No, mi coronel
Cuando cumpl¨ª los 21 a?os me dieron un chopo, un petate y una orden:-Vas a limpiar el suelo de las letrinas con la lengua. Hab¨ªa entrado en la mili.
Por las ma?anas me confund¨ªa, a la llegada al cuartel, con una pl¨¦yade de uniformados que ganaban las escaleras con el apresuramiento de los ejecutivos y portaban todos una carterilla negra que deb¨ªa encubrir, pensaba yo, los secretos de la estrategia, las argucias de la t¨¢ctica, los estadillos de la inteligencia. En seguida me enter¨¦ de que era la bolsa del pan donde, seg¨²n categor¨ªas y mando, y seg¨²n tama?o de cada familia, entalegaban uno, dos o tres chuscos para el almuerzo.
Un teniente que daba clases de formaci¨®n a los reclutas nos ilustraba a diario sobre las virtudes del macho y la inadmisible moda de que los hombres us¨¢ramos colonia, "porque a la mujer le gusta que golamos". En cuanto pude, me enchuf¨¦ en una oficina y compatibilic¨¦ aquello con mi trabajo y vida particular. Alternaba tres veces al d¨ªa el uniforme de soldado con la gabardina de civil. Despu¨¦s de 18 meses me licenci¨¦. Hab¨ªa pegado cinco tiros con el mosquet¨®n, andado 20 kil¨®metros en torno a Loeches e ido a por tabaco para el sargento en un centenar de ocasiones. Tambi¨¦n tuve que acompa?ar al hospital a un recluta que hab¨ªa pillado unas purgaciones haci¨¦ndoselo con una puta, pon un duro, contra la tapia de la escuela militar de Getafe. Ese es el Ej¨¦rcito que yo conoc¨ª. Entonces no hab¨ªa democracia en Espa?a, ni partidos legalizados, ni UCD, ni PSOE; pero el coronel Mart¨ªnez Ingl¨¦s hab¨ªa salido ya de la Academia.
Me lo he pensado dos veces antes de escribir este art¨ªculo en una semana en la que los hombres de uniforme est¨¢n siendo otra vez atacados por el terrorismo de todos los signos. El radicalismo etarra y el oscurantismo de los GRAPO se han cobrado sus v¨ªctimas en medio de una crecida de la tensi¨®n como no conoc¨ªamos desde hace tiempo. Pero precisamente por que corren tiempos turbios es mayor nuestra obligaci¨®n de reflexionar sobre estas cuestiones.
Apuntarse a la teor¨ªa conspirativa de la historia es una costumbre paranoica. Yo no creo que los acontecimientos que hemos vivido en los ¨²ltimos d¨ªas hayan sido preparados, manipulados y concertados por nadie. Pienso m¨¢s bien que hay una convergencia de actitudes, de desesperaciones y de cr¨ªmenes que dirigen todos ellos su acci¨®n a una misma meta: desestabilizar. Quienes eso intentan se aprovechan adem¨¢s del juego de disentimientos y oposiciones que la democracia conlleva, y de las frustraciones de no pocos e ingenuidades de muchos actores de nuestra vida pol¨ªtica. De manera que los sucesos se han producido con inusitada rapidez: intentos de desautoriza ci¨®n del proceso electoral, es calada de los terrorismos etarra y fascista, estupor y par¨¢lisis gubernamental -seguido de esas b¨¢rbaras declaraciones del ministro del Interior-, reclamaciones del derecho a la autodeterminaci¨®n por parte de los partidos nacionalistas catalanes y, vascos, enfrenta miento entre el Ejecutivo y los jueces, movilizaci¨®n callejera de la polic¨ªa, oportunismo sindical de la derecha, y -de lo que hoy quiero escribir pese a las circunstancias- apoyo al militarismo, al amparo de libertades democr¨¢ticas esenciales como la de expresi¨®n.
Me dicen los enterados de estas cosas que el coronel Mart¨ªnez Ingl¨¦s, que hoy purga su desobediencia al mando en una c¨¢rcel, sab¨ªa hace ya tiempo que no iba a ascender al generalato y esperaba incluso que cuando su ya famosa obra, Espa?a indefensa, estuviera en librer¨ªas ¨¦l habr¨ªa pasado a la reserva transitoria, en la que conservar¨ªa el sueldo ¨ªntegro, pero no hubiera podido ser objeto de los castigos que hoy recibe ni de su eventual expulsi¨®n del Ej¨¦rcito.
No s¨¦ si efectivamente este caballero hab¨ªa hecho semejantes C¨¢lculos o estas historias: son s¨®lo insidias de sus enemigos para desprestigiarle. El caso es que desde que sali¨® publicada su obrita corre como la p¨®lvora por los cuartos. de banderas, azuzando el descontento militar contra el Gobierno en un momento en el que pasan todas las dem¨¢s cosas que he descrito. Pero no s¨®lo eso, sino que al hilo de una manifestaci¨®n suya a favor del servicio militar procesional y no obligatorio, sus opiniones se han hecho populares en la Prensa v se ha intentado utilizarlas para liderar la protesta, m¨¢s que razonable, de los quintos que se aprestan a vivir experiencias similares a las que he contado al principio de este art¨ªculo. Por si fuera poco, las medidas disciplinarlas, de que ha sido objeto han levantado una ola de furibundos entusiastas de la libertad de expresi¨®n de este coronel, al que por casualidad le o¨ª una ma?ana en la radio que ¨¦l hab¨ªa estado en Argentina y, hab¨ªa estudiado all¨ª la lucha antiguerrillera en el aspecto urbano. A?ad¨ªa que aunque aquello no fuera extrapolable a Espa?a, pues ¨¦l respetaba la Constituci¨®n y todo lo dem¨¢s, si le hubieran dado misiones antiterroristas hubiera planteado una batalla "m¨¢s ofensiva" contra el terrorismo. Como antes hubiera dicho que los militares argentinos ten¨ªan una preparaci¨®n intelectual, profesional y human¨ªstica muy alta, y como estos intelectuales de las armas se hab¨ªan llevado por delante a m¨¢s de 30.000 ciudadanos procurando no dejar rastro de su torturas, asesinatos y expolios comenz¨® a interesarme la figura del susodicho coronel.
Reconozco mi indefinici¨®n en torno a la pol¨¦mica sobre
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servicio militar obligatorio o no. Pienso que ¨¦sta es una discusi¨®n imposible si no se plantea antes la verdadera cuesti¨®n de fondo: la utilidad y necesariedad de los ej¨¦rcitos, sean o no profesionales, y el concepto mismo de defensa nacional. Pero las posiciones que Mart¨ªnez Ingl¨¦s defiende no se refieren s¨®lo, ni primordialmente, a la cuesti¨®n de la mili. Suponen una teor¨ªa, argumentada e insistente, en favor de la llamada autonom¨ªa militar, salpicada de exculpaciones m¨¢s o menos subliminales al 23-F, al que ¨¦l considera un "peque?o susto" o una "an¨¦cdota" y yo considero un crimen.
En resumidas cuentas, lo que Mart¨ªnez Ingl¨¦s dice es que el Ej¨¦rcito espa?ol no vale para casi nada y que el de Tierra ha sido castigado, mimando a la Marina y la Aviaci¨®n, por su participaci¨®n en el tejerazo. Se queja de que no se compran carros de combate y de que la tropa est¨¢ mal preparada y propone un Ej¨¦rcito de especialistas adiestrados que no dejen indefenso a nuestro pa¨ªs. Pero no aparece, claro est¨¢, salvo en el caso de Ceuta y Melilla, en qu¨¦ consiste eso de defender a Espa?a y de qui¨¦n tiene ¨¦sta que ser defendida, y ni siquiera se pregunta por un futuro negociado de esas dos plazas africanas.
La obra de Mart¨ªnez Ingl¨¦s, bien escrita e inteligente en algunos de sus comentarios, se inscribe en el universo de los que suponen que las cuestiones de la defensa son algo que corresponde a los expertos -y por tanto a los militares- y no a los ciudadanos. Adem¨¢s, trata de achacar los indudables vicios y carencias desde el punto de vista operativo del Ej¨¦rcito espa?ol al Gobierno democr¨¢tico de este pa¨ªs. ?ste ser¨ªa culpable de la postraci¨®n y frustraci¨®n en que se encuentran los militares de Tierra, y la raz¨®n no resultar¨ªa otra que una especie de venganza por su participaci¨®n -en realidad, m¨ªnima- en el golpe de hace unos a?os.
Las posiciones de Mart¨ªnez Ingl¨¦s, en definitiva, favorecen a quienes ven con buenos ojos las vacaciones navide?as del teniente coronel Tejero, a quienes se lamentan del escaso papel del Ej¨¦rcito en la vida espa?ola y a quienes protestan por las limitaciones a la acci¨®n pol¨ªtica de los militares.' Su arresto ha levantado una oleada de protestas entre los que defienden la libertad de expresi¨®n del soldado, pero para cualquier sorchi que se haya pasado jornadas enteras en el calabozo por levantarle la voz a un brigada o por llegar tarde a lista, no creo que esto sea una novedad en el seno del Ej¨¦rcito. La suposici¨®n de que los militares no deben tener limitados los derechos constitucionales de que gozan el resto de los ciudadanos me parece absurda. Dichas limitaciones son la consecuencia de un privilegio: tambi¨¦n son los depositarios del uso de la fuerza por parte del Estado. Encarcelar a un hombre por emitir una opini¨®n es, desde luego, aberrante. Pero el arresto de Mart¨ªnez Ingl¨¦s no se produce como un hecho aislado, sino en el seno de una organizaci¨®n en la que estas pr¨¢cticas son comunes y est¨¢n sancionadas por ley.
No es la libertad de expresi¨®n lo que se castiga con el arresto de Mart¨ªnez Ingl¨¦s, sino que se protege la no interferencia de los militares en el debate pol¨ªtico. Una vez que no pueda impartir ¨®rdenes y que no tenga que recibirlas, sus opiniones, por peregrinas que sean, tendr¨¢n derecho a expresarse. Pero, mientras tanto, tan preocupado que est¨¢ por los problemas de la defensa, debe admitir que el lugar de un militar, en una democracia, es el cuartel, y no las tribunas de opini¨®n.
En plena Guerra Mundial preguntaron a Churchill cu¨¢l era la situaci¨®n. "Muy sencillo", coment¨®. "Toda Europa est¨¢ invadida por el Ej¨¦rcito alem¨¢n, salvo Espa?a, que se encuentra invadida por su propio Ej¨¦rcito". Once a?os de democracia han relegado la sentencia al rinc¨®n de las frases famosas. Pero ser¨ªa una estupidez ignorar la a?oranza que algunos sienten de ella.
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