereses de las m¨¢s p¨¦rfidas multinacionales, manipuladora de virus y torturadora de ratones que son los cient¨ªficos. Algo est¨¢ cambiando en estos momentos entre la ciencia y la sociedad que la produce. Un reciente informe de la National Science Foundation, el m¨¢s importante organismo distribuidor de fondos para la investigaci¨®n no militar de Estados Unidos, afirma: "El cambio desde un mundo dominado por Estados Unidos a otro en el que las capacidades industriales est¨¢n ampliamente distribuidas se ha acompa?ado por otro cambio importante: de una econom¨ªa construida sobre la tierra, el trabajo y el capital se ha pasado a otra construida sobre el conocimiento. El conocimiento es hoy el principal recurso, al menos tan importante como los recursos tradicionales como el acero, el carb¨®n o el petr¨®leo". Quiz¨¢ ah¨ª est¨¢ una de las claves del problema.Si el conocimiento, es decir, si la ciencia se encuentra en la base de las econom¨ªas modernas, ?qui¨¦n puede sorprenderse de que alguien la responsabilice de sus excesos? Y qui¨¦n duda de que hay excesos. Las comunicaciones, el aumento de poblaci¨®n, han hecho que nuestro mundo se haya vuelto peque?o. El nivel de actuaci¨®n del hombre sobre su entorno hace que su actividad se haga sentir sobre los equilibrios globales del planeta. Las preocupaciones ecol¨®gicas han llegado a niveles que han obligado a plantearse muy seriamente estas cuestiones a personajes como Margaret Thatcher o Juan Pablo II. Y derriban gobiernos en Holanda o en Alemania. Nuestro planeta se ha convertido en una peque?a aldea en la que la vida de la gente puede afectarse por el agujero de ozono de la Ant¨¢rtida o por una explosi¨®n en Chernobil. No hay duda de que estas preocupaciones van a pesar de forma creciente en las decisiones pol¨ªticas y las industriales. Pero no deja de ser parad¨®jico que alguien vea la ciencia como la causa de estos excesos cuando, por ejemplo en el caso del agujero de ozono, es la ciencia la que ha alertado sobre los problemas que se presentan.
La ciencia se est¨¢ introduciendo en la vida ¨ªntima de las gentes. Cada vez m¨¢s los datos de la ciencia afectan la forma como se vive en nuestras sociedades desarrolladas. Ya sean los peligros del tabaco, los datos de la alimentaci¨®n, por no hablar de los diagn¨®sticos precoces o las t¨¦cnicas de fecundaci¨®n asistida, hacen que se est¨¦ pendiente de las conclusiones de la ciencia. Y est¨¢ claro que, en la vigilia del mapeo global del genoma humano, esto es s¨®lo el inicio. Nuestra visi¨®n del mundo depende de los modelos astrof¨ªsicos, de los avances de la geof¨ªsica y de la biolog¨ªa. Nuestra actividad diaria est¨¢ invadida por nuevos materiales y nuevos instrumentos. Nuestro futuro est¨¢ en manos de los avances de la medicina. Y se hace dificil extraer de la avalancha de datos que cada vez m¨¢s frecuentemente salen en los peri¨®dicos cu¨¢les de ellos son verdaderos, porque demasiado a menudo los cient¨ªficos parecen desmentirse entre ellos.
Los cient¨ªficos est¨¢n entrando en la sociedad medi¨¢tica que parece ser la clave de nuestro mundo actual. Y ello hace dificil que act¨²en a tiempo los filtros que la pr¨¢ctica cient¨ªfica ha ido elaborando para discernir aquello que es valioso. Un d¨ªa es la estructura del agua, otro el segundo c¨®digo gen¨¦tico, el siguiente los superconductores calientes o la fusi¨®n fr¨ªa. Hay que tener en cuenta que, para Fleischmann y Pons, la diferencia entre tener 100.000 d¨®lares para sus investigaciones sobre la fusi¨®n fr¨ªa (tenga ¨¦sta Inter¨¦s o no lo tenga) y 4.000.000 de d¨®lares es una conferencia de prensa. Por tanto, obviamente, este comportamiento paga Puede ocurrir (y ello parece cada d¨ªa m¨¢s probable) que si existe la fusi¨®n fr¨ªa ¨¦sta sea un fen¨®meno tan poco frecuente que su utilizaci¨®n pr¨¢ctica sea imposible. Y entonces toda la atenci¨®n volcada sobre el fen¨®meno puede convertirse en frustraci¨®n, si no en c¨®lera hacia quienes han creado tales expectativas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la investigaci¨®n cient¨ªfica ya no se hace con lo que uno encuentra en la ferreter¨ªa de la esquina, sino que necesita de inversiones importantes. Y es l¨®gico que el pol¨ªtico o el administrador de estos fondos deseen que el p¨²blico conozca los ¨¦xitos de las decisiones que ha tomado. Y a ser posible, que ello ocurra dentro de un per¨ªodo legislativo.
Que la investigaci¨®n no se pierda en meandros acad¨¦micos es una aspiraci¨®n evidentemente necesaria. Que los beneficios de los avances cient¨ªficos lleguen lo antes posible al p¨²blico y, por tanto, a trav¨¦s de la industria es esencial en algunos campos. Sin embargo, hacer que la principal, si no exclusiva, medida del inter¨¦s de una investigaci¨®n sea la de atraer dinero de industriales es algo menos evidente. Olvidar que la primera finalidad de la investigaci¨®n cient¨ªfica es el avance del conocimiento puede llegar a ser un grave error. Si los criterios de rentabilidad y de beneficio econ¨®mico son los ¨²nicos que se utilizan para la medici¨®n de la actividad de la ciencia, podremos estar contribuyendo a crear desconfianza hacia la ciencia en ¨¢reas crecientes de la sociedad. Y podemos llegar a privar a todos, incluidos los industriales, de la informaci¨®n y la perspectiva necesarias a la hora de analizar los efectos de los avances tecnol¨®gicos.
Porque si algo est¨¢ claro es que no hay un camino hacia atr¨¢s. La civilizaci¨®n tal como la entendemos actualmente reposa en el conocimiento cient¨ªfico. Y nadie va a renunciar a ella. Pero en un mundo limitado como el nuestro hay que aprender las lecciones del pasado, especialmente las de los ¨²ltimos tiempos, y lo que no se puede hacer es utilizar irracionalmente los resultados del pensamiento racional. No se puede lanzar al ambiente ni al mercado algo que se conoce s¨®lo superficialmente. Por eso se est¨¢ clamando en foros cada vez m¨¢s numerosos por una profundizaci¨®n en el conocimiento cient¨ªfico, por un retorno acelerado hacia la ciencia b¨¢sica. Y no debe sorprender que quienes m¨¢s defiendan esta posici¨®n sean los industriales. Est¨¢n viendo venir que sus inversiones no van a poder rentabilizarse por la oposici¨®n de la sociedad si ¨¦sta no se convence de las ventajas de los avances que se le ofrecen. Y para ello hacen falta argumentos s¨®lidos y sobre todo veraces. En este sentido, el papel de la Prensa a la hora de informar sobre los avances cient¨ªficos puede ser decisivo.
Abordar hoy, por ejemplo, las cuestiones candentes acerca de los grandes equilibrios globales es algo dificil por falta de datos fiables. Las aplicaciones de la biolog¨ªa molecular, de los nuevos materiales, de las futuras fuentes de energ¨ªa, necesitan todav¨ªa de much¨ªsimo trabajo b¨¢sico. Un trabajo que hay que hacer al mismo tiempo, si no antes, que el desarrollo de las aplicaciones, las cuales deben realizarse con la conciencia de sus consecuencias y de sus l¨ªmites. Y es necesario que ello se haga con una explicaci¨®n a la sociedad de estos avances, con sus beneficios y, si los hay, con sus riesgos. La ciencia, en su torre de marfil, o en la f¨¢brica, no en un bunker, es el instrumento m¨¢s poderoso que el hombre tiene en sus manos. Pero no hay peor contrasentido que aplicar la inteligencia hasta medio camino. Ello s¨®lo es garant¨ªa de llegar a la meta (?a cu¨¢l?) de la mano de la ignorancia.
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