Compromiso con la verdad y la justicia
La muerte de Ignacio Ellacur¨ªa, tan vil y cobardemente asesinado hace pocas horas, constituye para m¨ª algo m¨¢s que la p¨¦rdida de un amigo admirado y querido; es la sangrienta y dolorosa demostraci¨®n de lo que debe ser la entrega de un hombre a su vocaci¨®n. A esa entrega la mueve el amor, amor a lo que se hace, y la informa el trabajo, la esforzada ejecuci¨®n cotidiana de aquello que la vocaci¨®n pide: pintar lienzos, edificar teor¨ªas o correr en la F¨®rmula 1. Pero ?ser¨ªa cabal la entrega a la vocaci¨®n, si no conllevase la aceptaci¨®n de todo cuanto exija la tarea de eecutarla? De todo. Por tanto, del peligro. Por tanto, de la posibilidad de que ese peligro lleve consigo -de una u otra forma: la lenta exterminaci¨®n o la muerte f¨ªsica- el m¨¢ximo ofrecimiento, el ofrecimiento de la propia vida.Dos eran los motivos esenciales de la vocaci¨®n de Ignacio Ellacur¨ªa: el seguimiento de Cristo, tal como ¨¦l entend¨ªa que en nuestro tiempo y en nuestro mundo debe realizarse, y la edificaci¨®n y la ense?anza de un pensamiento filos¨®fico realmente fiel a ese seguimiento y a lo que nuestro tiempo y nuestro mundo por s¨ª mismos exigen. As¨ª y s¨®lo as¨ª pueden ser rectamente entendidas la vida y la muerte de este hombre.
Lleg¨® Ignacio a El Salvador con su seria y honda condici¨®n de cristiano entregado y exigente -entregado a la ejecuci¨®n diaria de su fe, exigente, ante todo, de s¨ª mismo, pero no s¨®lo de s¨ª mismo-, con una excelente formaci¨®n filos¨®fica y teol¨®gica y con el firme prop¨®sito de ense?ar y desarrollar seg¨²n su propia experiencia -la experiencia de vivir l¨²cida y honestamente la realidad social centroamericana- el pensamiento filos¨®fico que desde sus a?os de doctorado era para ¨¦l. m¨¢s sugestivo, m¨¢s actual y m¨¢s prometedor, el de Xabier Zubiri.
La realidad social centroamericana: opulencia en algunos -entre ellos, los que se ten¨ªan por m¨¢s cat¨®licos- y miseria en los m¨¢s; hambre real, no hambre ret¨®rica, en tantos y tantos; carencia total o casi total. de asistencia m¨¦dica y de educaci¨®n elemental entre los integrantes de la mayor¨ªa pobre; pura verbosidad democr¨¢tica o, resuelta apelaci4n a la violencia dictato rial entre los miembros de la minor¨ªa acomodada u opulenta; y dentro de ese marco, una no declarada y cada vez m¨¢s cruenta guerra civil, miles y miles de muertos, odio creciente entre quienes con las armas o con las palabras combat¨ªan. En el seno de esa sociedad, ?qu¨¦ pod¨ªa, qu¨¦ deb¨ªa hacer un cristiano para el cual la atenci¨®n al menesteroso que se ve es el modo m¨¢s cierto de demostrar que se ama al Dios que no se ve y cu¨¢l ten¨ªa que ser. la misi¨®n de un intelectual cuyo primer mandamiento es el atenimiento, a la realidad?
La vida de Ignacio Ellacur¨ªa en El Salvador fue, d¨ªa tras d¨ªa, su respuesta personal a esa pregunta: una tajante opci¨®n por la causa de los pobres; un constante esfuerzo por lograr una paz que, sin humillaci¨®n, para nadie, permitiera la s¨®lida implantaci¨®n de la justicia y la libertad -sin ensue?os ut¨®picos, pero sin cobardes falseamientos- en su nueva patria; la elaboraci¨®n, dentro de la disciplina a que le obligaba su condici¨®n sacerdo.tal, pero llevando hasta el l¨ªmite su personal compromiso con la verdad y la justicia, de un pensamiento cristiano capaz de mantener la fe y la esperanza -esperanza- de -una vida terrenal verdaderamente humana- en los pobres oprimidos y en todos los hombres de coraz¨®n limpio; y puesto que ¨¦l era fil¨®sofo y ense?ante de Filosoria, construir y ense?ar un pensamiento filos¨®fico lealmente desprovisto de vinculaciones confesionales, pero susceptible de una adecuaci¨®n no meramente t¨¢ctica a su experiencia de la vida y a la exigencia de su vocaci¨®n.
Seriamente, rigurosamente, sin alardes demag¨®gicos, pero sin concesiones a la comodidad de los falsos pactos, al servicio de esa triple vocaci¨®n -la de cristiano, reformador social e intelectual tal como ¨¦l entend¨ªa estos tres componentes de la voz que le llamaba- puso su vida de vasco espa?ol y americano Ignacio Ellacur¨ªa. El capit¨¢n Francisco de Aldama propuso como ejemplar un vivir "sin que la muerte al ojo estorbo sea". Ni al ojo, ni al pensamiento, ni a la acci¨®n debe ser la muerte estorbo, replic¨® con su. vivir mi amigo muerto. Seg¨²n su etimolog¨ªa, m¨¢rtir, es "el testigo". En el seno de un mundo en el cual tantos, tant¨ªsimos viven -vivimosentregados al quehacer, al gusto o a la evasi¨®n de cada d¨ªa, Ignacio Ellacur¨ªaba sido m¨¢rtir, testigo de un modo de vivir que a todos nos redime, que a todos nos reconcilia con nuestra maltratada condici¨®n de hombres.
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