Un paseo por cabo Ca?averal
El centro espacial Kennedy parece m¨¢s un escaparate para el turismo que un lugar de trabajo
Un ¨¢guila sobrevuela la bandera que ondea al viento, recortada contra el cielo azul de Florida. Es el mi¨¦rcoles 11 de octubre. Suena el himno nacional de Estados Unidos, acogido en pie y con la mano en el pecho por los asistentes a la emotiva ceremonia de la colocaci¨®n de la primera piedra de un monumento a los 14 cosmonautas muertos en acto de servicio. Las c¨¢maras de televisi¨®n captan la simb¨®lica escena, que tiene lugar en la zona abierta al p¨²blico del centro espacial Kennedy, en cabo Ca?averal. A pocos kil¨®metros, el transbordador Atlantis permanece todav¨ªa pegado a su plataforma.
El monumento a los cosmonautas muertos, entre ellos los seis que viajaban en el transbordador Challenger cuando hizo explosi¨®n, en enero de 1986, costar¨¢ cinco millones de d¨®lares (600 millones de pesetas) y estar¨¢ terminado dentro de un a?o, pagado con fondos privados. Sobre un gran espejo de granito pulido que se reflejar¨¢ en un estanque figurar¨¢n sus nombres. Al finalizar la colocaci¨®n de la primera piedra, un cantante entona una composici¨®n propia en la que se repite la palabra Am¨¦rica en cada verso. Los familiares de los cosmonautas muertos no pueden evitar las l¨¢grimas. Algunos periodistas del pa¨ªs tampoco pueden evitar comentarios sarc¨¢sticos ante la elaborada puesta en escena. El ¨²nico miembro de una minor¨ªa presente en la ceremonia es el padre de un cosmonauta negro. La madre del fallecido m¨¢s famoso -Christa McAuliffe, la primera maestra espacial- mantiene la serenidad.Los turistas, que acuden en verdaderas manadas al Spaceport , se asoman a la terraza donde tiene lugar la ceremonia sin saber de qu¨¦ se trata. Los periodistas son recogidos por autobuses y devueltos al centro de informaci¨®n, ya dentro de la zona de acceso restringido del centro espacial. El transbordador no ha podido despegar, pero los medios de comunicaci¨®n tienen un programa completo. No se aburrir¨¢n.
La Administraci¨®n espacial norteamericana (NASA) se vuelca hacia el p¨²blico y los medios de comunicaci¨®n, quiz¨¢ porque sabe que de ellos depende que se cierre o no el grifo de los fondos para aventuras espaciales. El Centro Espacial Kennedy parece, a primera vista, un escaparate m¨¢s que un lugar de trabajo. El centro de informaci¨®n es espectacular y se nota que est¨¢ acostumbrado a grandes avalancha de periodistas. Una carpa circular alberga a los funcionariosdispuestos a proporcionar informaci¨®n de todo tipo, y las instalaciones para que todos los medios puedan funcionar en lo que parece ser plena naturaleza. A pocos metros se encuentra la tribuna desde donde la Prensa puede -y debe, porque no est¨¢ permitido moverse libremente por las instalaciones- observar desde varios kil¨®metros de distancia los lanzamientos del transbordador. All¨ª est¨¢ tambi¨¦n el famoso reloj digital gigante que marca la cuenta atr¨¢s en los lanzamientos.
Desde un pupitre del centro de Prensa se ofrecen actividades para el d¨ªa. Una informaci¨®n exclusiva es aqu¨ª un sue?o irrealizable. Los periodistas pueden elegir entre asistir a la ceremonia de la primera piedra o acercarse a ver c¨®mo despegan hacia Houston, en sus estilizados jets, los cosmonautas del Atlantis, frustrados ante el aplazamiento de la misi¨®n. Tambi¨¦n pueden acercarse a ver el telescopio espacial Hubble, reci¨¦n llegado a la base, o hacer una visita completa del centro espacial similar a la ofrecida en versi¨®n reducida a los turistas.
Un gu¨ªa veterano
Un autob¨²s t¨ªpicamente americano, sin ventanillas que se puedan abrir, es el veh¨ªculo utilizado para pasear por el cabo. El autob¨²s se para en la avenida principal de entrada para poder observar en un ¨¢rbol un nido de ¨¢guila, que es vigilado permanentemente por un equipo de fotograf¨ªa. La NASA, orgullosa de colaborar en la conservaci¨®n de la naturaleza, ha cedido para reserva natural toda la zona norte del centro espacial y aves de todo tipo vuelan entre los cohetes. El veh¨ªculo se acerca a s¨®lo un kil¨®metro de la plataforma donde reposa el Atlantis, pero las puertas no se abren. Est¨¢ prohibido salir. El gu¨ªa se r¨ªe: "No se ven, pero est¨¢n ah¨ª", dice, refiri¨¦ndose a las patrullas que tienen por misi¨®n evitar un posible ataque ecologista que impida despegar al transbordador con 25 kilos de plutonio a bordo. La playa, el oc¨¦ano Atl¨¢ntico, est¨¢ a un paso. En ruta hacia la base de la fuerza a¨¦rea se suceden las entradas hacia las plataformas de lanzamiento, muchas abandonadas y casi todas hist¨®ricas. "De aqu¨ª parti¨® John Glenn, el primer astronauta que dio la vuelta a la Tierra". "Desde all¨ª se lanzaron los Saturno del programa Apolo hacia la Luna. Aqu¨ª murieron los tres astronautas del T-38. Esto es monumento hist¨®rico...".En las plataformas de lanzamiento de los cohetes Titan, Atlas y Delta se empieza a ver actividad. Estos propulsores han empezado a comercializarse por las compa?¨ªas que los fabrican, introduciendo la iniciativa privada en cabo Ca?averal, como decidi¨® el presidente Reagan tras la cat¨¢strofe del Challenger. Cerca del Museo de la Fuerza A¨¦rea se ven unos silos, y el gu¨ªa menciona: "Ah¨ª est¨¢n los restos del Challenger, guardados para que puedan ser estudiados en el futuro".
Telescopio sin perfume
En un gran edificio, ya de vuelta en terrenos del centro espacial, se puede entrar por una peque?a puerta para observar, desde detr¨¢s de los cristales, el gran telescopio espacial Hubble, que ser¨¢ lanzado en marzo de 1990 y ha llegado hace una semana al cabo, procedente de California. De 14 metros de alto, el espectacular instrumento est¨¢ rodeado de extra?os personajes completamente vestidos de blanco y cubiertos de los pies a la cabeza. Los espejos del telescopio no pueden sufrir contaminaci¨®n alguna y los t¨¦cnicos que est¨¢n en contacto con ¨¦l no pueden llevar encima ni siquiera perfume. M¨¢s tarde, los cient¨ªficos de la empresa 3M, que han introducido en el Atlantis un complicado aparato para observar en directo c¨®mo afecta la falta de gravedad al proceso de formaci¨®n de pol¨ªmeros, afirman que ellos no quieren acompa?ar a su experimento en el transbordador. Dos de los seis tripulantes que murieron en el Challenger iban ¨²nicamente porque sus compa?¨ªas llevaban experimentos en ese vuelo. "Creemos que no es correcto", comentan; "preferimos dise?ar experimentos que puedan manejar los astronautas especialistas de misi¨®n". Ahora su experimento ha tenido un accidente. Alguien cogi¨® el pesado contenedor por donde no deb¨ªa para introducirlo en su sitio, y se rompi¨® un conducto. Por lo visto hay chapuzas hasta en cabo Ca?averal.
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