Robespierre en Lepe
Somos unos cachondos. En el fondo lo somos y lo asumimos con una cierta displicencia. De un tiempo a esta parte se oyen chistes acerca de las gentes de Lepe. Ese pueblo de la provincia de Huelva, tomado a saber por qu¨¦ extra?as razones como centro de una evidente proclividad colectiva y ovejil al humor, empieza a configurarse, pues, como algo m¨¢s que una peque?a villa. D¨ªa a d¨ªa adquiere la proporci¨®n de un pa¨ªs sorprendente, de Reino del Absurdo, de lo Inveros¨ªmil. En la vida social de Espa?a, y probablemente esto sucede desde Ind¨ªbil y Mandonio, siempre ha habido un Lepe. Un Lepe para descargar adrenalina, para exorcizar miserias, para tener esperanza. Por cierto, a¨²n no se sabe de nadie que haya preguntado a los leperos qu¨¦ opinan de tanta co?a a su costa. Da lo mismo. Han sido elegidos.La reflexi¨®n que sigue tiene que ver, en efecto, con lo inveros¨ªmil, con lo absurdo, pero tambi¨¦n con el deseo. ?Qu¨¦ hubiera ocurrido si Robespierre, uno de los impulsores de la Revoluci¨®n Francesa, hubiese nacido en. Lepe? Posiblemente, hoy todo ser¨ªa distinto. En el a?o del segundo centenario de la Revoluci¨®n Francesa puede constatarse que las cosas siguen m¨¢s o menos como siempre. La diferencia es que ahora, adem¨¢s, la gente de lajet-set y los banqueros est¨¢n en todas partes y se han convertido en objeto de inter¨¦s y culto popular. Aprovechando ese centenario se hablar¨¢ de todo lo referente a esa fase de la historia de Francia y Europa, de todo excepto de Robespierre. La causa es que tal vez Robespierre sea lo menos parecido a un chiste de Lepe que pueda imaginarse. Vamos, lo antilight por excelencia. Y uno, por aquello de especular, no deja de pensar que si el ciudadano MaximilienFranlois-lsidore Robespierre hubiera nacido en Lepe, o al menos hubiese pasado unas cortas vacaciones all¨ª, sin duda hubiera afrontado la Revoluci¨®n con m¨¢s sentido del humor. No obstante, reconozcamos que la figura de Robespierre, con su obstinado aferrarse a los principios radicales y democr¨¢ticos que bebi¨® directamente de Rousseau, est¨¢ empezando a ser sometido a una lenta y justa revisi¨®n por la historiograf¨ªa moderna. Y es que pr¨¢cticamente todos los revolucionarios franceses tienen su calle o su placita en alguna ciudad del vecino pa¨ªs. Robespierre no. Y eso pasa porque no es nada Lepe. Hasta el energ¨²meno de Marat, que ped¨ªa cabezas y m¨¢s cabezas burguesas mientras desayunaba, tiene su calle. Un poco cerril y fan¨¢tico el chico, que desde luego andaba equivocado. Y Danton. ?ste incluso ha sido homenajeado por gentes que van desde el dramaturgo alem¨¢n Georg B¨¹chner al cineasta polaco Andrzej Wadja, pasando por el severo Romain Rolland. Todo aquel pufiado de hombres que intent¨® cambiar el mundo, volvi¨¦ndolo m¨¢s justo e igualitario, ha tenido su homenaje, su reconocimiento: Camille Desmoulins, Barnave, Lameth, H¨¦bert, Couthon, Carrier, Collot d'Herbois, Heron, Billaud-Varennes, Duport, incluso Saint-Just, mano derecha de Robespierre, quien no hizo sino inocular pureza ideol¨®gica a su maestro. Pero Robespierre no. ?l sigue siendo maldito entre los malditos, pues re¨²ne en s¨ª mismo cuantos elementos puede -y debe- odiar una sociedad como la nuestra.
Su caso est¨¢ ah¨ª, para quien se atreva a investigar y ahondar en su trayectoria, en su significado' profundo, como muestra descarnada de hasta qu¨¦ punto la historia miente y nos gesta en los par¨¢metros de esa mentira. Hasta qu¨¦ punto un personaje relativamente reciente ha sido silenciado, sus palabras tergiversadas, sus ideas cambiadas. La imagen que yo mismo ten¨ªa de Robespierre, y recuerdo haberla visto por vez primera siendo a¨²n muy ni?o, era en un grabado, bebiendo sangre de arist¨®cratas y burgueses en una especie de c¨¢liz. El, mucho m¨¢s que Marat o Danton, significaba el Terror, lo que los franceses denominan la Grande Terreur. Sobre este punto habr¨ªa bastante que discutir y, desde luego, mucho que rebatir. Se nos describe a Robespierre tal que un tipo as¨ª como ciertamente vulgar, sin excesiva personalidad ni talento llam¨¦mosle pol¨ªtico. Miope y bajito. Sin amor¨ªos escandalosos, como Danton. Y, sobre todo, sin ning¨²n sentido del humor. En eso coinciden todos sus bi¨®grafos, los pro y los contra. Sin embargo, sunulo sentido del humor le llev¨® a ser de una tenacidad lacerante, a ser consecuente con su ideario. En este segundo milenio de historia de Occidente, caracterizado entre otras cosas por el cambio de chaqueta sobre la marcha de muchos y muy carism¨¢ticos l¨ªderes de opini¨®n, la figura de Robespierre representa todo lo contrario. En parte modific¨® sus opiniones, vari¨® sus actitudes como puro instinto de supervivencia, pero no cambi¨® ni un ¨¢pice sus postulados revolucionarios. Por algo se le conoce por El Incorruptible. Por algo los huesos de m¨¢s de un reaccionario a¨²n deben temblar en la tumba con s¨®lo o¨ªr su nombre. Pero se ha olvidado que antes de votar a favor de la ejecuci¨®n de Luis XVI, por ejemplo, Robespierre defendi¨® en la Asamblea Constituyente la abolici¨®n de la pena capital: "Cada vez que mat¨¢is a un hombre, destru¨ªs una parte del car¨¢cter sagrado del hombre". Luego, las circunstancias mandaron. Si llega a votar contra aquella regia ejecuci¨®n, sus d¨ªas estar¨ªan contados. Tambi¨¦n se olvida que, si bien en una medida indeterminada, estuvo detr¨¢s de las ejecuciones de Desmoulins y Danton, tendi¨® cables a ambos para intentar salvarles. No los cogie-
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ron, confiados en que la propia din¨¢mica de los hechos les salvar¨ªa. Parece ser que tanto Desmoul¨ªns como Danton mantuvieron un cierto sentido del humor hasta los momentos finales. Uno se los imagina contando chistes al estilo de los de Lepe para aliviar la tensi¨®n ante la inminencia del cadalso. Robespierre no hac¨ªa chistes. Fue consciente de que entre todos hab¨ªan puesto en funcionamiento la formidable m¨¢quina del Terror, y que esa maquinaria se giraba lentamente contra ellos. Dudar un instante era caer de inmediato. Es cuando estalla la pugna entre los Indulgentes y los Extremistas. ?l no est¨¢ ni con unos ni con otros, sino con la Revoluci¨®n, para lo cual se ve obligado a arremeter contra unos y contra otros. M¨¢s all¨¢ de leyendas negras, lo ¨²nico cierto es que Robespierre cay¨® v¨ªctima de la irracionalidad termidoriana porque con todas sus fuerzas intent¨® poner freno al Terror. Su contradicci¨®n fue que desde varios meses antes se hab¨ªa propuesto poner fin al Terror, s¨ª, pero acentu¨¢ndolo en algunos casos, organiz¨¢ndolo, racionaliz¨¢ndolo. Desde ese mismo momento el Terror empez¨® a rondarl¨¦. Un dato: ¨¦l fue responsable de la ejecuci¨®n de Fotiquier-Tinville porque, al parecer, ¨¦ste "hab¨ªa ejecutado demasiado alegremente". Un verdugo ¨¢ la Lepe.
Acosado desde diversos frentes por la Convenci¨®n, la Comuna de Par¨ªs, sectores de la Asamblea, el propio Club de los Jacobinos y, sobre todo, por el Tribunal revolucionario y el tan temido Comit¨¦ de Salud P¨²blica, no hizo sino lo que pudo, es decir, ir poniendo parches aqu¨ª y all¨¢, intentando salvar lo salvable del esp¨ªritu de la Revoluci¨®n. Al final, en la conjura orquestada en su contra, le acusaron de tirano. "?Qu¨¦ clase de tirano puede haber en m¨ª, a quien temen todos los tiranos del mundo?". La pregunta sigue vigente. Fue, s¨ª, un bur¨®crata de la Revoluci¨®n. Crey¨® a pie juntillas -pecado mortal que nunca perdona la historia a quienes, parad¨®jicamente, la hacen m¨¢s grande- que el fin justifica los medios. Aunque ese fin sea hermoso y los medios desagradables. Arrastrar¨¢ esas cadenas por siempre.
De cualquier forma, algo molestaba de Robespierre, ya a sus contempor¨¢neos e incluso a sus ac¨®litos. Quiz¨¢ la noci¨®n de que no era un iluminado como Saint-Just, sino m¨¢s bien un te¨®rico de la iluminaci¨®n. 0 quiz¨¢ fuese su aspecto pulido y cursi, de abogado de provincias, lo que tendr¨ªa que ver, en un sentido metaf¨®rico, con lo del cambio de chaqueta sobre la marcha. ?l nunca abandon¨® sus casacas azules o, a lo sumo, verde oliva. Ni sus hebillas estilo Antiguo R¨¦gimen en los zapatos. Ni la pa?oleta blanca al cuello. Ni sus pu?os escarolados. 0 quiz¨¢ molestase su actitud terca ante todo aquello en lo que cre¨ªa de coraz¨®n, defendido siempre entre citas puntuales y viperinas a T¨¢cito, a Cicer¨®n, a Rousseau, a Virgilio, con una perenne semisonrisa en los labios, peque?os y contra¨ªdos. Era la suya una mueca helada y a la vez ingenua, t¨ªmida, que pon¨ªa nerviosos a sus enemigos. 0 tal vez fuera ese modo de ponerse y quitarse los anteojos al debatir o dar lectura a uno de sus interminables discursos, como si sufrierajaqueca de tanto planificar ejecuciones y listas de futuros condenados. As¨ª nos lo inmortaliz¨® Abel Gance, un tanto tendenciosamente, en su monumental Napole¨®n.
No tuvo sentido del humorni al final. Los historiadores siempre han mantenido que un soldado le hiri¨® el rostro de un disparo en el momento de su detenci¨®n. Falso. Se intent¨® suicidar, pero hasta eso le han negado. Tambi¨¦n se dijo que en el fondo lo que deseaba era autoproclamarse rey, cas¨¢ndose con la hija de Lu¨ªs XVI. Apenas se ha escrito, en cambio, sobre que Robespierre pudo haber escapado de la guillotina aquel crucial 9 de termidor, pero no quiso hacerlo, para desconcierto y desesperaci¨®n de quienes prepararon su huida. Fue consecuente con su papel hasta en ese supremo instante. La fr¨ªa l¨®gica de la Revoluci¨®n exig¨ªa su final, y ¨¦l lo acept¨® silencioso con gallard¨ªa. Tambi¨¦n avis¨® a los chacales que le acusaban: "Despu¨¦s de m¨ª vendr¨¢ un despotismo militar que acabar¨¢ con la Revoluci¨®n-. Faltaba poco para el golpe de Estado de Bonaparte el 18 de brumario. No se equivoc¨® en sus previsiones. En su ¨²ltimo, y por vez primera exaltado discurso en la Convenci¨®n, tampoco perdi¨® en exceso la compostura al afirmar: "Creedrne. No es un sue?o eterno. Yo habr¨ªa escrito en todos los sepulcros: Por aqu¨ª se entra en la inmortalidad'.
Naci¨® en Arras y no en Lepe. Eso debe marcar lo suyo. Loque la historia ha hecho y sigue haciendo con Robesplerre es el peor chiste lepero que pueda concebirse. ?l es s¨®lo un s¨ªntoma, uno entre tantos. En cualquier caso su ejemplo debiera servirnos para ser conscientes de que nuestro presente tambi¨¦n ser¨¢ le¨ªdo por las generaciones futuras. Y lo ser¨¢ tal y como quieran quienes manden entonces. Porque hoy, como anta?o, en cierto sentido la historia siguen escribi¨¦ndola los serv¨ªdores del poder. Prueba fehaciente de ello es que uno puede ser guillotinado -simb¨®licamente, pero en el acto- si osa atacar exactamente aquello que ataco Robespierre. Que el lector deduzca a qu¨¦ nos referimos.
Ahora s¨®lo cabe optar por el silencio, resentido y cobarde, porque en el fondo carecemos de verdadera fe y preferimos conservar el pellejo. Tambi¨¦n, a qu¨¦ negarlo, porque siempre queda la alternativa, la posibilidad aislada y en cuentagotas, de esbozar una sonrisa con el ¨²ltimo chiste de Lepe para, de esa forma, intrigando en las sombras, no perder del todo la esperanza de que algo cambie alg¨²n d¨ªa. De que lo haga realmente y para siempre.
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