La revoluci¨®n de 1989
La revoluci¨®n de 1989 ha cambiado la faz de Europa. M¨¢s a¨²n, realmente ha sido una revoluci¨®n (para utilizar el t¨¦rmino acu?ado por Timothy Garton Ash), que es una combinaci¨®n de revoluci6n y reforma, de presi¨®n por abajo y transformaci¨®n por arriba. Hasta ahora, el proceso tambi¨¦n -muy justamente- ha sido contenido, aunque lo que ha ocurrido en Polonia y Hungr¨ªa, en los Estados b¨¢lticos, en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana ha superado con creces la imaginaci¨®n de los observadores m¨¢s atrevidos. Las cosas han ido m¨¢s r¨¢pidas y m¨¢s lejos.Quiz¨¢ sea por esto por lo que la Casa Blanca parece estupefacta y los dirigentes de Europa encuentran dif¨ªcil ponerse al nivel de los acontecimientos. El mundo se hab¨ªa acostumbrado a considerar el statu quo como se materializa en el Acta Final de Helsinki. Se hab¨ªa acostumbrado hasta una satisfacci¨®n casi brezneviana: los dos sistemas podr¨ªan ahora coexistir para siempre dentro de sus l¨ªmites actuales; las medidas para alcanzar la confianza mutua garantizar¨ªan las relaciones pac¨ªficas entre ambos; de cuando en cuando una conferencia no decisiva reafirmar¨ªa el desider¨¢tum de la Cesta Tres, especialmente en el campo de los derechos humanos.
?Qu¨¦ mundo tan horrible era! Existen muchas razones para sentirse contento por el oto?o de 1989. La nueva libertad para millones de personas es la m¨¢s importante, pero el colapso de un statu quo insoportable es otra. Con los Breznev y Honecker y Zhivkov del Este se barre a los defensores occidentales de "estabilidad antes que libertad". Pero la alegr¨ªa no es suficiente. No est¨¢bamos preparados para el cambio y no podemos seguir as¨ª durante mucho tiempo. Es por esto que la cumbre europea especial del presidente Mitterrand represent¨® un paso en la direcci¨®n correcta.
Es conveniente empezar por lo que no representa la revoluci¨®n de 1989. No implica la disoluci¨®n instant¨¢nea de la OTAN y el Pacto de Varsovia. Ambos alternan su fisonom¨ªa y quiz¨¢ pierdan importancia Hungr¨ªa ya ha decidido no permitir que sus tropas se desplieguen fuera de sus fronteras. No resulta m¨¢s f¨¢cil motivar a los j¨®venes reclutas de Alemania Occidental (donde normalmente una proporci¨®n considerable opta por el servicio civil alternativo). Pero en t¨¦rminos militares, la oportunidad m¨¢s importante es la de la reducci¨®n pactada, mutua y masiva de armas La orden del d¨ªa es defensa suficiente, y las dos superpotencias nucleares, dada la naturaleza del caso, deber¨¢n ser las protagonistas. Por supuesto, lo que Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica es el desarme mejor que la injerencia en los asuntos europeos.
La revoluci¨®n de 1989 no conduce tampoco a una reunificaci¨®n instant¨¢nea de Alemania. Es cierto que uno empieza a ver, por primera vez, el perfil de un proceso tal. Desembocar¨ªa claramente en una rep¨²blica federal mayor en lugar de en el tipo de h¨ªbrido inventado por autores astutos. Pero eso no va a ocurrir ahora mismo. La geopol¨ªtica, el inter¨¦s nacional de los actores importantes, las propias dudas alemanas y otros imponderables se interponen en el camino. El ide¨®logo del SED, profesor Reinhold, estaba equivocado cuando declar¨® que el socialismo era la ¨²nica raison d'¨¦tre de la RDA. La RDA existe porque hay muchos que creen que dos Alemanias resultan m¨¢s seguras que una, aunque a su debido tiempo pueden descubrir que hay, poco que temer de una rep¨²blica federal mayor.
En este punto, las consecuencias de la revoluci¨®n de 1989 afectan, por encima de todo, a Europa. Tres de ellas sobresalen. La primera tiene que ver con 1992. El mercado ¨²nico fue una fuerza motriz crucial. Sac¨® a Europa del bache del europesimismo y la euroesclerosis. Lo que importaba es que la gente redescubriera el sentido y la fuerza de una Comunidad Europea cooperativa y coordinada, y no de que se promulgara como ley cada una de las 276 directrices para alcanzar la armon¨ªa. Europa ten¨ªa que reencontrar la fe en s¨ª misma, y los europeos tienen motivos para sentirse agradecidos a Jacques Delors por haber proporcionado el tema y el impulso para tal proyecto. Ya ha sido un gran ¨¦xito.
El tiempo pret¨¦rito del p¨¢rrafo anterior es deliberado. Ha llegado el momento de decir: se ha conseguido 1992 a todos los fines y efectos. De forma detallada, claramente no es ¨¦ste el caso. Todav¨ªa hay que dar muchos imperativo que Europa desarrolle una disciplina com¨²n y vinculante en su pol¨ªtica econ¨®mica y monetaria. La vieja met¨¢fora del ciclista que se cae si deja de pedalear es verdaderamente cierta para el proyecto de 1992.
Pero tambi¨¦n es cierto respecto al ideal europeo en un sentido m¨¢s amplio. Y a este respecto, ahora parece obvio que 1992 ha hecho su trabajo. Es una condici¨®n necesaria para seguir hacia adelante, pero no es una respuesta suficiente para la nueva condici¨®n de Europa. ?sta exige que elevemos nuestras miras hacia nuevos horizontes.
La segunda consecuencia de la revoluci¨®n de 1989 es, por tanto, dar una prioridad mayor a la posici¨®n de aquellos pa¨ªses europeos desarrollados y democr¨¢ticos, pero que dudan en unirse a la Comunidad Europea. Ya no hay justificaci¨®n -si es que alguna vez la hubo- para una Europa peque?a con una cadena de sat¨¦lites a su alrededor. Hay que plantear las negociaciones de entrada de Austria y hay que comprobar la posibilidad de que se hagan miembros, o todo-menos-miembros algunos otros pa¨ªses de la Asociaci¨®n Europea de Libre Comercio (EFTA). Si la Comunidad Europea traza un c¨ªrculo alrededor de su l¨ªmite exterior traiciona a su evidente destino.
El tercer paso tiene claramente que ver con la Europa central oriental. Las nuevas democracias necesitan y merecen ayuda en sus dif¨ªciles transiciones. No es ni simplemente una ayuda de urgencia ni solamente una transferencia de capital en una forma u otra, aunque ayudarles a cruzar a salvo el inevitable valle de l¨¢grimas en el que est¨¢n entrando sea responsabilidad de todos los europeos. Sea un Plan Marshall o no, un programa masivo de recuperaci¨®n econ¨®mica para Europa oriental es la ¨²nica forma de demos
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La revoluci¨®n de 1989
Viene de la p¨¢gina anteriortrar que no respondemos a los abusos orientales de poder con el "ego¨ªsmo de la prosperidad" occidental (para citar un alegato de la condesa D?nhoff y el ex canciller Helmut Schmidt).
Sin embargo, lo que se necesita a la larga y por encima de todo es el desarrollo de sociedades civiles en los antiguos Estados comunistas: derechos reales como ciudadanos, pero tambi¨¦n peri¨®dicos y partidos pol¨ªticos; y fundaciones, y asociaciones, y todo el caos creativo que coloca entre los Gobiernos tradicionalmente autoritarios y los individuos aislados una capa de libertad. Hay mucho que hacer, grandes y peque?as cosas. No resulta muy probable que los pa¨ªses de la Europa central oriental pasen a pertenecer a la Comunidad Europea a corto plazo. Pero debe ser el objetivo final, y nosotros, los occidentales, tenemos que evitar poner obst¨¢culos en su camino.
En otras palabras, lo que se necesita es una nueva visi¨®n de Europa. Esto no es un hogar europeo com¨²n que incluya a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La Uni¨®n Sovi¨¦tica -o mejor, el presidente Gorbachov- se mostr¨® cr¨ªtica en cuanto a poner en marcha la revoluci¨®n de 1989. Incluso ahora, mucho depende de la continuaci¨®n del programa perestroika. Pero los problemas de la Uni¨®n Sovi¨¦tica son distintos de los de Europa; son los de una superpotencia que a la vez es un pa¨ªs en desarrollo. Europa no es ninguna de las dos cosas. Es un conjunto de pa¨ªses de tama?o peque?o y mediano que han convertido su condici¨®n com¨²n en una ventaja para sus ciudadanos: Europa 2002 despu¨¦s de Europa 1992 (y en ambos casos, el proceso, sin duda, llevar¨¢ m¨¢s tiempo). ?Qui¨¦n ha de tomar la cabeza en el camino hacia esta nueva frontera de la unidad europea? La primera ministra lamenta probablemente su discurso de Brujas que tanto ha costado al Reino Unido. Ciertamente ha robado al pa¨ªs gran parte de su credibilidad en lo que concierne a redefinir Europa. Los socios europeos del Reino Unido dir¨¢n que se buscan los nuevos y mayores objetivos en lugar de los antiguos y no adem¨¢s de ellos. Por otra parte, Francia parece curiosamente preocupada porque la nueva condici¨®n europea le reste atenci¨®n a 1992, Y su portavoz no parece darse cuenta de que al agarrarse a un mito que tuvo su momento pueden perder el futuro. Alemania puede que no siga dividida tan profundamente como en el pasado, pero est¨¢ desgarrada, y por el momento no sabe a d¨®nde ir. Quiz¨¢ tal estado de confusi¨®n no sea el peor. No debe durar, pero todav¨ªa puede generar la nueva visi¨®n que inspire a los europeos, en Oriente y Occidente, y despu¨¦s de tantos acontecimientos sorprendentes esta visi¨®n tambi¨¦n puede surgir de las fuentes m¨¢s inesperadas.
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