Un h¨¦roe prematuro
Para Eduardo GaleanoDesde la demolici¨®n del muro de Berl¨ªn me he preguntado m¨¢s de una vez qu¨¦ pensar¨¢ de ello Josef Saadi, coronel que fuese de la independencia argelina y actor de La batalla de Argel, y que ya estar¨¢ en la edad proyecta en que acaso el destino le conceda una jubilaci¨®n magn¨¢nima, cuyo alcance y sentido no acierto a imaginar. Es muy posible que siga viviendo en la misma lujosa quinta de Argel en que una noche de 1979 yo le pregunt¨¦ c¨®mo asum¨ªa su condici¨®n de h¨¦roe revolucionario, hijo iluminado de la Kasbah, que al cabo del tiempo, y con los ideales cumplidos, viene a engrosar la misma opulencia contra la que un d¨ªa se levant¨® en armas, y por qu¨¦ recovecos hab¨ªa llegado a aquella situaci¨®n. Est¨¢bamos en la azotea, bajo la luna clara; hab¨ªamos bebido mucho, y todo invitaba a la levedad y al sarcasmo. Como a tantos otros, la incursi¨®n fulgurante en la vida p¨²blica le hab¨ªa devuelto, entre c¨ªnico y pastoril, a la privada. Me pareci¨® que alardeaba de secretos indecibles, y que cada frase, y hasta cada pausa, escond¨ªa una reserva mental. Quiz¨¢ por eso con test¨® que, despu¨¦s de la ca¨ªda de Ben Bella, le hab¨ªan marginado de toda tarea p¨²blica, que se hab¨ªa enriquecido limpiamente con su talento de narrador, pero que, de cualquier forma, y como se sent¨ªa en el fondo culpable de haber traicionado las viejas convicciones por la que m¨¢s de una vez se hab¨ªa jugado la vida (y aqu¨ª se baj¨® los pantalones y exhibi¨® un costur¨®n de metralla que le atravesaba el vientre hasta la ingle), me responder¨ªa, a falta de mejor argumento, con un ap¨®logo que le hab¨ªan contado de ni?o.
En una escuela rusa, la maestra ordena a sus alumnos que compongan una breve historia de la que pueda extraerse una moraleja. Iv¨¢n Ivanovich propone la siguiente: "Un d¨ªa de invierno hab¨ªa en el campo un pajarillo que yac¨ªa muy quieto en la nieve porque estaba muri¨¦ndose de fr¨ªo. Entonces pas¨® una vaca y le cag¨® encima, y con el calorcito, el p¨¢jaro revivi¨® y empez¨® a moverse, pero con tal mala fortuna que un gato lo vio, lo sac¨® de all¨ª y se lo comi¨®".
"Pero ese cuento", dijo la maestra, "no tiene moraleja". Iv¨¢n Ivanovich replic¨®: "Claro que la tiene, y no una, sino tres: primera, no siempre quien te mete en la bosta es necesariamente tu enemigo; segunda, no siempre quien te saca de la bosta es necesariamente tu amigo, y tercera, cuando se est¨¢ dentro de la bosta, lo mejor es no moverse".
Siempre he descre¨ªdo de los argumentos morales o pol¨ªticos que se acogen a la espesura literaria, ya que la ambig¨¹edad, que en el arte puede ser una virtud, en el terreno de los conceptos reales suele entra?ar casi siempre una trampa. Si se quiere probar A (idea de Estado y estadista, por ejemplo), se recurre a B (nave y piloto), con objeto de que ¨¦ste ilumine y demuestre a aqu¨¦l. Ahora bien, como advierte Pascal, se supone muy a la ligera que el t¨¦rmino imaginario es el claro y el real es el oscuro. En rigor, el primero deber¨ªa oscurecer a¨²n m¨¢s al segundo. Bastante complejo es ya de por s¨ª el Estado para agregarle una nave, un piloto, un mar sereno o proceloso y un puerto acogedor. Por tanto, habr¨ªa que exigir al alegorista que, a continuaci¨®n, se inventase otra identidad para explicarnos el complicado mundo de la mariner¨ªa, con lo cual entrar¨ªamos en un c¨ªrculo interminable y tan falaz como la propia argumentaci¨®n aleg¨®rica.
Me pregunt¨® c¨®mo hab¨ªa interpretado las moralejas. Y le dije que, a mi entender, la verdadera bosta nutricia era precisamente el ap¨®logo, en el que el h¨¦roe se escond¨ªa del gato de su propia conciencia. No recuerdo bien su r¨¦plica, pero s¨ª que recit¨® un fragmento dram¨¢tico que us¨® de exordio para proclamar que, de poder elegir papel en el drama reciente de la historia, no dudar¨ªa en adjudicarse el de Cordelia, la hija fiel de Lear. A?adi¨® que, en su opini¨®n, hab¨ªa dos maneras de h¨¦roes: el prematuro y el tard¨ªo. El primero es m¨¢s com¨²n, y suele cobrarse los favores en la propia carne del ideal al que sirvi¨®. Cualquiera, ¨¦l mismo, pod¨ªa ilustrar el caso. En cuanto al segundo, su figura es excepcional. Es aquel que, como Don Quijote, se destruye o agota en la ejecuci¨®n de la proeza, y que, por tanto' no tiene ocasi¨®n de contrariarla. Y cit¨® a Telo de Atenas, a quien Sol¨®n el sabio design¨®, ante el asombro del rey Creso, el hombre m¨¢s feliz del mundo, pues despu¨¦s de llevar una vida mansa y honorable recibi¨® de los dioses el privilegio de morir heroicamente en una guerra justa. A Saad¨ª, sin embargo, el destino le hab¨ªa invertido los t¨¦rminos de la dicha. Frente al ateniense, en ¨¦l la redenci¨®n preced¨ªa a la deshonra. Pero a¨²n m¨¢s elocuente de este tipo de h¨¦roe le parec¨ªa la figura del rey Lear, s¨ªmbolo de todas las causas nobles que han sucumbido a la ambici¨®n y vileza de sus propios hijos. Es m¨¢s: cifra de todas las utop¨ªas -literarias o filos¨®ficas, pero siempre ficticias- que al intentar hacerse demasiado reales engendran la pesadilla de una descendencia (le una pesadilla atroz. Hitler o Stalin eran para ¨¦l los hijos execrables de esos fabuladores regios que fueron Nietzsche o Hegel. En cuanto a ¨¦l mismo, a Josef Saadi, le gustar¨ªa reservarse s¨®lo el papel de Cordelia.
Desde entonces me he preguntado a veces -a falta de mejores instrumentos de an¨¢lisis, e incurriendo en los amables riesgos de la alegor¨ªa- por el sentido del ap¨®logo de Iv¨¢n Ivanovich. Por ejemplo: ?estar¨¢ relacionado el pretendido fin de las ideolog¨ªas con el tama?o y temperatura del albergue alimenticio? Es decir, ?ser¨¢ cierto aquello que dec¨ªa Adorno de que solucionado el primer impulso del hombre, que es el de la supervivencia, s¨®lo queda luchar contra el tedio, yacer inm¨®vil, y naturalmente tolerante e inocuo, en el sopor de la abundancia? ?Y qu¨¦ ocurre con esos pa¨ªses que est¨¢n enfangados en la bosta? ?Habr¨¢n de seguir all¨ª, inertes, acechados por el gato, que s¨®lo espera un movimiento delator para merend¨¢rselos, a buen seguro que con el pretexto de rescatarlos de los miasmas? ?Y qui¨¦n es all¨ª la vaca y qui¨¦n el gato? ?Y no habr¨¢ ocurrido, como sugiere Canetti, que la historia ha dejado en alg¨²n momento de ser real y habr¨¢ que encontrar ese punto en que hemos ingresado en la ficci¨®n hospitalaria y evasiva y repetir los a?os, desde all¨ª?
A.hora, con la demolici¨®n del muro, me pregunto si Josef Saadi seguir¨¢ inm¨®vil en la bosta nutricia, como tantos otros, sufriendo su condici¨®n de h¨¦roe prematuro, oyendo bajo la tormenta los gritos enloquecidos del padre destronado y esperando quiz¨¢ la ocasi¨®n que le permita un ¨²ltimo gesto de dignidad, si es que ¨¦sta es ya posible.
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