Aniversario de una amenaza de muerte
Ha pasado ya un a?o desde la declaraci¨®n de la fet¨²a contra Salman Rushdie realizada por el posteriormente fallecido ayatol¨¢ Jomeini. No creo que Rushdie sea el ¨²nico autor cuya vida haya sido amenazada, pero, sin duda, es el primero del mundo occidental, tradicionalmente cristiano, que recibe una sentencia oficial de muerte por parte del l¨ªder de una religi¨®n extranjera. Como musulm¨¢n renegado que es, al se?or Rushdie se le podr¨ªa comparar con los renegados cristianos, que constituyen una mayor¨ªa entre nuestros ciudadanos. Me refiero a que acepta una libertad de elecci¨®n moral que podr¨ªa cosiderarse de herencia cristiana. Puede escribir y publicar lo que desee, un derecho que no permite el islam. Los musulmanes que viven en el Reino Unido se equivocan al negar ese derecho. En mi opini¨®n, esto es algo en lo que generalmente est¨¢n de acuerdo todos aquellos que no comparten esa fe.A finales de este mes se representar¨¢ en el Barbican una versi¨®n adaptada para el teatro de mi novela La naranja mec¨¢nica. Desde que en 1962 se publicara el trabajo por primera vez, he recibido amenazas -por correo o telef¨®nicas- de personas ofendidas, que me acusaban de haber pecado contra la Luz por haber mostrado a la humanidad tal y como ¨¦sta es: gratuitamente agresiva y dif¨ªcil de redimir del pecado original. Las amenazas aumentaron con el estreno de la pel¨ªcula basada en el libro, e iban dirigidas tanto a la persona del director de la misma, Stanley Kubrick, como a m¨ª mismo. Parece ser que Kubrick ha retirado la pel¨ªcula de este pa¨ªs porque est¨¢ cansado, y posiblemente inquieto, ante tales amenazas. Los agraviados, que en mi caso incluyeron a un enloquecido evangelista aficionado con una pistola y a un indio algonquino con hacha de guerra, coincid¨ªan en que ninguno de ellos hab¨ªa comprendido de qu¨¦ trataba el libro o la pel¨ªcula. Con la aparici¨®n de la versi¨®n teatral posiblemente se reavive esta incomprensi¨®n, que permanece aletargada por el momento. Supongo que las amenazas se renovar¨¢n. Al igual que Rushdie, aunque por diferentes razones, en la actualidad me encuentro incomunicado. En general, no creo que la mayor¨ªa de las amenazas se lleven a la pr¨¢ctica, dado que el agravio moral puede ser satisfactorio por s¨ª mismo. Pero la fet¨²a de Rushdie se deriva de la creencia religiosa, y eso es siempre peligroso.
John Le Carr¨¦, escritor de novelas de espionaje, declar¨®, acertadamente en mi opini¨®n, que Rushdie es una v¨ªctima, pero no un h¨¦roe. Se le podr¨ªa considerar un h¨¦roe si Los versos sat¨¢nicos propusieran una forma de trabajo did¨¢ctico y no amparado, por tanto, exclusivamente en la ficci¨®n, la inculcaci¨®n de una mayor humanidad y tolerancia en las doctrinas del islam. Por el contrario, fue vilipendiado y amenazado injustamente por fan¨¢ticos que hab¨ªan meditado sobre sus palabras y las hab¨ªan rechazado. Pero los que le acusaban no hab¨ªan le¨ªdo su libro -una situaci¨®n c¨®mica que no tiene ninguna gracia- y el propio Rushdie ha escrito una fantas¨ªa sat¨ªrica que no nos ense?a nada. ?l, al igual que muchos de nosotros, ha descubierto en la libre expresi¨®n algo bueno en su esencia, al margen del contenido. Hace algunos a?os, el poeta James Kirkup escribi¨® un poema en el que un centuri¨®n romano contemplaba el cuerpo crucificado de Cristo como un objeto sexual; a consecuencia de ello fue juzgado y castigado. Hasta cierto punto se pod¨ªa justificar la injuria a la religi¨®n porque el poema, adem¨¢s de irrespetuoso, carec¨ªa de relevancia respecto al verdadero significado del sacrificio cristiano. Los lectores no s¨®lo se sintieron ofendidos porque se vieran obligados a recapacitar sobre su fe, sino debido a que aquella frivolidad homosexual les produjo una conmoci¨®n intempestiva. Un poema o una historia en la que los seguidores de Cristo bebieran su orina y comieran sus heces, o un poema o historia en la que alguien fuera injuriado por escribir un poema o relato sobre semejante barbaridad, ofender¨ªa a¨²n m¨¢s. En los juicios por delitos criminales se considera importante el m¨®vil. En los trabajos literarios, el impacto lo es todo. Rushdie ofende con el sue?o de un personaje inventado. Si yo escribo: "Ahmad dijo que Mahoma era un borracho fornicador inspirado por el demonio", el lector musulm¨¢n no culpar¨¢ al ficticio Ahmad, sino al creador de dicha ficci¨®n.
Los novelistas, los poetas y los dramaturgos se encuentran siempre en una situaci¨®n inc¨®moda. Si crean personajes malvados, los lectores o espectadores ingenuos creen que la maldad est¨¢ en el alma del autor y no en su imaginaci¨®n. Por tanto, Shakespeare es Otelo, Yago, Ricardo II y Caliban. Conviene olvidar que tambi¨¦n es Pr¨®spero y, por la misma raz¨®n, Miranda. La gente, en general, tiene un poderoso olfato para lo diab¨®lico; la bondad no es tan emocionante. A menudo, lo que se denomina un libro sucio es aquel en el cual la suciedad se expone y castiga. Incluso un autor musulm¨¢n est¨¢ en su derecho de divulgar shaitans y afrits que escupen en la verdadera fe. De hecho, existen esos autores, pero, de un modo injusto, a Salman Rushdie se le considera el ¨²nico. Bueno, no exactamente. Hace muchos a?os, D. J. Enright escribi¨® una novela en la que un personaje, un egipcio, recuerdo, afirmaba que en todos los libros hab¨ªa afrits. Entonces, ?en el Cor¨¢n?, pregunt¨® alguien. ?Ah! El Cor¨¢n no es un libro. Ser¨ªa una descortes¨ªa atribuir semejante confusi¨®n de ideas a la hermandad de Bradford, pero antes de condenar un libro los detractores deber¨ªan considerar qu¨¦ es exactamente un libro.
Tenemos musulmanes viviendo entre nosotros. Le compr¨¦ esta m¨¢quina de escribir de segunda mano a un musulm¨¢n, y el puro que me estoy fumando proviene de un estanco musulm¨¢n; tambi¨¦n el papel sobre el que estoy escribiendo y mi paquetito de tipp-ex. Por lo que veo, estoy dando a entender que los musulmanes brit¨¢nicos son ellos, los otros, mientras que los dem¨¢s son una especie de liberales medio cristianos. Tener una dicotom¨ªa de creencias y culturas en un pa¨ªs no es cosa buena. Nosotros deber¨ªa significar todos los s¨²bditos de la reina, o de la se?ora Thatcher. Mi propia fe heredada, que es la cat¨®lica irlandesa de Lancashire, en su d¨ªa perteneci¨® a ellos (antes de Enrique VIII fue el atri
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buto de un nosotros). Sufri¨®, pero en la actualidad est¨¢ aceptada como una rama leg¨ªtima, aunque algo ex¨®tica., del cristianismo brit¨¢nico. El islam, claro est¨¢, nunca podr¨ªa llegar a serlo. Su exotismo es irredimible, y sus dogmas -el rukun islam-, irreconciliables tanto con el cristianismo como con el juda¨ªsmo. Exige derechos que, en su mayonr¨ªa est¨¢n genialmente otorgados, pero ahora pretende lograr un privilegio muy concreto: decidir qu¨¦ libros no deben ser publicados, lo cual ataca a una tradici¨®n de tolerancia conseguida a duras penas. Aunque la discreci¨®n proh¨ªbe manifestarlo demasiado libremente, no nos cabe duda de que los musulmanes creen haber llegado a la revelaci¨®n religiosa final, y que tanto el cristianismo como el juda¨ªsmo no son m¨¢s que agrupaciones inferiores en comparaci¨®n con la fe isl¨¢mica. Cuando uno piensa que tiene el monopolio de la verdad, apenas queda lugar para la tolerancia.
Es cierto que el deseo de prohibir una edici¨®n en r¨²stica de Penguin tiene una resonancia mucho mayor que el hecho de consultar con las sensibilidades de una minor¨ªa. Nos dicen que ahora el comunismo ha muerto en Europa, y todo Occidente se siente perdido sin una guerra fr¨ªa. Ya no existe el dualismo pol¨ªtico, de modo que, seg¨²n parece, tiene que haber un dualismo religioso. S¨®lo el islam representa una oposici¨®n violenta para los valores de Occidente. Puede disfrazarse de nacionalismo, como ha sucedido en el flanco sur de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pero la mano que no sostiene la bandera es porque agita la cimitarra. La situaci¨®n en el Reino Unido nunca ir¨¢ m¨¢s all¨¢ de la quema de libros y de los insultos en la mezquita y en la calle donde ¨¦sta se encuentre. El denominado Estado cristiano est¨¢ a salvo, pero el musulm¨¢n, que con raz¨®n reivindica protecci¨®n por parte de ¨¦ste, no lo est¨¢. De todos modos, una minor¨ªa isl¨¢mica es una especie de anomal¨ªa, dado que las aspiraciones de la fe s¨®lo pueden alcanzarse en una teocracia. Gibbon se dio cuenta de que los ¨¢rabes que atravesaban el Loira podr¨ªan llegar al T¨¢mesis sin dificultad alguna. G. K. Chesterton describ¨ªa un Estado brit¨¢nico musulm¨¢n de pesadilla en La hoster¨ªa volante, hace 90 a?os. La luna creciente nunca presidir¨¢ los consejos de ministros del Gobierno brit¨¢nico, pero los ap¨®statas musulmanes librepensadores, como el se?or Rushdie, siempre estar¨¢n en peligro. Con ello, los musulmanes ya han conseguido bastante.
Quiz¨¢s el se?or Ruslidie, conociendo el car¨¢cter de sus correligionario s, tendr¨ªa que haber sido m¨¢s discreto. Esto es f¨¢cil de decir. Los escritores como yo son demasiado t¨ªmidos para ofender con la blasfemia (aunque al traducir algunos de los sonetos de G. Giuseppe Bolli me han acusado de ello), y la discreci¨®n ha da?ado algunas veces nuestro arte. Rushdie, en t¨¦rminos de su propio arte, no ha hecho nada malo, excepto el haberse colocado en una postura sensacionalista que oscurece sus verdaderos logros. Ha transcurrido un a?o desde que se convirtiera en un hombre perseguido, y un a?o es demasiado tiempo. Los musulmanes a los que no les guste la obra del escritor no necesitan leerla (de todos modos, no lo hacen). Los musulmanes que desaprueban nuestra sociedad tolerante son libres de marcharse. Pero parecen estar aqu¨ª no s¨®lo por el simple hecho de ganarse la vida en paz, sino para insultar a los infieles que viven cerca de ellos. Hay una guerra santa en marcha. Es algo intolerable. El se?or Rushdie debe tener la libertad de andar por las calles de su pa¨ªs adoptivo mucho antes de que se celebre otro aniversario de la fet¨²a.
Traducci¨®n: Carmen Viamonte. Copyright Anthony Burgess.
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