Autocr¨ªtica
Es posible que: estemos condenados a reproducir lo que m¨¢s detestamos. La naturaleza humana es as¨ª de condenada. Mi generaci¨®n est¨¢ llena de parejas cuyos miembros huyeron en direcciones opuestas al advertir que hab¨ªan repetido con una precisi¨®n asombrosa los esquemas de relaci¨®n conyugal que te¨®ricamente con m¨¢s ardor hab¨ªan combatido. Los modelos de comportamiento que uno mama se interiorizan al menos por dos v¨ªas: la de la raz¨®n y la de las tripas. Los intereses de las tripas, con frecuencia, no coinciden con los de la raz¨®n. En todos nosotros, hay, pues, al menos dos personas que con frecuencia mantienen desacuerdos importantes en cuestiones de alguna trascendencia. Poner de acuerdo a esas dos personas que nos habitan, alcanzar entre ellas un pacto de colaboraci¨®n y tolerancia mutuas sin que ninguna de ellas llegue a perder la dignidad, constituye una de las tareas m¨¢s dif¨ªciles del ser humano, pero tambi¨¦n una de las m¨¢s apasionantes a lo largo de esta aventura moral que llamamos existencia.Quiz¨¢, pues, no deba asustarnos demasiado el hecho de que a veces haya alguna distancia entre lo que pensamos y lo que hacemos, pues quien nos dicta lo que debemos pensar no es el mismo que nos aconseja lo que debemos hacer. Lo que s¨ª deber¨ªa preocuparnos es que la constataci¨®n de esa incoherencia, en lugar de provocar una reflexi¨®n, y por tanto un acuerdo, produzca la negaci¨®n de una de las partes en conflicto. La frase de Descartes "el coraz¨®n tiene razones que la raz¨®n no comprende" revela con exactitud esa escisi¨®n que se da en los seres humanos 31 constata la existencia subterr¨¢nea de intereses muy profundos, aunque no siempre leg¨ªtimos, que act¨²an en el interior de una l¨®gica oscura e incompatible frecuentemente con la l¨®gica de la raz¨®n. El cincuentenario de la muerte de Freud, que alcanz¨® a tocar el laberinto en el que habitan los diferentes seres o impulsos que forman un individuo, podr¨ªa haber constituido una excelente ocasi¨®n para darle alguna carta de naturaleza, alg¨²n reconocimiento, a la parte oscura del hombre, desde cuyo interior podr¨ªan explicarse tantas cosas.
Pero vivimos como si estuvi¨¦ramos hechos de una sola pieza, apegados a lo que llamamos real como si de esa fuente surgiera toda la informaci¨®n capaz de explicarnos el mundo. Curiosamente, lo real es una peque?a parte de la realidad, quiz¨¢ la menos activa. Lo dir¨¦ de otro modo: los sue?os, las fantas¨ªas, las quimeras, que parecen el resultado de la manipulaci¨®n de la mente sobre la realidad, son, por el contrario, el origen de gran parte de la misma. Los edificios, los coches, las calles, las leyes, los misiles, son una proyecci¨®n de nuestros fantasmas, y no al rev¨¦s.
Si contabiliz¨¢ramos el tiempo que dedicamos a alimentar aquella parte de nosotros que los h¨¢bitos sociales tienden a considerar como no real ver¨ªamos que es mucho mayor que el que dedicamos a la realidad. En efecto, consumirnos gran parte de nuestra jornada -incluida la noche- levantando ensofiaciones, falsificando la memoria o planificando un futuro en el que al fin- la vida nos tratar¨¢ como pensamos que debiera haberlo hecho desde el principio. Lo curioso es que cualquier estudiante de BUP ser¨ªa capaz de describir con precisi¨®n las partes de su aparato respiratorio o la distribuci¨®n, de los diferentes tejidos que estructuran su cuerpo; sin embargo, si le pregunt¨¢ramos en d¨®nde reside o en qu¨¦ consiste la capacidad de fantasear, de construir quimeras que nos engrandecen u obsesiones que nos matan, se quedar¨ªa desconcertado, sin respuesta, porque no hay ninguna asignatura en los planes de estudio conocidos que intente explicar esa zona de la realidad bajo cuyo impulso se mueve, parad¨®jicamente, la realidad real.
Quiero decir, en fin, que una parte importante de nosotros es negada sistem¨¢ticamente con los resultados catastr¨®ficos f¨¢ciles de advertir con echar una ojeada a nuestro alrededor. Y por eso, quiz¨¢, por no aceptar esa parte de nosotros que algunos llaman conciencia, reproducimos con asombrosa precisi¨®n lo que te¨®ricamente m¨¢s decimos detestar.
Cuando Felipe Gonz¨¢lez decidi¨® pasar una noche en el Azor junto a su esposa, o cuando Guerra se mont¨® en un Myst¨¨re para sortear un atasco, actuaban quiz¨¢ bajo la influencia de su parte oscura, de aquella a la que no prestamos atenci¨®n porque el mandato social indicar que no existe. Estas y otras muchas an¨¦cdotas, f¨¢cilmente recopilables tras casi ocho a?os de gobierno, parecen indican que los socialistas, finalmente, han acabado por reproducir algunos gestos del modelo de poder que m¨¢s despreciaban. Uno puede entender que al hijo de un vaquero sevillano le enloquezca la idea de dormir en la cama de Franco hasta el punto de no darse cuenta de lo que esa cama simboliza, o que al v¨¢stago importante de una humilde familia numerosa, como la de Guerra, le gratifique que su hermano preferido se haga rico a su sombra; lo que resulta m¨¢s dificil de aceptar es que esos impulsos, nacidos en un lugar de nosotros que al parecer no existe, no sean debidamente controlados con una herramienta tradicionalmente reivindicada por la izquierda y que se llamaba autocr¨ªtica.
Nada hay de censurable en desear lo que no est¨¢ permitido; lo censurable es que ese deseo no atraviese los filtros necesarios para perder vigencia en el recorrido. Pero, desde luego, lo que resulta intolerable es realizar lo que en otros nos asquea con la convicci¨®n de que nos ampara un derecho especial para cometer tal transgresi¨®n. As¨ª se llega a lo que ha llegado el aparato del PSOE o el aparato del Gobierno, que parecen lo mismo: a comportarse y ser como la derecha, pero sin mala conciencia.
En fin.
es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
![Juan Jos¨¦ Mill¨¢s](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fea967556-8767-4b47-8dfb-f1cf582d4f9c.png?auth=af40f9fdaff853e65f3aa200f24bbe5d955c1b6f78bf691891df8a017b17b3f1&width=100&height=100&smart=true)