Las madres de las Fronteras, en pie de guerra contra los 'camellos' del barrio que surten a sus hijos
Las mujeres de Las Fronteras han decidio recuperar su barrio. Doce a?os despu¨¦s de que la hero¨ªna comenzara a adue?arse de la vida de los m¨¢s j¨®venes, hastiadas de aguantar los pavoneos y la impunidad de los traficantes del piso de al lado abandonado el barrio a su suerte por la polic¨ªa, un grupo de mujeres ha comenzado una batalla para impedir que Las Fronteras -barrio lim¨ªtrofe de Torrej¨®n de Ardoz- acabe convertido en un gueto y se ha atrevido a decir en voz alta e incluso escrito lo que todo el mundo sabe: las direcciones de 12 camellos que surten de droga a sus hijos y a todo el pueblo.
Las Fronteras es un barrio corno cualquier otro de cualquier pueblo cercano a Madrid, de los convertidos en ciudades-dormitorio por la inmigraci¨®n de los a?os sesenta y setenta. Tal vez incluso un poco mejor. Los bloques de viviendas no tienen el aspecto de colmenas, las calles son anchas, hay suficientes espacios libres que con un poco de atenci¨®n y dinero podr¨ªan convertirse en zonas verdes, dispone de varios colegios y un instituto en las cercan¨ªas y su poblaci¨®n, hasta que apareci¨® la hero¨ªna, era tranquilla y pasaba su tiempo entre el trabajo y la vida dom¨¦stica.Hay algo, sin embargo, que diferencia a Las Fronteras del resto de Torrej¨®n: la absoluta desverg¨¹enza con que traficantes y consumidores se dedican a sus negocios. Escenas como la que sigue son totalmente normales: un muchacho, pantal¨®n vaquero y chupa de cuero, se dirige a un portal de la calle de Barbieri, la misma en la que tiene su sede la asociaci¨®n de vecinos. El muchacho pulsa un bot¨®n del contestador autom¨¢tico, espera unos segundos y cuando tiene comunicaci¨®n hace el pedido: "Oye, b¨¢jame unas papelinas, tres, date prisa. Baja, y nos tomamos una ca?a". Un poco m¨¢s adelante, una mujer inayor que ha o¨ªdo las palabras mira al muchacho con reprobaci¨®n y sigue su camino.
La droga, circula y se vende por las calles como si fueran pipas o caramelos. "Este verano los vecinos nos hicimos cruces cuando vimos a un chico joven que ped¨ªa la droga directamente avoces. Llamaba desde la calle a un camello que vive en un piso alto y le ped¨ªa que le tirara cuatro o cinco cosas de ¨¦sas", relataron a este peri¨®dico varias mujeres, ahe,unas de la asociaci¨®n, otras no. La misma tranquil¨ªdad se advierte en las transacciones callejeras, en la esquina, en los bancos de los descampados, donde, al atardecer, los adictos preparan sus jeringu¨ªllas.
La propia estructura del barrio facilita este comercio il¨ªcito. Bloques de cinco o seis plantas, de pisos bajos abiertos, con rnultitud de pasadizos y rincones m¨¢s o menos discretos. La poblaci¨®n de Las Fronteras se ha estancado. No llega gente nueva, una vez pasada la ola de inmigrantes. Lo prueban los alumnos de los colegios cercanos. Una clase de preescolar con s¨®lo 20 ni?os de cinco a?os. Cuatro clases con 35 alumnos cada una para acoger a los alumnos de octavo curso, 14 o 15 a?os de edad. A medida. que van cumpliendo aflos, se van relacionando con otros j¨®venes ya enganchados a la droga o que tienen amigos o conocidos que la pasan.
Todas las mujeres que forman el n¨²cleo m¨¢s combativo de la asociaci¨®n prefieren conservar el arioniniato. Precauci¨®n in¨²til, porque los traficantes las conocen bien, y viceversa. Todas ellas est¨¢n amenazadas: "Yo estaba la semana pasada tendiendo la ropa en la terraza, y uno de los camellos pas¨® y me dijo que era una ch¨ªvata y que tuviera cuidado. Tenemos miedo, porque esta gente no va a permitir que les fastidiemos el negocio, pero ya nos da igual. No queremos seguir as¨ª. El Ayuntamiento y la polic¨ªa hacen como que no se dan cuenta, pero en este barrio ya ha habido muchas desgracias".
Ha habido muertes por sobredosis, no oficiales, porque las familias encubren la causa de la muerte como enfermedad. Hay chicas que se han prostitu¨ªdo. "Se ponen all¨ª, cerca del puente. Los traficantes les dan droga fiada. Si no pueden pagar, las obligan a prostituirse". Una mujer cuenta su propio caso, el chico que se hace adicto, la familia que le da dinero continuamente para que pague la droga y no tenga que robar o convertirse tambi¨¦n ¨¦l en camello, el dinero que a veces no da para tanto, y el chico que empieza a robar en su propia casa para pagar las dosis.
Un grupo de mujeres decidi¨® actuar. La campanada la dieron hace un mes. Entregaron en comisar¨ªa una relaci¨®n de 12 viviendas cuyos propietarios se dedican, presuntamente, al tr¨¢fico de drogas. Todas las direcciones se encuentran en cinco calles -el barrio no tiene muchas m¨¢s-; de las 12, cinco est¨¢n en la misma calle que la asociaci¨®n, y una, en el mismo edificio.
La tensi¨®n en el barrio est¨¢ a punto de explotar. El lunes, a la salida de la asamblea, varias personas, que las mujeres identificaron como camellos, les dijeron que tuvieran mucho cuidado, que se estaban pasando y cualquier noche la iban a liar". De hecho, en la madrugada del s¨¢bado, tres miembros de la asociaci¨®n safrieron las primeras represalias. Alguien quem¨® el coche de uno de ellos y destroz¨® su huerta en las afueras del pueblo. En otra finca quemaron una peque?a construcci¨®n, asolaron la huerta y mataron un perro y varias gallinas de otro. A un tercero le arruinaron los cierres de su contercio, Las mujeres son conscientes de que la guerra ha empezado.
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