Sciascia
A partir de cierta edad los escritores nos volvemos casi impermeables a los dem¨¢s escritores. El narcisismo del escritor maduro es m¨¢s correoso, menos inocente que el del joven, y, sin embargo, a veces, por una quiebra de la perdida generosidad lectora se introducen literaturas inevitables.Mi afecto lector por Sciascia viene de antiguo, del descubrimiento de que a¨²n quedaba en Europa un gran escritor pol¨ªtico. Vertebrado por el racionalismo ilustrado, Sciascia denunciaba la esclerosis de la retina cr¨ªtica y propon¨ªa una nueva mirada. La novela no es otra cosa que la propuesta de una mirada sobre la realidad reorganizada mediante las palabras.
Por eso entr¨¦ hace un mes en aquella salita de estar de Palermo con el embarazo de un aprendiz de escritor sinceramente agradecido porque el maestro le acababa de conceder un premio, sin otro nexo, que el conocimiento literario a distancia. De la mano de dos adoradores de Sciascia, el fot¨®grafo Ferdinando Scianna y Myriam Sumbulovich, me convierto en uno m¨¢s del c¨ªrculo que rodea a un hombre evidentemente herido de muerte. Tanto me lo pareci¨® que me propuse una inmediata retirada, pero fue el propio escritor quien la impidi¨®, engolosinado por noticias culturales de Espa?a, su profunda pasi¨®n adolescente. Incluso, ilusionado con un encuentro posterior -"cuando est¨¦ mejor"-, a?adi¨® despu¨¦s de un silencio reflexivo: "Ahora me encuentro muy mal, muy mal".
Era una figurilla maltratada por un mal oscuro, asomado incluso a su piel cetrina, aunque los ojos apostaban por la conversaci¨®n desde una pasi¨®n intelectual vencedora de las mordeduras internas de la enfermedad. Luego supe que quedaba ilusionado por el reencuentro. Tal vez en Mil¨¢n, aprovechando un tratamiento m¨¦dico. Antes de Navidad, repet¨ªa Sciascia, como si temiera una Navidad con crespones sobre las nieves.
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