La cuesti¨®n de la 'mili'
Entre las escasas postulaciones -o promesas- concretas que los partidos pol¨ªticos han formulado durante la pasada campa?a electoral, una en que coincidieron y compitieron todos a porf¨ªa fue la de reducir la duraci¨®n del servicio militar obligatorio hacia su completa y definitiva eliminaci¨®n. Era sin duda un tema electoralmente agradecido, pero al mismo tiempo, y a diferencia de otras propuestas meramente demag¨®gicas, es algo que tiene perspectivas razonables de ser llevado a la pr¨¢ctica, y por eso pudo asumirlo y hacerlo suyo, junto a los partidos que de momento carec¨ªan de expectativas inmediatas, el que se encontraba instalado en el Gobierno y esperaba poder continuar desempe?ando sus responsabilidades tras de las elecciones.No s¨®lo se trata de una propuesta realizable, sino m¨¢s a¨²n: de una cuesti¨®n surgida a resultas de los espectaculares cambios introducidos en el mundo contempor¨¢neo por el desarrollo de la tecnolog¨ªa, cuyos avances en el presente siglo han tenido lugar -como tantas otras veces a lo largo de la historia- ante todo en el terreno de la ingenier¨ªa militar o a impulso de intenciones b¨¦licas, y en todo caso con decisivo efecto sobre los dispositivos del aparato b¨¦lico.
Parad¨®jicamente, el desarrollo tremendo de la eficacia de ese aparato, en coincidencia estrecha e ¨ªntima con la organizaci¨®n del poder mundial concentrado en estructuras gigantescas, ha hecho f¨²til el potencial destructivo acumulado, de manera tal que, frente a la alternativa de aniquilaci¨®n de nuestro planeta, ya nunca jam¨¢s podr¨¢ ser empleado a fondo en una confrontaci¨®n total ese imponente armarnento. Cabe prever en cambio que las fuerzas armadas sean destinadas en el futuro a meras funciones de polic¨ªa mundial; pero esta es cuesti¨®n aparte.
Volviendo, pues, a la de una gradual reducci¨®n y posible supresi¨®n completa del servicio militar obligatorio, cabe observar por lo pronto que, seg¨²n siempre ocurre, las discusiones de principio acerca del tema surgen no en el vac¨ªo y en abstracto, sino precisamente cuando la realidad social lo ha tra¨ªdo a la superficie. Tal fue el caso con las pol¨¦micas sobre el feminismo tan pronto como la revoluci¨®n industrial empez¨® a reclamar mujeres para el trabajo industrial sac¨¢ndolas del ambiente dom¨¦stico, y tal ocurre ahora con el servicio de las armas cuando su manejo requiere no tanto una masa de combatientes en campo de batalla como equipos de t¨¦cnicos especialistas, cuya formaci¨®n es por lo dem¨¢s transferible del terreno militar al civil, y viceversa. (Por cierto que, curiosamente, ambos fen¨®menos se est¨¢n entrecruzando en este momento de varias maneras: la aviaci¨®n civil atrae a los pilotos militares, y la aviaci¨®n militar vacila en reclutar mujeres.) De cualquier manera, la transformaci¨®n de los ej¨¦rcitos hace innecesaria, inconveniente quiz¨¢, la conscripci¨®n masiva de j¨®venes, y por consiguiente ha sido llevada enseguida al foro p¨²blico la discusi¨®n de principio sobre el servicio militar obligatorio.
En Espa?a, esta discusi¨®n est¨¢ planteada de manera precisa y concreta alrededor de la objeci¨®n de conciencia. ?Es leg¨ªtimo examinar, apreciar y valorar, para exonerarlo o no de ¨¦l, los motivos por los que un individuo se niega a prestar el servicio? ?No basta al efecto con que declare su voluntad negativa? De otra parte, si la autoridad del Estado establece esa carga forzosa sobre los particulares, ?no ser¨¢ contrar¨ªo al principio constitucional de igualdad ante la ley el que la exigencia haya de pesar tan s¨®lo sobre los individuos de sexo masculino?
Por otro lado se aduce a favor del servicio militar obligatorio el dudoso argumento de que su implantaci¨®n fue conquista democr¨¢tica de la Revoluci¨®n Francesa, que puso a "la naci¨®n en armas", y se pretende que un ej¨¦rcito profesional habr¨ªa de quedar separado o segregado del cuerpo de la sociedad. Este argumento es particularmente especioso, y hasta puede resultar irrisorio en su confrontaci¨®n con la realidad pr¨¢ctica, pues rara vez despertar¨¢ solidaridad con el ej¨¦rcito, sino m¨¢s bien todo lo contrario, la experiencia de unos muchachos a quienes por lapso m¨¢s o menos largo se segrega de la sociedad para imponerles en pura p¨¦rdida el sacrificio de una disciplina con frecuencia fuera de todo prop¨®sito racional. Y en cuanto a la supuesta separaci¨®n en que se colocar¨ªa a un ej¨¦rcito profesional, baste considerar lo dicho antes: la preparaci¨®n t¨¦cnica especializada que se requiere para quienes hayan de integrarlo es an¨¢loga e intercambiable con la que, en t¨¦rminos generales, exige el funcionamiento de la sociedad moderna en su conjunto; y dado el improbable caso de un conflicto b¨¦lico, no hay duda de que la sociedad en su conjunto se ver¨ªa implicada y tendr¨ªa que integrarse de todas maneras en las operaciones, tomando parte en el esfuerzo militar.
Por debajo de cualesquiera consideraciones de principio, es lo cierto que la estructura b¨¢sica de la sociedad actual pone en cuesti¨®n la funcionalidad de un ej¨¦rcito constituido mediante la recluta forzosa de la poblaci¨®n juvenil masculina para un servicio transitorio, y pide en cambio la formaci¨®n de cuadros especializados que pudieran servir, en la improbable eventualidad de un conflicto armado, para encajar en ellos los efectivos de la entonces indispensable movilizaci¨®n general.
Quedar¨ªan a estudio, por supuesto, ya en el plano de la inmediata realidad pr¨¢ctica, los muchos aspectos que son dignos de atenci¨®n en materia de tanta importancia, entre otros, y de modo muy se?alado (autorizadamente se lo se?al¨® en efecto durante la campa?a electoral), el del coste econ¨®mico que un ej¨¦rcito profesional acarrear¨ªa. Y es ah¨ª -puesto que, al parecer, todos los partidos est¨¢n de acuerdo sobre la reducci¨®n, si no la supresi¨®n completa, del servicio militar obligatorio- donde la discusi¨®n deber¨ªa situarse dentro del hemiciclo parlamentario.
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