Llamada a la prudencia
Seguramente esas hechuras de viejos hidalgos, dispuestos a perderlo todo menos el honor, todav¨ªa nos cuadran, a pesar de nuestra nueva condici¨®n de europeos legitimados. "M¨¢s vale honra sin barcos que barcos sin honra", o "?m¨¢s se perdi¨® en Cuba!" son frases sin duda antol¨®gicas, aunque su precio valga perder una escuadra, una colonia y la propia estimaci¨®n, que es la ¨²nica forma secularizada de denominar la honra. Pero el prurito de la honra nos ha jugado tambi¨¦n malas pasadas en otros terrenos menos belicosos que las guerras coloniales, como se demuestra con algunas an¨¦cdotas concernientes a incrementos fallidos de nuestro patrimonio art¨ªstico. Algunas de ellas son recientes y quiz¨¢ convenga recordarlas, como el fracaso de las negociaciones con Gulbenkian para la instalaci¨®n de su colecci¨®n en Espa?a, o del fabuloso legado del mexicano Carlos de Beistegui, que acab¨® donando al Louvre lo que en principio pensaba entregar al Prado.Frustraciones
Todo el mundo tiene oportunidad de apreciar en Lisboa los fondos de la Gulbenkian, pero quiz¨¢ s¨®lo algunos eruditos sepan que la donaci¨®n Beistegui comprend¨ªa, entre otras maravillas, varias obras de David e Ingres, dos figuras capitales del arte en la ¨¦poca contempor¨¢nea de las que no hay representaci¨®n en nuestra pinacoteca, adem¨¢s de uno de los mejores retratos de Goya, el de la Condesa de Carpio, tambi¨¦n llamada Marquesa de Solana, de una calidad equiparable, al de la Condesa de Chinch¨®n, y, en fin, cuadros muy notables de Rubens, Van Dyck, Fragonard, Larguilli¨¨re, de primitivos franceses... Todos ellos est¨¢n hoy colgados en el Museo del Louvre, junto a un retrato del propio Beistegui, pintado por Zuloaga, y un autorretrato del citado pintor vasco.
"Mientras yo sea director del Prado aqu¨ª no entrar¨¢ Zuloaga", se dice que afirm¨® quien entonces se responsabilizaba del museo, poco dispuesto a claudicar las increibles pretensiones del frustrado legatario mexicano, que, a decir tiene, no tuvo excesivas dificultades en hallar otras mangas m¨¢s anchas que las nuestras. Habr¨¢n adivinado que esas incre¨ªbles pretensiones se reduc¨ªan a la presencia de los dos retratos de Zuloaga junto a las obras maestras; por ¨¦l atesoradas, tal y como, tras su muerte, ocurre en el Museo del Louvre, exactamente desde 1953.
Cada caso no deja de ser diferente y, desde luego, ninguna instituci¨®n, con o sin la solera del Museo del Prado, debe dejarse intimidar por las exigencias de radie, ni siquiera por las de un eventual generoso donante, pero hasta el punto de negarse a analizarlas con rigor y cierta perspectiva hist¨®rica. Las reflexiones vienen al caso por el nuevo aire pol¨¦mico que envuelve al tan a?orado pr¨¦stamo temporal de la colecci¨®n Thyssen, ayer mismo publicitado como una de las mejores conquistas de nuestro incremento patrimonial y hoy fuente de todas sospechas.
Es posible que el Ministerio de Cultura se haya equivocado si es que efectivamente ha sido el responsable de ello, en preservar con excesivo sigilo no s¨®lo las negociaciones, lo, que es explicable, sino hasta las condiciones de protocolo hoy en vigor, que, seg¨²n nos vamos enterando, distan mucho de ser inaceptables, sobre todo si se analiza lo que se recibe a cambio. Es posible asimismo que alguna declaraci¨®n del bar¨®n no haya sido muy afortunada, pero no creo que se le deba retirar por ello el beneficio de la duda, cuando, por seguir con el refranero, "obras son amores y no buenas razones".
En fin, soy de los que piensan que nuestro pa¨ªs recibir¨¢ un gran beneficio cultural y econ¨®mico no s¨®lo si logra ver cumplidos los actuales t¨¦rminos del acuerdo de cesi¨®n temporal de la colecci¨®n Thyssen, sino que multiplicar¨¢ el mismo si es capaz de obtener una cesi¨®n definitiva.
En estas cosas pongo yo a menos la honra patria, que no e s¨®lo, como dijera el cl¨¢sico, sin adivinar la que se nos ven¨ªa encima, patrimonio del alma y, en cualquier caso, una virtud no necesariamente re?ida con la prudencia.
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