El verbo de los toreros
Ya lo dijo Juan Belmonte cuando le preguntaron si se conmov¨ªa con lo que ten¨ªa que o¨ªr de los tendidos en una tarde mala: "M¨¢s se conmover¨ªan ellos" —por los espectadores— "si oyesen en el tendido lo que les decimos los toreros desde aqu¨ª abajo".
Y es que los toreros hablan y hablan mucho. Hablan en las alternativas, en las confirmaciones, hablan en los brindis y hablan durante el desarrollo de la lidia. Ay del director de lidia que enmudece: o todo se hace bien, ojal¨¢; o es un p¨¦simo vigilante de lo que acontece en el albero, caiga la puya aqu¨ª o all¨¢, se ponga en suerte al toro en este terreno o en el de m¨¢s all¨¢.
En tiempos pret¨¦ritos de la fiesta parece, o bien que se guardase m¨¢s silencio y recato en los tendidos, o bien que haya m¨¢s capacidad recordatoria para las cosas del pasado que parar las m¨¢s recientes. Pero el caso es que hay variadas an¨¦cdotas atr¨¢s en el tiempo que revelan que el espectador pod¨ªa o¨ªr m¨¢s di¨¢logos y cruce de frases entre los profesionales del toro en su trabajo all¨ª abajo. Por lo menos m¨¢s de lo que se oye ahora.
As¨ª, existen obras de toros que cuentan c¨®mo una tarde, en And¨²jar, Joselito, enterado de la presencia de Rafael el Guerra, y mientras montaba el estoque, le dijo de forma perfectamente audible: "A ver, maestro, a ver si es as¨ª como se matan los toros". Hundi¨® el acero en las agujas y sali¨® volteado. El legendario diestro cordob¨¦s baj¨® a la enfermer¨ªa para interesarse por el estado del muy joven Gallito. "Peazo anim¨¢, c¨®mo te atreves a matar as¨ª un toro en un plaza de pueblo" le espet¨®. "As¨ª se matan los toros", contest¨® Joselito, "en los pueblos y en las plazas de primera". "S¨ª, lo que t¨² quiera, pero si no es porque torea t¨², ya me ven a m¨ª por And¨²ha", sentenci¨® el Guerra con poco aprecio por el pueblo aceitunero.
Otra tarde, Joselito, dominador de todas las suertes, banderillas en mano, frente a un toro querenciado en tablas, le grit¨® a su fiel subalterno Blanquet, que se encontraba entre el toro y un burladero, y todo el mundo lo oy¨®: "Blanquet, t¨¢pate ya en el burladero, que pongo el par, entro yo y ¨¦ste derrota". Pues como si lo hubiese dicho desde una tarima profesoral. Dicho y hecho. La afici¨®n, que lo hab¨ªa o¨ªdo todo, se rindi¨® en aplausos ante el genial torero y el conocimiento de la res y de los terrenos.
Su hermano Rafael el Gallo protagoniz¨® otra curiosa an¨¦cdota en Valencia que guarda relaci¨®n con lo hasta ahora escrito. Despu¨¦s de perseverar ante las dificultades para cuadrar y matar que presentaba un toro, oy¨® un vozarr¨®n de un huertano desde el tendido: "Para qu¨¦ tantas vueltas si al final la vas a colocar en el pescuezo". Rafael se gir¨®, identific¨® al autor de la ofensa y, sin mediar palabra, cobr¨® una estocada delantera pescuecera entre el alboroto y las risas del respetable.
Todas estas curiosidades glosadas por Gregorio Corrochano podr¨ªan ser ampliadas y superadas por otras similares.
Brindis por obligaci¨®n
Don Marcial Lalanda, en todas las alternativas otorgadas, repet¨ªa "lo que me dijo Juan Belmonte cuando me doctor¨®, que me deseaba la misma suerte que ¨¦l tuvo". De quien dice su pasodoble que es el m¨¢s grande era muy recatado en sus brindis. Mensajes breves y concisos. "Yo no era muy amigo de brindis", dice; "cuando brind¨¦ toros al rey de Italia V¨ªctor Manuel, al conde Ciano o a Franco no fue por voluntad: era obligado".
El diestro de Santaolalla, Gregorio S¨¢nchez, despertaba expectativas de regocijo entre sus compa?eros de cartel cuando se decid¨ªa a brindar. A los nervios propios de la ocasi¨®n se sumaban las dificultades de su tartamudez. Gesticulaba y gesticulaba para terminar diciendo lo de siempre: "Va por usted".
Anto?ete, poco amigo de muchas palabras, ¨²nicamente, a su decir, alarg¨® extraordinariamente un brindis, y fue el dirigido al rey Juan Carlos. Y concluy¨® diciendo: "Me gusta mucho ver a Su Majestad en los toros, pero de paisano y en barrera, no en el palco". Guarda Antonio Chenel una cierta superstici¨®n acerca de sus alternativas. De las treinta y tantas concedidas, desde el diestro venezolano Sergio Flores al Ni?o de la Taurina, "pr¨¢cticamente todas sus carreras han resultado malogradas por una u otra raz¨®n".
As¨ª las cosas, el interrogante sigue cobrando carta de naturaleza. Qu¨¦ se dir¨¢n, qu¨¦ no se dir¨¢n, qu¨¦ le habr¨¢ dicho que se r¨ªe tanto. De todos modos, preferible es conservar el arcano de lo dicho y no o¨ªdo a tragar con los micr¨®fonos entre doctorado testigo, como si una alternativa, cuesti¨®n tan solemne, admitiese comparaci¨®n con cualquier tiempo muerto de cualquier partido de baloncesto. Hasta ah¨ª pod¨ªa llegar la cosa.
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