El velo de la ignominia
Como la estrella amarilla de los jud¨ªos y la rosa de los homosexuales bajo Hitler, o la marca de las prostitutas y las prohibiciones en el vestido de los siervos en la Edad Media, el velo de las mujeres musulmanas les ense?a desde la infancia -porque el adiestramiento para la humillaci¨®n ha de comenzar pronto, con el prop¨®sito de evitar cualquier conato de rebeld¨ªa- que ellas son seres mutilados, deformes, pecaminosos; porque no son hombres. Ellas, por ser mujeres, destinadas a la reproducci¨®n de la especie como todas las hembras mam¨ªferas, y sin m¨¢s objetivo que alcanzar en su vida, marcadas cada mes con la hemorragia de la impureza, deben taparse de la mirada de los dem¨¢s, ocultar la verg¨¹enza de haber nacido mujer. El velo que deben usar las mujeres musulmanas es el distintivo de la impureza femenina, la marca de su ignominia.Las voces que hoy se alzan defendiendo el uso del velo en la escuela para las muchachitas musulmanas, en la Francia democr¨¢tica, republicana y laica, en raz¨®n de la "libertad de conciencia" y del "respeto de las culturas diferentes", no se atrever¨ªan a lanzar el primer gru?ido para defender el uso de la prenda que fuese la se?al p¨²blica de la diferencia entre la negritud y la blancura. Esas mismas conciencias tan liberales considerar¨ªan impropio de pa¨ªses civilizados que se mantuviese un traje distinto para el criado que para el se?or. Ellos, los escandalizados por el ataque a lo que suponen libertad religiosa, no consentir¨ªan que nadie les impusiese el caft¨¢n, ni el turbante, ni la gorra, ni el sombrero, si ello iba a significar la marca de su inferioridad social. Claro que la imposici¨®n en el vestir de las muchachas musulmanas no viene dada por el Estado franc¨¦s, sino por el pater familiae y por el jefe religioso de su tribu, y est¨¢ bien que las mujeres vistan seg¨²n las reglas de su tribu y las normas religiosas impuestas por los jefes. As¨ª se defiende m¨¢s eficazmente la supervivencia del patriarcado.
Es bueno para los hombres, para todos los hombres, que las mujeres obedezcan al pater familiae, que no pongan en cuesti¨®n las milenarias reglas de la sumisi¨®n femenina. Es bueno para los hombres, para todos los hombres, que las mujeres obedezcan las leyes de la familia y no las del Estado. Como Ant¨ªgonas siempre presentes defendiendo las leyes del patriarcado frente a las de la ciudad, las mujeres no son ciudadanas, no tienen derechos y deberes como los dem¨¢s individuos que pagan impuestos, votan peri¨®dicamente y acatan la Constituci¨®n. Las mujeres son hijas, esposas, amantes, madres, ad¨²lteras, v¨ªrgenes, prostitutas, monjas, viudas. Ellas siguen siendo s¨®lo hembras cuyo status social depende del uso que haga de su sexo y de la relaci¨®n que mantenga con un hombre.
Por tanto, no tienen que obedecer las reglas de la escuela p¨²blica y laica en esa Francia republicana que hace 200 a?os realiz¨® una decisiva revoluci¨®n para acabar, fundamentalmente, con los s¨ªmbolos de la opresi¨®n. Las mujeres deben obedecer ¨²nicamente al hombre de la familia. Las ni?as, y ni?as son esas d¨®ciles criaturas de 12 o 14 a?os que acuden a la escuela envueltas de los pies a la cabeza en los velos de su ignominia, s¨®lo tienen que obedecer al padre, patr¨®n, patriarca, amo de su cuerpo, de su vida y de su destino.
Las voces que defienden las diferencias culturales para mantener a las mujeres musulmanas porque nadie sabe todav¨ªa lo que dir¨ªan si fuese a sus elegantes, sofisticadas y liberadas mujeres francesas a las que quisiesen envolver en velos, resultan tan risibles como los que hablan de que los negros no son inferiores, pero s¨ª diferentes. Los intelectuales que aducen el respeto a la libertad de las ni?as para vestir el velo resultan sospechosamente ignorantes. Nadie ignora que en las familias musulmanas ninguna mujer viste, come, duerme, ni respira, sin permiso o por imposici¨®n del padre o del marido. Est¨²pido resulta defender que una hija de familia de 12 a?os cumple con las reglas de la religi¨®n de sus padres por "libertad propia".
Los hombres de ese Gobierno franc¨¦s que hab¨ªan permitido hasta ahora -ya que era del dominio p¨²blico- las mutilaciones sexuales a las ni?as de ocho a?os, en los hogares musulmanes, seguramente porque los hombres de ese Gobierno deben pensar que es bueno que las mujeres obedezcan al jefe de la familia, se han visto inducidos, despu¨¦s de que la brutal operaci¨®n ocasionara varias muertes seguidas de ni?as, a enjuiciar, encarcelar y condenar a una desgracia a su madre, mutilada ella misma, analfabeta, ignorante de cualquier palabra francesa, hundida en la prisi¨®n del domicilio conyugal, mientras el padre y marido quedaba en libertad, respetado como hombre, como marido y como padre. Al concluir el juicio con la condena de la madre, varios escritores franceses no han dudado en comentar que todo el mundo sabe que la culpable no hizo m¨¢s que cumplir las normas impuestas por el padre de la familia. "Nada se mueve en la casa sin el permiso del marido", reprodujo textualmente la Prensa.
Hoy, esos mismos hombres del Gobierno franc¨¦s, alentados por los intelectuales y los pol¨ªticos que se han alzado indignados en defensa del velo -pol¨ªticos e intelectuales que nunca se manifestaron para condenar la clitoridectom¨ªa, el maltrato a las mujeres o las desigualdades del salario fernenino-, ya que deben pensar que es bueno que las ni?as obedezcan las normas patriarcales, se enfrentan al desafilo de prohibir o de permitir ese signo de la ignominia femenina que es el velo musulm¨¢n. La permisi¨®n de que las ni?as vayan cubiertas a la escuela ser¨ªa la prueba m¨¢s rotunda de que el feminismo se encuentra en su cota m¨¢s baja de influencia, mientras el patriarcado goza de muy buena salud en Francia.
es abogada.
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