La verg¨¹enza de un nuevo Yalta
El autor del art¨ªculo mantiene que la actitud de Occidente de lavarse las manos en el conflicto de Lituania es c¨ªnica y no puede ayudar ni a los lituanos ni a Mija¨ªl Gorbachov en sus respectivas posiciones, adem¨¢s de legitimar las opciones de las fuerzas reaccionarias y antirreformistas de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Para el autor, los lituanos tienen derecho a su propia autodeterminaci¨®n.
Cuando el pasado 11 de marzo el Parlamento de Lituania adoptaba una resoluci¨®n por la que se restauraba la soberan¨ªa de esa rep¨²blica, extinguida tras la anexi¨®n sovi¨¦tica de 1940, los nuevos dirigentes b¨¢lticos confiaban en que el aparente clima de libertades que se disfrutaba en la URSS de Gorbachov, junto con un decidido apoyo de los pa¨ªses occidentales, permitir¨ªan cerrar el par¨¦ntesis de dominaci¨®n sovi¨¦tica y reintegrar, as¨ª, el pueblo lituano a la comunidad internacional, Ambas condiciones se han revelado falsas.Por un lado, desde la misma fecha (le la declaraci¨®n de independencia, Gorbachov ha seguido una pol¨ªtica de fuerza en contra de la voluntad expresada por los lituanos, fuerza que, de manera controlada, ha ido escalando progresivamente, del ultim¨¢tum para que el Parlamento lituanio borrase su voto nacionalista, hasta el boicoteo energ¨¦tico que contemplamos hoy mismo, pasando por la irrupci¨®n de tropas de elite en edificios p¨²blicos.
Por otro, ning¨²n ejecutivo occidental al ha reconocido la declarada soberan¨ªa lituana ni a su nuevo Gobierno independiente, incluso aun cuando alguno de los pa¨ªses occidentales tampoco ha reconocido nunca las fronteras emanadas de las anexiones sovi¨¦ticas en la zona durante la II Guerra Mundial.
Las, razones que se aducen desde el lado occidental responden a una supuesta l¨®gica del realismo pol¨ªtico: nos interesa m¨¢s Gorbachov que las gentes de las rep¨²blicas b¨¢lticas. El destino de unos millones de seres no puede poner en peligro el enamoramiento y la pasi¨®n por las reformas -y el futuro de las mismas- en la URSS. Pero ¨¦sa es una l¨®gica tan d¨¦bil como c¨ªnica, inadmisible para quienes han venido defendiendo, incluso con su vida, el humanismo y la libertad para todos, sin distinciones. Salvo que, parad¨®jicamente, la defensa de esos valores hubiera conducido al olvido del estilo de vida que quer¨ªamos preservar.
Sin embargo, no podemos olvidar que los lituanos tienen todo el derecho a su propia autodeterminaci¨®n. El 80% de los votantes han manifestado su apoyo pol¨ªtico a dicha causa y dif¨ªcilmente puede justificarse la negaci¨®n de esa voluntad popular, particularmente cuando tan enfervorecidamente se abraza la liberaci¨®n de polacos, checos, h¨²ngaros, rumanos y alemanes del Este. ?Por qu¨¦ los lituanos no? Al fin y al cabo, la pertenencia a la URSS no responde a tradiciones culturales o hist¨®ricas, sino a la repartici¨®n que se pact¨® y sell¨® entre los sicarios de Hitler y Stalin, Ribentropp y Molotov, en 1939. Fueron, al igual que en otros pa¨ªses centroeuropeos, los tanques del Ej¨¦rcito Rojo, y, no otra cosa, los que decidieron el futuro de los b¨¢lticos. Fundamento de imposible justificaci¨®n legal y moral.Apoyo a las reformasEn segundo lugar, la afirmaci¨®n. de que apoyando a los lituanos se pone en peligro la estabilidad de Gorbachov al frente del Kremlin, con toda la cadena de consecuencias indeseadas que eso traer¨ªa consigo (previsible retorno de un duro, ralentizaci¨®n del proceso de desarme, endurecimiento hacia los pa¨ªses del Este, etc¨¦tera), tendr¨ªa que ser demostrada por quienes as¨ª opinan, porque puede muy bien que sea lo contrario: apoyar a los lituanos puede muy bien fortalecer la pol¨ªtica de reformas en la URSS. Es m¨¢s, es la ¨²nica forma de mantenerlas.
Suele decirse que el talante liberal de Gorbachov ha tenido que ceder a las fuerzas m¨¢s conservadoras en Mosc¨² ante la precipitaci¨®n del Parlamento de Lituania. Y puede que sea as¨ª. Pero lavarse las manos a la espera de la resoluci¨®n del conflicto no puede ayudar ni a los lituanos en la consecuci¨®n de sus leg¨ªtimos deseos ni a Gorbachov en su delicado equilibrio de poder, significa legitimar las opciones de esas fuerzas reaccionarias y antirreformistas. El Ej¨¦rcito, aparatchikis y conservadores en general se ver¨ªan contentados ahora, ?pero qu¨¦ podr¨ªan pedir despu¨¦s?, ?sobre qu¨¦ otros pueblos tendr¨ªamos que construir nuestro desarme? S¨®lo una postura de firmeza, expresada clara y colectivamente, puede hacer ver a los sovi¨¦ticos que Lituania no es Berl¨ªn, desde luego, pero tampoco un territorio y unas gentes sobre las que se pueda ejercer impunemente la intimidaci¨®n, sea del tipo que sea, y que la ¨²nica salida aceptable es la negociaci¨®n sobre el c¨®mo y el cu¨¢ndo del retorno real de la soberan¨ªa a los lituanos.
?Pero cu¨¢les podr¨ªan ser los pasos de los aliados occidentales que favorecieran a la vez tanto a lituanos como a los reformistas en el Kremlin? En primer lugar, el reconocimiento colectivo del Gobierno independiente de Lituania. Algo que no supone m¨¢s que un movimiento diplom¨¢tico.
En segundo lugar, posponer toda visita de Gorbachov y la pol¨ªtica de encuentros en la cumbre mientras Moscu siga con el uso de la amenaza y el recurso a la fuerza sobre los Estados b¨¢lticos. El bloqueo econ¨®mico es injustificable y su fin debe ser inmediato.
En tercer lugar, recordar que toda maniobra militar de envergadura est¨¢ prohibida por los actuales acuerdos de creaci¨®n de confianza y que una intervenci¨®n de esa ¨ªndole no s¨®lo pondr¨ªa en peligro el clima de entendimiento actual, sino que violar¨ªa la letra y el esp¨ªritu de los acuerdos de desarme en vigor en Europa, haciendo peligrar las negociaciones abiertas en la actualidad.
Los Gobiernos occidentales -y entre ellos el espa?ol de manera entusiasta- han abrazado a Gorbachov, ya es hora de que abracen a los lituanos. Hungr¨ªa en 1956, Checoslovaquia en 1968, son suficientes verg¨¹enzas.
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