Acab
Carlos Barral era un hombre preocupado por la salud de los otros. La suya le daba igual. Pero eso no ocurr¨ªa s¨®lo desde el punto de vista del cuerpo, que en su caso era enjuto y d¨¦bil, como la met¨¢fora de la exactitud. Ocurr¨ªa sobre todo en el terreno menos pisado, el de la generosidad literaria. Descubri¨®, y estimul¨®, a muchos j¨®venes, y se convirti¨® en un ejemplo vivo de la pasi¨®n por la escritura. La ¨²ltima vez que le vimos, la pasada semana, aquel caballero cuya elegancia hab¨ªa acrecentado la edad hac¨ªa recuento de sus amigos enfermos y rodeaba su recuerdo del calor y la bondad que hicieron legendaria su cordialidad y su inteligencia. Con respecto a ¨¦l, poco importaba: buscaba nuevo acomodo en la vida, despu¨¦s de haber perdido su esca?o de senador por Tarragona, y se aprestaba a escribir, para este diario, memorias de ahora mismo, su pasi¨®n m¨¢s evidente. Por el camino, adem¨¢s, segu¨ªa escribiendo sus poemas escuetos, como su propio cuerpo. Y lo hac¨ªa con la paciencia del que no tiene por la posteridad otra mirada que la del desconsuelo. Lo que le preocupaban eran los otros. Se qued¨® en su casa, para escribir sobre ellos, los poemas de Az¨²a, y entretuvo la noche, una de las ¨²ltimas, contando historias divertid¨ªsimas de quienes le rodearon con la admiraci¨®n de los que sab¨ªan que era un navegante irrepetible. Ten¨ªa una memoria prodigiosa e intacta, como si aquel cuerpo castigado como un palo de mar no hubiera perdido ninguna de las calidades intelectuales que le hicieron un capit¨¢n Acab fuera del tiempo. Muchos de sus proyectos se fueron a pique, pero fue por su exceso de exigencia, por su intransigencia intelectual, que era, por otra parte, el origen de su generosidad literaria. Era un tipo sin rencor, algo muy extra?o, y ahora que se ha muerto parece imposible que habiendo sido tan maltratado por el esp¨ªritu enano de la mezquindad hubiera conservado aquella mirada imborrable y nublada de los herederos de Rilke.
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