Reflexiones electorales
La insistencia de los sondeos en proporcionar al PSOE la mayor¨ªa absoluta en las pr¨®ximas elecciones, y la persistente miseria intelectual de la vida p¨²blica, amenazan con convertir la pr¨®xima campa?a en una aburrida colecci¨®n de improperios, en los que la mala educaci¨®n brilla en ausencia de todo ingenio. Si bien se mira, las propuestas de los partidos - en el poder o en la oposici¨®n - no responden tanto a programas como a propuestas. Y ¨¦stas suenan demasiadas veces a la improvisada palabrer¨ªa de las agencias de imagen o los creativos publicitarios. De entre ellas sobresale, no obstante, por su concreci¨®n, la de reducir la mili a tres rneses, aunque viene arropada m¨¢s por la oportunidad que le bninda a Su¨¢rez de ara?ar votos entre los varones j¨®venes que por ninguna teor¨ªa -buena o mala- respecto al papel del Ej¨¦rcito en la sociedad democr¨¢tica o respecto a la Defensa y, nuestros compromisos internacionales en materia de seguridad. La m¨ªnima controversia sobre este tema parece haberse centrado s¨®lo en si es m¨¢s caro o m¨¢s barato un voluntariado militar y, en todo caso, sobre si un ej¨¦rcito de profesionales no resultar¨¢ m¨¢s propicio a golpes y pronunciamientos como el que ya vivimos, precisamente ba . o un Gobierno de Su¨¢rez. Pero casi nadie se atreve ya a hablar de los principios, sean cuales sean: ni los que en tienden que es un deber, cuasi sacro y desde luego constitucional, servir en armas a la patria y que el Estado tiene derecho a reservarse en este sentido una porci¨®n ele la existencia de los ciudadanos; ni los que creen que ese derecho es en realidad un abuso y que la leva obligatora en tiempo de paz s¨®lo indicauna humillaci¨®n obligada frenteal privilegio del poder.Es este problema de los principios, la abdicaci¨®n que de ellos se ha hecho y el oportunismo inmaduro que ha generado dicha actitud entre la clase pol¨ªtica, lo que reside, a mi juicio, en el fondo del debate, de la ausencia de: debate m¨¢s bien, que esta misa. mayor de la democracia, que son las elecciones legislativas, nos ofrece. Conviene no culpar a los l¨ªderes y a los partidos de todo lo que sucede. El margen de maniobra que tienen es muy estrecho, y sus posibilidades de ofrecer una pol¨ªtica diferente, una alternativa, tan escasas y matizadas que escapan a la percepci¨®n de la masa. Es mentira que nos hallemos ante propuestas distintas de modelos de sociedad, pero incluso lo es que las pol¨ªticas pr¨¢cticas que se vayan a aplicar -en uno u otro caso- difieran en gran cosa. La desesperaci¨®n de la derecha ante el anuncio de una nueva mayor¨ªa socialista no emana del contenido de la pol¨ªtica que el PSOE realiza, sino de que sea precisamente el PSOE quien la practica. Y la irritaci¨®n mesi¨¢nica de la izquierda ante lo que considera la traici¨®n socialista a sus propios principios se ve desamparada por el derrumbe ideol¨®gico del comunismo y la defenestraci¨®n del criterio b¨¢sico que lo alumbraba: la propiedad p¨²blica de los medios de producci¨®n.En medio de este panorama, los socialistas discurren con bastante tranquilidad. La ausencia de divisiones entre ellos, frente a la multiplicaci¨®n de las que existen en la oposici¨®n, combinada con algunos resultados brillantes en la econom¨ªa y en la acci¨®n exterior, parecen encaminarlos -sin remedio para los dem¨¢s- a la mayor¨ªa absoluta. No es que ofrezcan un programa mejor, sino que guardan mayor disciplina en sus filas y significan la estabilidad. Han sido los autores de la normalizaci¨®n democr¨¢tica y re¨²nen todos los ingredientes de populismo y respetabilidad que los impulsos conservadores de la masa aprecian. De manera que la f¨²erza del PSOE reposaprecisamente en la famosa mayor¨ªa natural a la que aspiraba a representar la derecha. A lo largo de los ¨²ltimos a?os, el voto socialista se ha hecho as¨ª menos urbano y menos joven, pero lo que ha perdido en dinamismo lo ha ganado en solidez y perdurabilidad.
Este pragmatismo grosero en el que nos vemos envueltos, junto a la escasa movilidad del mapa pol¨ªtico y a un sistema de representaci¨®n que deja en manos de un pu?ado de mandar?nes la vida del Parlamento y las instituciones, justifica, por otra parte, la fuga de cerebros que la clase pol¨ªtica padece y, tambi¨¦n, el creciente desinter¨¦s de los j¨®venes por los ritos del sistema. Para nada pienso que eso signifique un desapego hacia el disfrute de las libertades que la democracia comporta, sino m¨¢s bien hacia los mecanismos y engranajes de un poder que funciona cada vez m¨¢s de espaldas a las demandas de los ciudadanos. Hay un desencanto leg¨ªtimo respecto de la capacidad del Estado moderno para dar respuesta a los problemas de organizaci¨®n social y redistribuci¨®n de bienes que los pueblos tienen planteados. La v¨ªctima de ese desencanto no es un partido en particular, sino el papel que todos ellos desempe?an en una obra de dudoso atractivo para el espectador. Eso explica la privatizaci¨®n de muchas conductas y la profe sionaliz aci¨®n acentuada de la pol¨ªtica. En definitiva, se trata de situar a ¨¦sta en su sitio. La democracia representativa es efectivamente, hoy m¨¢s que nunca, el sistema menos malo de autogobierno de los pueblos. Pero los intentos globalizadores de la realidad que los l¨ªderes desarrollan desde su pretendido magisterio me parecen histri¨®nicos. La vida delas democracias est¨¢ sometida a infinidad de decisiones e impulsos que ni pasan ni tienen que pasar por el Congreso de los Diputados.
De manera que, con todo esto, muchos ciudadanos decidir¨¢n no acudir a las urnas el pr¨®ximo d¨ªa 29, y otros se aprestar¨¢n a hacerlo con una mano en la nariz, para votar por quien su mente ordena aunque lo rechace su coraz¨®n. Personalmente, me encuentro entre los que piensan que votar no exige un esfuerzo desusado y que el no hacerlo de manera masiva comportarla riesgos mayores para la salvaguarda de importantes parcelas de libertad de las que disfrutamos. Pero tambi¨¦n creo que conviene ir despojando a este acto de la sacralidad trascendente con que las generaciones que padecimos la dictadura acostumbramos a revestirlo. La existencia o no de urnas libres marca decisivamente el destino de los pueblos. Pero, en una democracia estable, las elecciones no tienen por qu¨¦ suponer un hito memorable en la historia. Son un acto necesario, pero rutinario tambi¨¦n. 0 sea, que anunciar con tintes milenaristas que con ellas comienza toda una d¨¦cada, como indica la propaganda gubernamental en favor del voto, no s¨®lo constituye un fraude: es, sobre todo, una tonter¨ªa.
Nada de eso justifica, por lo dem¨¢s, el abandono de los principios, la fuga de toda reflexi¨®n sobre el devenir social. Estas elecciones podr¨ªan haber sido la ocasi¨®n de plantearse algunos interrogantes sobre la Espa?a de las autonom¨ªas (incluida la organizaci¨®n federal del Estado), la persistencia de monopolios privados y p¨²blicos o la meficiencia de la Administraci¨®n, entre otras cosas. La droga, los derechos de las minor¨ªas de todo g¨¦nero, son cuestiones tambi¨¦n tan preocupante-S o m¨¢s que la del servicio militar. Y podr¨ªamos discutir si hay que reformar o no la Constituci¨®n, de la que emana un sistema de representaci¨®n pol¨ªtica repleto de carencias. Si las gentes supieran que de ese debate iban a salir nuevas iluminaciones ynuevos l¨ªderes, que el aparato iba a dar respuesta a alguna de sus demandas m¨¢s elementales y cercanas -desde el funcionamiento del tel¨¦fono hasta el de los ambulatorios- y que no se iban a limitar a poner en sus esca?os a un buen n¨²mero de diputados cuneros dispuestos a decir am¨¦n a todo lo que indiquen los sacerdotes de sus partidos, el fantasma de la abstenci¨®n ser¨ªa menor y las instituciones ganar¨ªan en vigor e inter¨¦s. (Con lo que, parad¨®jicamente, nos dar¨ªamos cuenta de que Parlamento y partidos son esenciales para el funcionamiento de la democracia, aunque no agoten en absoluto el significado de ¨¦sta; o sea, que no es contradictorio que los socialistas ganen la elecciones ahora, despu¨¦s de haber perdido la calle hace un a?o en ocasi¨®n de la huelga general.)
Pero ninguna de estas meditaciones parece posible en un ambiente abrasado de oportunismo y de crispaci¨®n. Si la derecha se hubiera empleado estos a?os atr¨¢s en un replanteamiento serio de la estrategia, huyendo del fulanismo al que nos tiene acostumbrados y construyendo una oferta posible y cre¨ªble para los ciudadanos, a lo mejor estas elecciones no se anunciaban otra vez con el sonido del rodillo socialista apisonando el suelo. Por otro lado, es una estupidez decir que ese rodillo lo ha arrasado todo. Felipe Gonz¨¢lez llega a estos nuevos comicios con un impresionante capital pol¨ªtico en su haber: hered¨® un poder inestable amenazado por los militares, y hoy Espa?a es una democracia s¨®lida, instalada en Europa y protagonista de un despertar econ¨®mico sin precedentes. Es desde la aceptaci¨®n de esta realidad -y no desde la desesperada negaci¨®n de la misma- desde donde la oposici¨®n podr¨ªa haber planteado su batalla. Porque los ¨¦xitos indudables de Gonz¨¢lez no le dan derecho a gobernar este pa¨ªs para siempre. Y son m¨¢s bien los fracasos y las torpezas de sus adversarios los que una y otra vez le entregan la victoria.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.