Rebajas
A las nueve de la ma?ana, una hora antes de que los grandes almacenes abran sus puertas, cientos de mujeres, acaso miles, ya tienen tomadas posiciones para asaltarlos. A las diez, los asaltan. El servicio encargado de abrir las puertas huye despavorido del tropel de mujeres que pugnan por llegar las primeras a los mostradores y comprar los mejores art¨ªculos de las rebajas. Si pugnan cort¨¦s o violentamente, ¨¦sa es distinta cuesti¨®n. Seguramente de todo habr¨¢, aunque, al parecer, prefieren hacerlo violentamente. Es normal ver a varias mujeres tirando de un abrigo, y, naturalmente, se lo lleva la m¨¢s fornida o la m¨¢s viva.En la batalla de las rebajas triunfan las gigantonas y las menuditas. Las gigantonas avanzan devastadoras, arrollando mujer¨ªo, mientras las menuditas se van colando entre el caderamen a la chita callando y alcanzan f¨¢cilmente el mostrador. Las dem¨¢s, que arreen: si lo que les interesa es presumir de tipo y de finolis, que no vayan a las rebajas. A las rebajas hay que ir imbuido de esp¨ªritu guerrero. Algunas mujeres acuden a las rebajas con sus amigas m¨¢s ¨ªntimas en plan comando suicida. Otras no avanzan devastadoras, ni se cuelan a la chita callando, ni forman comandos suicidas, ni nada, y permanecen alejadas del tumulto. Cuando al fin consiguen acercarse a los mostradores, quedar¨¢ all¨ª lo que quede, pero mientras las dem¨¢s se dejaron horquillas, botones, collares, quiz¨¢ hasta un desgarr¨®n en la refriega, ellas van tan enteras y aseaditas como cuando llegaron, felices con su bolsa y su compra.
Los hombres apenas acuden a las rebajas, pues discriminan a la santa esposa -s¨®lo porque es mujer, ya ves- responsabiliz¨¢ndole de la intendencia familiar. Ahora bien, si luego les toca vestir el chaleco cruc¨ªfero pespunteado de trochas gualdas y el macferl¨¢n carmes¨ª con vistosas cenefas verdegay que la santa esposa encontr¨® en un mostrador a mitad de precio, lo tienen merecido. Por machistas.
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