?Una Europa que se queda sin magos?
William Rees-Mogg se divertir¨ªa, estoy seguro, con la lectura del texto de un gran polemista franc¨¦s de extrema derecha, L¨¦on Daudet, que hizo un balance amargo y despectivo de este "est¨²pido siglo XIV'. Un texto brillante, c¨ªnico y truculento que trae a la memoria c¨®mo se puede ser acusado de ceguera cuando a alguien se le ocurre hacer un diagn¨®stico definitivo sobre su ¨¦poca. Sobre este mismo siglo XIX, William Rees-Mogg expresa una nostalgia que no se puede m¨¢s que compartir cuando cita la pintura francesa, la m¨²sica alemana y la contribuci¨®n brit¨¢nica a la literatura y a la ciencia. Por mi parte, yo a?adir¨ªa, sin chauvinismo excesivo, que la ausencia de Balzac y Stendhal, de esos dos gigantes, me parece sorprendente en esta relaci¨®n.Por no hablar de Flaubert, a quien los cr¨ªticos de Gran Breta?a pretenden (?por qu¨¦ no?) conocer mejor que los franceses y a quien colocan, de buen grado, en la, cumbre. Y si paso al siglo XX, que se me permita decir que Will¨ªam Rees-Mogg lo decapita alegremente al silenciar a Proust y Kafka, sin los cuales los europeos no ser¨ªan lo que son.
Sin embargo, no quiero eludir la verdadera cuesti¨®n de fondo que sostiene los humores enciclop¨¦dicos del presidente del Arts Council. Est¨¢ a la b¨²squeda de los grandes creadores que moldean las mentalidades europeas y no los encuentra, al menos en esta segunda parte del siglo XX.
Al plantearle yo mismo esta cuesti¨®n, al Final de su vida, el fil¨®sofo franc¨¦s Michel Foucault me respondi¨®: "los grandes creadores, al menos en el orden del pensamiento, conscientemente o no, han intentado desde hace siglos perpetuar la tradici¨®n de los sabios griegos, de los profetas jud¨ªos y de los legisladores romanos. Es decir, que han intentado, y para su ¨¦poca han conseguido pensar lo universal. Con la crisis de la raz¨®n esto nos est¨¢ ya prohibido".
Foucault no s¨®lo pensaba en Erasmo y en Goethe, en Descartes y en Nietzsche, sino tambi¨¦n en Cervantes y Vel¨¢zquez, en Shakespeare como en Dostoievski. Lo que quiere decir que no reservaba nuestra deuda intelectual a los fil¨®sofos y a los ensayistas, sino a todos los artistas constructores de la fantas¨ªa colectiva. Descubriendo sus l¨ªmites, y obligada a concentrarse en lo fragmentado y lo destrozado, nuestra raz¨®n estaba, seg¨²n Foucault, condenada a hacer su propia historia, su "arqueolog¨ªa", ten¨ªa que renunciar a la pretensi¨®n de formular una concepci¨®n del mundo. La era de los maestros del pensamiento y de los rnagos estaba, seg¨²n ¨¦l, anticuada.
Los faros
Si no hay que recordarlo todo en la tenebrosa concepci¨®n que el fil¨®sofo franc¨¦s ten¨ªa del porvenir del hombre, (sobre todo en una ¨¦poca en donde el triunfo de la libertad en el Este ve volver con fuerza el retorno del sujeto) se le puede muy bien seguir en su voluntad de buscar en otro sitio que no sean los "faros" de la humanidad, en el sentido que le daba Baudelaire a la palabra, los momentos de efervescencia creadora y las fuentes de la luz.?En otro sitio? Pero, ?d¨®nde? Nosotros, intelectuales formados en la filosof¨ªa, las letras o las artes, hemos aprendido mucho de hombres como el fil¨®sofo de, las ciencias, Gaston Bachelard, y como Michel Foticault sobre la historia de las ideas y de las mentalidades. En primer lugar, gracias a ellos hemos puesto en el sitio que le corresponde a faros culturales como Galileo, Newton, Carnot, Clauslus, Thompson, Boltzman, Maxwell, Eisenberg, Niels Bohr y Einstein.
Ya sabemos que no hay historia de las ideas sin historia de las ciencias, y hay que incluir en ellas, la ling¨¹istica y la etnolog¨ªa. Sabemos lo que el liberalismo debe a la mec¨¢nica de Newton que ha subrayado la reversibilidad del movimiento de las fuerzas. Sabemos lo que el marxismo debe, por una parte a Darwin, y por otra parte a los te¨®ricos de la termodin¨¢mica. Sabemos que los descubrimientos de Maxwell sobre electromagnetismo han cambiado la visi¨®n del universo, y sabemos lo que Proust, Einstein y Freud se deben mutuamente.
En resumen, conocemos la interacci¨®n de las ideas cient¨ªficas y de la creaci¨®n. La conocemos, pero hacemos como si no la conociesemos. Hemos mantenido los mismos criterios y las mismas referencias.
Despu¨¦s de la mec¨¢nica, la termodin¨¢mica y el electromagnetismo, hemos entrado en la era de la inform¨¢tica. Como dice Michel Serres: la biolog¨ªa, la ling¨¹¨ªstica y la telem¨¢tica est¨¢n dando lugar a expresiones est¨¦ticas nuevas y filosof¨ªas originales". Estar¨ªan en este momento en estado de gestaci¨®n colectiva, preparadas a dar a luz a nuevas encarnaciones.
El cine
Es posible, lo que ya paso, que atravesemos una ¨¦poca -un par¨¦ntesis- de redundancias y de estancamientos. Restauramos, revocamos, resucitamos, modernizamos, transfiguramos, pero no creamos: es lo que se escucha por todas partes y siempre se cita el mismo ejemplo, el de la ¨®pera, donde s¨®lamente los int¨¦rpretes brillan.A veces, se cita el ejemplo de la m¨²sica que se qued¨® estancada en Mahler, Alban Berg, Chostakovitch, Stravinski y Boulez. Pero hay ejemplos en contra en arquitectura y urbanismo. Y la pintura, ?se par¨® en Picasso, este faro de los faros? es un debate sin fin, donde nadie convence realmente.
Podr¨ªa a?adir lo extra?o que me parece que William Rees-Mogg ignore la importancia de la nueva expresi¨®n est¨¦tica del siglo XX que es el cine. ?Moldeador de mentalidades? ?Constructores de la fantas¨ªa? ?Qui¨¦n ha cumplido mejor este papel que Ingmar Bergman, Luis Bu?uel, Jean Renoir, Federico Fellini y John Ford? Pero si corriprendo bien, la cuesti¨®n planteada es una vez m¨¢s la del fin de los profetas. Spinoza ya se alegraba de esto. Seg¨²n la palabra de Gide, no quer¨ªa ver a Dios en otro sitio que en todas partes.
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