T¨®picos de Navidad
LOS T?PICOS de la Navidad a la espa?ola se aprietan y se hacen m¨¢s densos cada a?o: las carreteras atragantadas, con sus muertos en la cuneta, y las ciudades intransitables y espesas; los dulces y otras gastronom¨ªas predestinadas y sus precios en la escalada; los juguetes de lujo infundidos en la mente de los ni?os, a los que se supone indefensos e inocentes -indefenso, inocente y vencido es el padre-; el viaje largo, el traje de firma, el alcohol f¨¢cil.El moralista se opuso al concepto restrictivo, cerrado, nost¨¢lgico, al amor a fecha fija y a la familia de una vez al a?o, que formaban el t¨®pico de siglos anteriores: pretend¨ªa libertad e imaginaci¨®n para las que se llamaron vacaciones trimestrales, suponiendo que el curso escolar -por el que se rige el descanso de los adultos (diciembre o ex-Navidades; primavera o Semana Santa, y el doble, largo y estimulante verano)tuviera un espacio l¨²dico nuevo, y no s¨®lo religioso (que ya explica la Iglesia que no es incompatible lo uno con lo otro: puede ser la misma clientela).
El moralista actual tampoco est¨¢ contento (no lo est¨¢ nunca). Supone que la ceguera del per¨ªodo cada vez m¨¢s largo de fiesta representa un consumismo exagerado, un despilfarro; que cada vez se vuelve m¨¢s irreal el mundo del trabajo, que va pareciendo cada vez m¨¢s un espacio entre dos fiestas, y sus salarios, una minucia ante el despliegue de las loter¨ªas y otros juegos; que participar abundantemente en la fiesta se est¨¢ convirtiendo en un escaparate obligatorio para la exhibici¨®n del nivel social y econ¨®mico del individuo; que en lugar de suponer un descanso representa un esfuerzo para pagarlo; que es una lanzada al costado de la econom¨ªa nacional, que pretende ser ahora, sobre todas las cosas, restrictiva de la inflaci¨®n y de la circulaci¨®n del dinero...
La realidad es que a?o tras a?o hay m¨¢s personas con m¨¢s dinero, y que esta caravana es la que aprieta los t¨®picos, y los que llegan a ella como nuevos imitan el rito de la riqueza y sienten la felicidad de haber conseguido algo sobre lo que han basado la ansiedad de muchos a?os de espera, ansiedad en la que todav¨ªa sigue instalada la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. El juicio sobre si esto es bueno o malo est¨¢ en suspenso. El mismo Gobierno que aduce el triunfo de su macroeconom¨ªa -que parec¨ªa tan despectiva para la microeconom¨ªa, para la del individuo- alarma ahora sobre esta expansi¨®n que ¨¦l mismo no consigue regular. Otros economistas discrepan y creen que el gran gasto procura trabajo, beneficios empresariales y una sensaci¨®n de bienestar que influye en la convivencia pac¨ªfica y en la reducci¨®n de tensiones.
Si esta Navidad fucra otra vez de bel¨¦n de barro, pandereta y chuponcito de an¨ªs para la abuela -venerada porque, como ella dice incesantemente, no estar¨¢ sentada a la camilla en la del a?o siguiente-, ser¨ªa una cat¨¢strofe para varias industrias: la de la jugueter¨ªa, que s¨®lo en anuncios para la televisi¨®n ha invertido este a?o 5.000 millones de pesetas, las grandes entradas anuales del comercio, la hosteler¨ªa, los regalos, la alimentaci¨®n especializada...
Ante estos apretones espor¨¢dicos de los nuevos t¨®picos no hay mucha moral que extraer: s¨®lo se puede anotar que se inscribe en un medio de vida adoptado por las nuevas clases espa?olas, en un costumbrismo que ha dado la vuelta al tapiz anterior y que no sabemos ad¨®nde conduce. Es habitual tambi¨¦n, o tambi¨¦n t¨®pico y lugar com¨²n, intentar destilar una cierta amargura y un esp¨ªritu de culpabilidad sobre quien se dispone a la alegr¨ªa ritual: el recuerdo al pobre, el llamamiento a la caridad, la petici¨®n incesante de prudencia y moderaci¨®n en las carreteras, en el alcohol y las digestiones. No tiene por qu¨¦ faltar ahora, porque si no el cuadro estar¨ªa incompleto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.