Sociedad de consumo
Todo el mundo, y con toda raz¨®n, ha calificado de hist¨®rica la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, y por supuesto los medios de comunicaci¨®n del mundo entero han difundido puntual y oportunamente los detalles del sensacional acontecimiento. De ¨¦l quisiera limitarme a comentar aqu¨ª un aspecto de entidad menor: el j¨²bilo casi fren¨¦tico con que la multitud del Berl¨ªn Oriental, irrumpiendo en este lado, se lanz¨® a, tocar con sus manos aquellas mercader¨ªas que, como golosinas expuestas al apetito del ni?o pobre en la vidriera de una confiter¨ªa, la televisi¨®n vecina hab¨ªa venido exhibiendo, inaccesibles, ante sus Ojos durante tanto tiempo. Sin pararse, en su impaciente avidez, a escuchar las prudentes admoniciones que de nuestra parte previenen con pr¨¦dica piadosa e incansable contra los males de esta desalmada sociedad de consumo en que el capitalismo nos tiene aherrojados, los incautos se apresuraban a adquirir, cada cual en la medida de sus disponibilidades, los bienes de consumo que el Berl¨ªn occidental ofrece al eventual comprador. Esa renuncia a las virtudes de la austera abstinencia, ?es acaso una muestra m¨¢s de la rebeli¨®n de las masas que Ortega y Gasset describiera con perspicacia asombrosa hace ya much¨ªsimos a?os -nada menos que 60- y que tantas y tan diversas manifestaciones ha tenido de entonces ac¨¢?El libro de Ortega fue, desde la voluntaria ambig¨¹edad de su t¨ªtulo mismo, una provocaci¨®n, y contin¨²a siendo provocador hasta esta fecha. Produjo fuertes irritaciones en su d¨ªa, y en el de hoy todav¨ªa es susceptible de suscitar muchas perplejidades. Por ¨¦l, m¨¢s que por otros de sus escritos, se calific¨® al autor de elitista, y no hay duda de que Ortega merec¨ªa el calificativo; pero este calificativo no es ni debe ser denigratorio, aunque ahora se emplee como tal. En verdad, su pensamiento corresponde a la concepci¨®n pol¨ªtico social liberal, abierta e ilustrada, de una burgues¨ªa progresista, y en concreto propugna el mecanismo de renovaci¨®n incesante de las estructuras de poder descrita por Wilfredo Pareto como circulation des ¨¦lites, mediante el cual deben advenir al poder social en cada momento los individuos mejor cualificados. Contra esta aristocracia natural conspirar¨ªa el que ¨¦l denomin¨®, advirtiendo con toda energ¨ªa acerca de sus caracter¨ªsticas negativas, hombre masa.
Sin embargo, los equ¨ªvocos eran inevitables. Lo fueron entonces, y siguen produci¨¦ndose con m¨¢s raz¨®n ahora, cuando tan confusas han llegado a ser las ideas acerca de las relaciones interhumanas dentro de unas circunstancias de cambio acelerado, donde los viejos esquemas mentales resultan pat¨¦ticamente inadecuados. El libro de Ortega quer¨ªa romper ya algunos de aquellos viejos esquemas, y su lectura actual sigue siendo ¨²til y -como antes dije- provocativa. Sesenta a?os han pasado desde que se public¨® La rebeli¨®n de las masas, durante los cuales el nivel de vida en la sociedad occidental ha crecido de manera asombrosa, con una generalizaci¨®n antes impensable del bienestar general. La masa de la poblaci¨®n tiene a su alcance una pl¨¦tora de esos bienes, antes escasos, cuyo disfrute estaba reservado a unos cuantos privilegiados por la fortuna. Y desde luego que la multitud se ha instalado con todo aplomo en esta sociedad de consumo en la que todo el mundo se siente con derecho a lo mejor, con derecho a todo.
?Es esta com¨²n aspiraci¨®n un rasgo del hombre-masa, seg¨²n Ortega lo describe? Con las notas m¨¢s odiosas y rid¨ªculas que el ¨¦nfasis de su poderosa ret¨®rica le procuraba, caracteriz¨® el escritor a ese hombre com¨²n que, sin contribuci¨®n de su parte, goza tranquilamente los frutos opimos aportados por el trabajo secular de generaciones previas, asimil¨¢ndole al ni?o mi mado, o -con t¨¦rmino ya casi en desuso- al se?orito. En el cap¨ªtulo que titul¨® La ¨¦poca del se?orito satisfecho bosqueja, en efecto, los rasgos del heredero que con fr¨ªvola naturalidad se aprovecha del patrimonio recibido e, inconsciente del esfuerzo que supuso el haberlo creado, lo dilapida sin empacho. Y, desde luego, algo de eso puede haber en la conducta de las gentes que con inocente insolencia se benefician de un desarrollo tecnol¨®gico cuyas bendiciones han recibido gratuitamente. Pero dentro de la fauna orteguiana del "se?orito satisfecho" entrar¨ªa a¨²n m¨¢s de lleno un tipo del que abundaron mucho los ejemplares desde finales de la I Guerra Mundial hasta ayer mismo: el de los distinguidos se?oritos que, instalados en una posici¨®n confortable y sin renunciar en nada a los lujos que ella les consent¨ªa, se ofrec¨ªan todav¨ªa, durante esos decenios y mientras el crecimiento econ¨®mico avanzaba, otro lujo suplementario: el muy refinado de despreciar y vituperar el sistema de cuyas ventajas estaban disfrutando, para ensalzar y preconizar en cambio una "revoluci¨®n proletaria" que ni ellos mismos estaban dispuestos a convivir, ni -seg¨²n la evidencia palmarla ha demostrado- tampoco aprecian demasiado los proletarios aut¨¦nticos de aquellos pa¨ªses donde los azares de la historia lo hubieron de implantar.
Ahora, cuando la abundancia y el bienestar se han extendido a la gran multitud, y las gentes del mont¨®n tienen la posibilidad de mantener un nivel de vida superior a cuanto hubiera podido so?arse a¨²n no hace mucho tiempo, se oyen quejas lastimeras o indignadas condenas, casi siempre en labios de exquisitos intelectuales, acerca de esta sociedad de consumo donde el ¨²nico af¨¢n de los ciudadanos es comprar cuanto la industria produce y la propaganda publicitaria les recomienda. Inevitablemente, tiende uno a ver en tal laya de cr¨ªticos sociales una variante ¨²ltima de aquel elegante revolucionario de sal¨®n, variante sin duda degenerada ya, pues frente a la actual abominaci¨®n del consumismo no saben proponer, asqueados por la opulenta vulgaridad de la multitud grosera, ninguna alternativa.
Ya Ortega insisti¨® mucho, y, sin embargo, quiz¨¢ no lo suficiente, en que el "hombre-masa" que ¨¦l vilipendiaba -el se?orito, el heredero, el ni?o mimado- era un tipo de individuo que se encuentra en cualquier estamento social, sin excluir en modo alguno a los estamentos de la intelectualidad. Hombre-masa ser¨¢, si se quiere, seg¨²n la definici¨®n orteguiana, quien, atenido a los valores de la sociedad de consumo, cifra en ellos el sentido de su existencia; pero no lo ser¨¢ menos el que hace dengues, protestando de que los antes despose¨ªdos tengan ahora a su alcance bienes abundantes, cuando hasta hace poco clamaba contra la injusticia de las privaciones que la escasez hac¨ªa sufrir a los pobres del mundo. En ¨¦l son puras ganas de protestar: es la eterna protesta del ni?o exigente, del se?orito mimado.
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