Paradojas poI¨ªticas
Los l¨®gicos se complacen en sus paradojas y hasta se vanaglorian de ellas. Se trata de acertijos como el siguiente: en una tarjeta se lee el enunciado "Al dorso de esta tarjeta hay un enunciado verdadero". Se da la vuelta a la tarjeta y se lee: "Al dorso de esta tarjeta hay un enunciado falso" (el que dice "Al dorso de esta tarjeta hay un enunciado verdadero"). Por tanto, si el primero es verdadero, el segundo ha de ser verdadero y, por tanto, el primero ha ser falso; si el primero es falso, el segundo ha de ser falso y, por tanto, el primero ha de ser verdadero. Ingenioso, ?no? No s¨®lo ingenioso, sino tambi¨¦n muy instructivo. La paradoja apunta a una posible inconsistencia en la estructura de lenguajes formales, dentro de los cuales se inscribe el lenguaje matem¨¢tico, en el cual est¨¢ escrito, seg¨²n la conocida frase de Galileo, el "Libro de la naturaleza", cuya correcta lectura hace posible la t¨¦cnica, la cual, etc¨¦tera.Las paradojas no se limitan a la l¨®gica. Se encuentran asimismo en el reino de los sentimientos humanos y en el de la pol¨ªtica. Y aunque cabe alegar que no es lo mismo formular aserciones falsas que se presentan con apariencias de verdaderas que formular aserciones verdaderas que parecen falsas, sigue habiendo algo similar en todas las paradojas. Es el exhibir un aire absurdo, el ofender el sentido com¨²n, el ser, como Cicer¨®n escribi¨®, "cosas que maravillan", a menos que sigamos en esto a Unamuno y concluyamos que las paradojas son tan verdaderas -aunque menos aburridas- que las proposiciones m¨¢s evidentes del sentido com¨²n.
Un ejemplo de paradoja en el reino de los sentimientos humanos es que el amor puede ser en ciertas circunstancias inseparable del odio, y viceversa. Es lo que se llama "la relaci¨®n amor-odio" (una contradicci¨®n si las hay). Es un poco como si en un lado de una tarjeta se afirmara que Juan ama a Juanita tan apasionadamente que la odia de todo coraz¨®n -y viceversa-
?Cu¨¢l podr¨ªa ser un ejemplo de paradoja pol¨ªtica?
Las paradojas en la pol¨ªtica son tan frecuentes y abundantes que cabe preguntar si en este terreno caben otras cosas que paradojas y absurdos. Consideremos dos tipos de ejemplos.
Jon Elster -que se ha especializado en analizar lo que podr¨ªamos llamar "situaciones imposibles"- considera lo que puede ocurrir cuando un Gobierno autoritario y hasta totalitario (lo que no siempre coincide con un Gobierno fuerte) se enfrenta con disidentes lo bastante empe?osos y bien organizados para crearle problemas.
En principio, semejante Gobierno podr¨ªa tratar de arrancar toda disidencia de cuajo, pero esto es m¨¢s dif¨ªcil de lo que parece a menos que el Gobierno goce de vasto apoyo p¨²blico, y en este caso, ?hasta qu¨¦ punto se puede considerar autoritario? En la medida en que la disidencia tenga alguna s¨®lida ra¨ªz, persistir¨¢ y no porque las ideas sean inmortales (tampoco son mortales), sino porque lo m¨¢s probable es que queden sobrevivientes, de modo que si se repiten las circunstancias se puede producir a la vez un cree?miento y un endurecimiento de la disidencia, en buena parte porque no le quedar¨¢ otra alternativa. Por tanto, la represi¨®n favorece en este caso la oposici¨®n. O tambi¨¦n puede ocurrir que los represores juzguen que si los disidentes triunfan se ensa?ar¨¢n con ellos m¨¢s de lo que har¨ªan de hab¨¦rseles tratado con menos dureza y decidan, en consecuencia, aminorar la represi¨®n, con lo cual, etc¨¦tera.
Por otro lado, si el Gobierno adopta una actitud pasiva no es infrecuente que los disidentes se ablanden al punto de permitir a los gobernantes seguir en sus puestos de mando. Pero esto equivale, en ¨²ltimo t¨¦rmino, a adoptar medidas favorables a la disidencia, con lo cual ¨¦sta queda, por as¨ª decirlo, moralmente desarmada. Queda la alternativa de "adelantarse a la disidencia", que es lo que ha hecho casi sistem¨¢ticamente Gorbachov y lo que le ha posibilitado mantener el equilibrio sobre la maroma. Pero este equilibrio se pierde tan pronto como la disidencia se le adelanta al gobernante. Son las paradojas del gobierno.
El nombre de Gorbachov nos remite de inmediato a otra paradoja algo distinta, pero no menos enojosa para quienes tienen que hacerle frente.
En el momento en que esto escribo (fines de marzo de 1990), el Parlamento de Lituania ha declarado al pa¨ªs independiente. Dados los desarrollos que han tenido lugar en la Uni¨®n Sovi¨¦tica en el curso de los ¨²ltimos cinco a?os, no se puede entrar en Lituania a sangre y fuego -que es lo que habr¨ªa hecho un r¨¦gimen estalinista-. Hay que arregl¨¢rselas de alg¨²n modo, que puede ser:
1. Aceptar el hecho de la independencia, razonando que, despu¨¦s de todo, Lituania, lo mismo que Letonia y Estonia, eran ya independientes antes de que tuviera lugar un protocolo secreto Stalin-Hitler que en la misma Uni¨®n Sovi¨¦tica se ha denunciado como Ilegal, aparte el hecho de que estas naciones b¨¢lticas encajan ¨¦tnica y culturalmente mejor en el ¨¢rea que incluye a Finlandia y los pa¨ªses escandinavos que en la zona que abarca Rusia, la Rusia Blanca, Ucrania, etc¨¦tera.
2. Tratar de llegar a una componenda m¨¢s o menos federalista.
Ahora bien, las reacciones ante esta situaci¨®n por parte de sovi¨¦ticos y no sovi¨¦ticos pueden ser bastante inesperadas.
Los sovi¨¦ticos m¨¢s anticomunistas y m¨¢s patrioteros pueden llegar inclusive a reclamar Lituania; al fin y al cabo, una de las caracter¨ªsticas del patriotismo en este caso es el declararse en favor del Imperio -en favor de una "Uni¨®n Sovi¨¦tica Una, Grande y Libre"; ?justamente, la estaliniana!, ?o la zarista!-
En cuanto a los gobiernos occidentales, en particular los Estados Unidos, pueden llegar a sentirse (de hecho, se sienten ya) perplejos por estos acontecimientos. Despu¨¦s de tantos a?os de haber mantenido la legalidad de la independencia, o continuaci¨®n de independencia, de los pa¨ªses b¨¢lticos, no est¨¢n ahora muy seguros de si ser¨ªa conveniente apoyarla contra viento y marea, es decir, contra Gorbachov, que puede ser una garant¨ªa de una pol¨ªtica gradual, y nada sangrienta, de descomunizaci¨®n y democratizaci¨®n, y en todo caso una garant¨ªa del mantenimiento de la paz y de la terminaci¨®n de la guerra fr¨ªa (el mismo tipo de garant¨ªa que, de un modo s¨®lo aparentemente parad¨®jico, hace del actual presidente de Checoslovaquia, Vaclav Havel, un partidario del gobernante ruso).
Es una situaci¨®n dif¨ªcil creada por una paradoja pol¨ªtica: la que se cifra en la necesidad -que comprensiblemente se est¨¢ posponiendo lo m¨¢s posible- de elegir entre la independencia de Lituania, Letonia y Estonia y la continuaci¨®n de la glasnost y de la perestroika. Estas aperturas pueden no ser ya suficientes, y buena cantidad de disidentes sovi¨¦ticos, en particular los que acusan a Gorbachov de no haber ido todav¨ªa lo bastante lejos en la reestructuraci¨®n de la econom¨ªa en el sentido de un mercado libre, piensan justamente de este modo. Pero entre Lituania y un improbable, pero siempre temido, reendurecimiento sovi¨¦tico, la elecci¨®n parece clara, salvo, por supuesto, para los patriotas lituanos, pero hasta el presente no se ha dado a¨²n en el caso de que en los conflictos pol¨ªticos entren grandes potencias, las peque?as hayan podido hacer o¨ªr mucho su voz.
Por lo dem¨¢s, del patriotismo -lituano, ruso, sovi¨¦tico, o del tipo que sea- habr¨ªa mucho que hablar, porque ah¨ª s¨ª que la paradoja tiene un ancho campo de maniobra.
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