En busca del siglo perdido
Los milenaristas van a tener que reciclarse lo m¨¢s deprisa pos?ble: el siglo XXI ha venido, nadie sabe c¨®mo ha sido; en estos momentos se est¨¢ desplomando sobre nuestras desprevenidas cabezas, y habr¨¢ que reorganizarlo todo, pues nos ha cogido con la casa sin barrer. Ya era hora. El siglo XX, el mas tr¨¢gico de la historia de la humanidad, est¨¢. dando las ¨²ltimas boqueadas y al final va a quedar reducido a la m¨ªnima expresi¨®n. Ha sido el peor y el m¨¢s corto. Empez¨® con la llamada primera gran guerra, a mediados del segundo decenio, y termina en medio del derrumbamiento del muro de Berl¨ªn, como si otra vez amaneciera la esperanza. Pero esta. expresi¨®n nos sigue dando miedo, pues ya sabemos lo que suele pasar cuando amanecen las esperanzas, pues todo el mundo querr¨¢ apoderarse de la suya.Entre una poes¨ªa que desemboca en el silencio y el estruendo vac¨ªo de los ¨¦xitos de ventas de la narrativa universal, la literatura sobrevive a duras penas, sin resignarse a perder su condici¨®n de espejo. Tras el Nobel a Camilo Jos¨¦ Cela, los acad¨¦micos suecos lo van a tener bastante dif¨ªcil. Se sigue hablando de grandes bloques ling¨¹¨ªsticos del mundo que todav¨ªa no tienen su correspondiente Premio Nobel: China, por ejemplo, pero el sangriento portazo de la plaza de Tiananmen se lo ha puesto bastante dificil. Lo de la lengua portuguesa, la de Camoens y Pessoa, parece estar m¨¢s claro, y si sus candidatos cl¨¢sicos y vivos parecen haber envejecido demasiado si¨¦ndolo sin parar -el portugu¨¦s Miguel Torga y el brasile?o Jorge Amado- ah¨ª estar¨ªa el fulminante triunfo europeo de Jos¨¦ Saramago, hasta en la. propia Suecia, para remediarlo todo.
Pero los suecos, como Europa entera, miran al Este como hipnotizados. Pues ya no se trata tan s¨®lo de disidentes, tan abun dantemente galardonados en e? pasado: Iv¨¢n Bunin, Alexander Solvenitsin, Czeslaw Milosz o Joseph Brodsky, los tres ¨²ltimos todav¨ªa bien vivos, y hasta alguno de ellos dispuesto a regresar. Pasternak no se fue nunca, y la ortodoxia estalinista recibi¨® tambi¨¦n su premio a trav¨¦s de Sholojov. Pol¨ªtica nobelera. Ahora las miradas escrutan hacia el interior mismo de esos pueblos en pleno deshielo, y esta vez de verdad, aunque la nueva glaciaci¨®n ser¨¢ m¨¢s lenta de lo previsto.
Campanas al vuelo
Por ello, escritores como Anatoll Rybakov, Vladimir Makanin o el propio Dudintsev parecen contar con m¨¢s posibilidades que el solitarlo y magn¨ªfico Zinoviev, el ¨²nico que no cree en absoluto en la perestroika. Este a?o, en la estela de Cela, se hablaba ya del h¨²ngaro Gy?rgy Konr¨¢d, que, sin embargo, no tiene demasiada obra y tambi¨¦n escap¨® a Par¨ªs, a no ser que haya regresado ya. Milan Kuridera. otro a punto de volver, ha triunfado demasiado, aunque tampoco estar¨ªa mal. En su propio pa¨ªs sigue Bohumir Hrabal, mientras la presidencia de Vaclav Havel le quitar¨ªa posibilidades, como la probable presidencia de Vargas Llosa en el continente americano.
Hemos echado las campanas al vuelo tal vez con precipitaci¨®n excesiva, pues si la historia parece haberse desencademado, su velocidad vi sible se ver¨¢ ralentizada por toda suerte de inercias y resistencias. Pero este deshielo que en esta ocasi¨®n parece seguro producir¨¢ en el Oeste una nueva glaciaci¨®n, no se olvide, y ah¨ª est¨¢ el resurgimiento (de nuevos movimientos neofascistas en Europa y Am¨¦rica para demostrarlo, en estos tiempos, adem¨¢s, en los que las reivindicaciones de Louis-Ferdinand C¨¦line o Ernst J¨¹nger -tan indiscutibles como la de Jorge Luis Borges, desde luego- son tan indiscriminadas y acumulativas como las que Hitler realiz¨® de Nietzsche y Wagner. La pol¨¦mica reciente que se ha desencadenado en torno a Heidegger permite imaginarlo todo, tanto como las florecientes votaciones de Le Pen y los republicanos de Alemania Occidental. Cada cual lleva su shador en la cabeza, no se olvide.
Acaso nos las promet¨ªamos demasiado felices, con tanta posmodernidad y tanto pensamiento d¨¦bil, y al haber arrinconado todas las banderas hemos dejado huecos abiertos a toda suerte de oportunismos. La llegada de los pueblos del Este nos obligar¨¢ de todas formas a recuperar, a reflexionar, a revisar lo desechado por si la intemperie resulta demasiado fuerte. Ser¨¢ tanto cuesti¨®n de inventar la historia como de resistirla, aunque ese sernijapon¨¦s con nombre de volc¨¢n -Fukuyama- nos diga que ha terminado. Todo lo contrario, pues se abre una nueva etapa, y, si la Revoluci¨®n Francesa ha celebrado un arquitect¨®nico segundo centenario, la desaparici¨®n de las democracias populares significa tanto la muerte del totalitarismo como el resurgir de lajusticia de entre las cenizas de la victoriosa libertad.
Frente a las coartadas de Wole Soyinka o de Naguib Mahfouz, el di¨¢logo Este-Oeste ha sido permanente en literatura, mucho m¨¢s que el Norte-Sur. En el primero ten¨ªamos las espaldas bien cubiertas, hasta Jap¨®n hab¨ªa escapado de los moldes de Kawabata, y V. S. Nalpaul, con conocimiento de causa, resultaba m¨¢s colonialista -o al menos criticaba el anticolonialismo- en nombre de una raza que se negaba a ser defendida por Doris Lessing, que tuvo que refugiarse en ficci¨®n cient¨ªfica. Pero ahora todo es tan distinto que la perestroika est¨¢ dejando sin base a la novela del espionaje, tan floreciente hasta ayer mismo, como lo va demostrando el desanimado John Le Carr¨¦, que ahora ya privatiza a sus esp¨ªas.
Resulta curioso que ahora, cuando ya est¨¢bamos totalmente convencidos de la necesidad de contar historias, de recuperar el sentido de la narraci¨®n directa, de la aventura, de volver a los argumentos, a la creaci¨®n de personajes, y a todo eso del ritmo y, de la seducci¨®n, las historias se nos est¨¦n empeque?eciendo m¨¢s que nunca, se hagan diminutas, (den vueltas en torno a nuestros peque?os ombligos, y desemboquen en lo que Juan Benet llamaba el "pan y chocolate", o, en el mejor de los casos, en el "realismo sucio" norteamericano, hu¨¦rfano ya desde la muerte de Raymond Carver. Ya hab¨ªamos conseguido escribir mejor que nunca y todo para arruinar al vacilante yuppy de Tom Wolfe y sus peque?as vanidades, que tampoco son para tanto. Mucho m¨¢s importante resultaba toda la violencia neoyorquina de alrededor.
Alud del Este
Habr¨¢ que esperar, por tanto, el gran alud literario que nos vendr¨¢ del Este, lo que al mismopempo introducir¨¢ en nuestras letras la necesaria dosis de gravedad y dolor, de amblci¨®n y nobleza. Pues en el Oeste la situaci¨®n no era excesivamente prometedora, con la poesia reducida a sus diminutos mercados pi?vados, el teatro cada vez m¨¢s gesticulador y mudo, la filosof¨ªa desembocando en las p¨¢ginas de los peri¨®dicos y la narrativa de consumo invadi¨¦ndolo todo. Las vanguardias resistir¨¢n en sus ¨²ltimos bastiones, desde Pyrichon y Hawkes hasta la herencia de Georges Perec, el g¨¦nero hist¨®rico merece renovaci¨®n -el ¨²ltimo Eco as¨ª lo ha advertido-, los esp¨ªas buscar¨¢n otros horizontes, el erotismo se ahoga en un vaso de agua y la novela seria ser¨¢ m¨¢s formalista e intelectual al misirio tiempo.
Italo Calvino, el gran prestidigitador que acaba de dejarnos -poco antes del sutil resistente Sciascia- nos anunci¨® un pr¨®ximo milenio cargado de levedad, rapidez, visibilidad, pero tambi¨¦n de exactitud, multiplicidad y consistencia. Las tres pnimeras condiciones dominar¨¢n el mercado, pero las tres ¨²ltimas ser¨¢n el privilegio de la verdadera literatura. Habr¨ªa que reflexionar por qu¨¦, pese a su control del mercado internacional, las letras anglosajonas no hayan tomado el relevo de Faulkner, las franceses de Proust o C¨¦line, y as¨ª sucesivamente, y que, tras la explosi¨®n latinoamericana, la mejor novela del ¨²ltimo decenio haya surgido en Alernania e Italia. Y habr¨¢ que advertir tambi¨¦n que, a pesar del hurac¨¢n que viene del Este y que tan felices nos hace, las tres cuartas partes del mundo siguen ah¨ª, que los controles se debilitan inexorablemente y que a pesar de las comodidades y perfeccionamientos de nuestra gran aldea global seguimos a la intemperie.
Babelia
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