La imitaci¨®n al poderoso
Todo momento hist¨®rico ha estado y est¨¢ presidido por la influyente omnipresencia en el primer plano de la escena del poderoso, de quien a la saz¨®n manda en el mundo. Anta?o, cuando a esos efectos se contaban varios mundos, el poderoso influ¨ªa con vigor sobre el suyo. Hoy, cuando lleva todo pragmatismo a concebir un mundo s¨®lo, la presencia y el mando del poderoso -su influencia- es naturalmente planetaria. Ese quien manda, el poderoso de nuestros d¨ªas -desde, en la pr¨¢ctica, diciembre de 1898 (confirmaci¨®n y culminaci¨®n del pujante imperialismo yanqui a costa de Espa?a con el benepl¨¢cito de Europa) hasta el actual momento (tras los oportunismos de 1917 y 1942 que prepararon el salto hasta las alturas de 1918 y 1945)- es, ni que decir tiene, Estados Unidos; mejor dicho: the USA.El poderoso ha ejercido, deliberada e indeliberadamente al tiempo, sobre el resto del mundo. Con tal ejercicio ha provocado hacia s¨ª admiraci¨®n y odio. Tal influjo es natural. Lo ejercieron los persas, los romanos, Espa?a en su hora, Inglaterra ayer mismo... Eso lleva tambi¨¦n, de natural modo y por insalvable determinismo hist¨®rico acaso, a la imitaci¨®n; a la imitaci¨®n de todos al poderoso. El im¨¢n est¨¢ en el poder, no en la identidad de quien, mal que bien, lo ejerce. El que, como efecto de aquel sentimiento mezcla de asombro y odio, imita al poderoso tiende, inconscientemente acaso, m¨¢s que a, ser como ¨¦l es, a hacer lo que ¨¦l y como ¨¦l lo hace. Lo que atrae es lo que se tiene, no lo que se es, aunque en la historia no hayan faltado poderosos que al tiempo de haber tenido han sido. El poderoso de hoy tiene mucho; much¨ªsimo. Ser, lo que se dice ser, no es tanto.
El resto del mundo, al imitarle de modo ineludible, mira a la vez al tener y al ser.
Imita, por lo pronto, la masa. Despu¨¦s viene, sin duda, la imitaci¨®n individual; pero ¨¦sta, por as¨ª decir, es reflejo de aqu¨¦lla. Masa aqu¨ª es algo as¨ª como el gran sujeto recipiente de las se?ales que se emiten desde los centros productores de lo que hoy d¨ªa se da en llamar comunicaciones de masas precisamente.Es, claro est¨¢, todo el complejo y aumentantemente agobiante aparato de la prensa, la radio, la televisi¨®n, el cine -los famosos media-, pero tambi¨¦n las eternas muestras exteriorizadoras de alg¨²n modo de las actividades del esp¨ªritu humano; es decir, el pensamiento en una palabra, el pensamiento creador m¨¢s bien -para utilizar una admitida redundancia-, que se expresa desde siempre y se sigue manifestando mediante el arte, en ampl¨ªsima generalidad, y que se diluye a su vez en pl¨¢stica, en literatura, en m¨²sica... Mas tambi¨¦n cabe en aquella comunicaci¨®n de masas una forma de exteriorizar el ser de alguien -en especial ese ser peculiar que trasciende mediante lo que llamamos vida- que refleja sin m¨¢s lo que entendemos al, percibir el concepto o el vocablo, mejor, de costumbres. El poderoiso hace y vive. Tal hacer y tal modo de vivir es lo que, en s¨ªntesis, la masa imita.
Mas imita tambi¨¦n el individuo. ?ste, m¨ªnimo en su valor intelectual siempre -en cuanto parte al¨ªcuota de la masa, claro; las minor¨ªas son otra cosa-, imita, e imita sobre todo lo llamativo del poderoso, que con grand¨ªsima frecuencia es lo insignificante de ¨¦ste. Se imita el atuendo, el gesto externo, la imagen, las expresiones fisiogn¨®micas y orales, la lengua misma, la vida en fin... Gran influencia en la forma, en la intensidad y en la elecci¨®n especial del objeto imitado -la imitada faceta de ¨¦ste, mejor- la tienen, como ha quedado dicho, los media, los medios de comunicaci¨®n de masas, para no imitar yo mismo tanto. De ¨¦stos destacan ahora, l¨®gicamente, el cine y la televisi¨®n; despu¨¦s, y de inmediato, la prensa gr¨¢fica.
Lo tal vez curioso del caso es que en el acto de imitar se pretende emular, pero el inferior imitante est¨¢ convencido de que ¨¦l mismo gana en valor tanto m¨¢s cuanto m¨¢s se asemeja enlo que sea al simple aparecer del poderoso imitado.
Pero adem¨¢s de la masa, general o individual, imita lo que tal vez pueda entenderse bien mencionando un complicado vocablo, producto tambi¨¦n, a su vez, de la imitaci¨®n general al poderoso del momento: el establishment. Imita al poderoso el pol¨ªtico, el diplom¨¢tico, el militar, hasta el marino, el hombre de empresa, el vendedor... La Iglesia incluso. Lo hace, claro es, cada uno en lo suyo. Por lo general, tampoco se discrimina; es decir: en la imitaci¨®n no se adapta ben¨¦ficamente, se adopta con simpleza. Se adopta por ignorancia en mucho, por indolencia en bastante y por comodidad las m¨¢s de las veces; y, por tanto, se adopta mal casi siempre. En tal imitaci¨®n hay gran carga de servilismo y, en el fondo, de humillaci¨®n. Al mediocre, al sumiso, al pobre, no le importa gran cosa rebajarse al imitar. El poderoso se crece con la zalema del que es poco y que por eso se acerca a ¨¦l para el remedo o la copia, con lo cual aumenta su distancia en altura y crece proporcionalmente su desprecio hacia quien le imita.
La escena mundial de hoy es conocida. Todo lo exterior del mundo es americano: el vestir, la m¨²sica popular, la vida cotidiana y familiar, las relaciones sociales, el re¨ªr, el besar, hasta el amar con el mal llamado amor, tambi¨¦n remedo del poderoso. ?Por qu¨¦ r¨ªe todo el mundo hoy -el mundo influyente que sale en los peri¨®dicos, sobre todo- con esa risa entontecida de boca inmensamente abierta y cejas alterosas? ?Por qu¨¦ hay tanto gesto copiado, que nunca ha ido con el car¨¢cter nacional o popular de quien lo adopta imitando sin adaptaci¨®n alguna? Los pol¨ªticos del mundo entero -los de Occidente en especial- se esfuerzan en parecer americanos del Norte y en que parezca americana toda cuanta circunstancia envuelve la manera de llevar a cabo su funci¨®n, la forma de hacer al exterior su pol¨ªtica. Los ej¨¦rcitos copian, ante todo en el vestir, al dominante y victorioso. Las marinas hacen algo semejante, y no precisamente en tono menor. Y el pueblo, y el obrero, y el muchacho, y la moza, y los novios..., hasta las parroquias, las monjas y los curas..., todos pretenden imitar y lo hacen, aunque con torpeza en la mayor¨ªa de los casos.
Ahora bien, una cosa es la imitaci¨®n y otra la adulaci¨®n al poderoso. Ambas actividades tienen, sin embargo, mucho de com¨²n. La imitaci¨®n eficaz -la adopci¨®n irteligente de lo posible y la adaptaci¨®n correcta de lo beneficioso; todo en el propio inter¨¦s, de grupo ¨¦ste, desde luego-, esa imitaci¨®n es dificil. La lleva a cabo quien puede. No es peyorativa. No humilla, porque no implica servilismo alguno. Tal imitaci¨®n, dicen, es lo que Jap¨®n lleva decenios haciendo con inteligencia, aunque s¨®lo sea en lo t¨¦cnico, en lo material. La imitaci¨®n de lo externo o accidental corre paralela con lo que Maeztu llamaba extranjerismo y con lo que hoy, se entiende por americanismo. Ese es el fen¨®meno hist¨®rico constante que por lo visto no se puede evitar y que se intensifica en estos tiempos con la tecnificaci¨®n de todo orden y con la masificaci¨®n del hombre.
La adulaci¨®n tampoco es fen¨®meno nuevo. Pero esa actitud, aun con ra¨ªz en la imitaci¨®n, deshonra. La adulaci¨®n no es sino la man¨ªa de ensalzar en todo al adulado, al poderoso en el caso. Los pol¨ªticos del pa¨ªs dominador -proclama el deslumbrado- son los m¨¢s preclaros; sus ingenieros, los m¨¢s ingeniosos en lo material; sus cient¨ªficos, los m¨¢s din¨¢micos; sus artistas, los m¨¢s... etc¨¦tera. Mas el adulador y el imitador vulgar -al fin y a la postre cosas casi id¨¦nticas- no hacen con su acci¨®n m¨¢s que poner de relieve su ingenuidad pobre y est¨²pida, ya que se cree elevado a s¨ª mismo en eficacia y en posibilidades de todo orden por el hecho simple de hacer lo que el poderoso hace.
La adulaci¨®n resulta ser, en mucho, ignorancia de lo propio. Y la adulaci¨®n al poderoso lleva escondida la frustraci¨®n del lisonjero de no ser como aqu¨¦l, de no ser ¨¦l. Esto se aplica concretamente a la nacionalidad. El espa?ol adulador del americano quisiera no ser espa?ol y ser yanqui en cambio. Al europeo en general le acontece que padece pareja ansia. Casos infinitos hay de j¨®venes y de hombres hechos ya incluso, que, si han podido, han adoptado la nacionalidad estadounidense. Lo justifican en t¨¦rminos de progreso de aquello y de atraso de lo nuestro... como el afrancesado del XVIII y del XIX. El fen¨®meno se repite; en realidad debe de ser eterno...
Aunque lo anterior rezume pesimismo, esto escrito aqu¨ª no es un lamento. Es un recuerdo de lo que yo considero realidad actual. Simplemente es dejar constancia de un hecho hist¨®rico, eterno, que por eso, afecta a lo m¨ªo. Como fatal que intuyo que es, no creo que desaparezca, que vaya a tener enmienda, que se enderece... Porque la imitaci¨®n al poderoso, la de esta clase al menos, tiene en las sociedades que la ejercitan, y para ellas, m¨¢s de negativo y contraproducente que de positivo y ben¨¦fico. Hace casi 100 a?os ya que el uruguayo Enrique Rod¨®, en su Ariel, se expres¨® mutatis mutandis de forma semejante a la m¨ªa aqu¨ª. Llamaba ¨¦l nordoman¨ªa a la tonter¨ªa de dejarse llevar por el canto de sirena del entonces jovenc¨ªsimo Estados Unidos, pero dijo que era "necesarlo oponerle los l¨ªmites que la raz¨®n y el sentimiento se?alan de consuno". Justificaba sus ansias de detener algo imparable con esta frase: "Pero no veo la gloria, ni en el prop¨®sito de desnaturalizar el car¨¢cter de los pueblos -su genio personal-, para imponerles la identificaci¨®n con un m¨®dulo extra?o al que ellos sacrifiquen la originalidad irreemplazable de su esp¨ªritu; ni en la creencia ingenua de que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos artificiales e improvisados de imitaci¨®n". Yo, modestamente y al cabo de tanto tiempo -que a estos efectos parece no haber pasado-, digo lo mismo, y podr¨ªa decir algo m¨¢s. Porque el tema, la cuesti¨®n, da en efecto para mucho...
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