En busca del tiempo perdido
Una b¨²squeda hac¨ªa atr¨¢s, hacia el teatro que se hac¨ªa antes. Una cierta simpleza de decorados y de trajes -lo cual no es un obst¨¢culo para su fealdad y desproporci¨®n-, unos movimientos de masas azarzuelados, subrayando lo que podr¨ªamos llamar, en ese g¨¦nero, arias, d¨²os, concertantes. El divo es, naturalmente, Rodero, y su voz, su dicci¨®n, su calor para decir su drama destacan sobre los dem¨¢s: est¨¢n en otro tono, en otra tesitura. No ya por condiciones de actor, que son de por s¨ª superiores, sino por ese pedestal que se pon¨ªa bajo los "monstruos sagrados", como dec¨ªa Cocteau. M¨¢s atr¨¢s a¨²n que los segundones, que los parientes pobres del Festival de Almagro. Quiz¨¢ como una oposici¨®n, como una negaci¨®n a los procedimientos actuales, dominados por la t¨¦cnica.La obra se presta. Escrita en 1618, tambi¨¦n Guill¨¦n de Castro busc¨® hacia atr¨¢s: hacia la abundancia de romances sobre el Cid Campeador de los siglos XII y XIII, a otras obras anteriores; su recolecci¨®n, montaje -tal y como dir¨ªamos ahora- y organizaci¨®n proporcion¨® el drama. El prerromanticismo que mucho m¨¢s tarde se atribuir¨ªa a Calder¨®n est¨¢ presente ya en esta obra: el h¨¦roe militar -al principio, bandolero, condottiero- apasionado por la mujer a cuyo padre mata por cuesti¨®n de honor; y amado por ella, y sufriendo los dos sus contradicciones internas y externas absolutamente extremas, cada una de ellas, y la insoportable obsesi¨®n entre lo que quieren y lo que pueden; el aditamento de otra poderosa pero noble dama enamorada, y el terrible dios del honor pesando sobre esta corte de neur¨®ticos y obsesos que fueron nuestros antepasados (no tan lejanos; se escarba, y algo queda en la vida cotidiana y en las p¨¢ginas de sucesos).
Las mocedades del Cid
Guill¨¦n de Castro (1618). Int¨¦rpretes: Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero, Juan Carlos Naya, Arturo L¨®pez, Ana Torrent, Manuel Gallardo, Miguel Ayones, Victoria Rodr¨ªguez, Manuel Torremocha, Milena Montes, Antonio Campos, Enrique Cerro, Lolo Garc¨ªa, Encarna Abad y otros. Direcci¨®n: Gustavo P¨¦rez Puig. Teatro Espa?ol (del Ayuntamiento de Madrid), 16 de mayo.
La direcci¨®n -Gustavo P¨¦rez Puig- se queda, sin embar go, pasmada y torpe ante esos sucesos pasionales.
Sin emoci¨®n
As¨ª como la versi¨®n de Jos¨¦ Mar¨ªa Rinc¨®n allana palabras y versos, y se construye en ese idioma inventado y convencio nal, ni antiguo ni moderno, con que se suelen adaptar los cl¨¢si cos, el director allana tambi¨¦n lo que sucede en el escenarl los horrores se dicen con naturalidad y sencillez, a veces con aparente indiferencia, por quienes escuchan o presencian lo espeluznante que pasa como si no fuera con ellos.No trasciende ninguna emoci¨®n, y la belleza de algunos versos se pierde entre los grifos de desag¨¹e del lenguaje. Eso es lo que m¨¢s indica la busca de lo antiguo y la comparaci¨®n con la zarzuela grande; con alguna raz¨®n, porque la zarzuela ya fue una imitaci¨®n del Siglo de Oro muchas veces (una parodia sin querer). Son los racionistas, sus entradas y salidas en reba?o, los que m¨¢s lo denotan.
Se ha dicho que Rodero tiene el pedestal del divo, que le eleva sobre todos, y responde a lo previsto; Juan Carlos Naya tiene un escabel, y ocupa su puesto superior, aunque no tenga figura de h¨¦roe, con sus recursos de actor. Pero ninguno de los dos puede evitar el contagio de lo llano, de los que ocupan el mero suelo. En este suelo est¨¢ plantada una especie de reproducci¨®n de capilla del rom¨¢nico palentlno, diminuta, que con la ayuda de unas telas tendidas se va queriendo convertir en varios lugares; la desproporci¨®n de su tama?o con las figuras humanas que parecen usarlas y habitarlas es muy inc¨®moda, como de casa de mu?ecas. Lo mismo sucede con la torre del campo, y se lleva a lo grotesco con la ingenua elevaci¨®n de san L¨¢zaro a los cielos. Los habitantes de este decorado, vestidos con figurines en los que dominan los colores planos y que est¨¢n confeccionados con telas demasiado r¨ªgidas, como si fueran Figuras de la baraja, se mueven sin gran entusiasmo.
Estreno especial
El estreno de esta versi¨®n ten¨ªa un car¨¢cter especial: era la primera vez que se abr¨ªa el Espanol con direcci¨®n propia -la de Perez Puig- despu¨¦s de ser nombrado por el Ayuntamiento al que se iz¨® Rodr¨ªguez Sahag¨²n , y hab¨ªa por tanto un l¨®gico inter¨¦s en ediles y funcionarios, y en sus familiares, y en p¨²blico tambi¨¦n reclutado en gran parte entre los de antes -aunque, claro, no tan antiguos: no quedan-, en el triunfo y en la coronaci¨®n de P¨¦rez Puig sobre el destronado Narros. Hubo, por tanto, aplausos, v¨ªtores y ovaciones desde el primer momento, que subrayaron muchas inervenciones y finales de cuadro. El p¨²blico selecto no dio pruebas de haberse fatigado ni sentido el aburrimiento: ten¨ªa intereses y emociones a?adidos; y quiz¨¢, por qu¨¦ no, ese mismo deseo de volver atr¨¢s, de borrar, de condonar lo que otros tiempos han aportado. En las representaciones siguientes se ver¨¢ si esta etapa tiene alguna oportunidad. En el momento, P¨¦rez Puig tuvo que pronunciar unas palabras de gratitud -a partir de la tambi¨¦n l¨®gica que siente por el Ayuntamiento- por lo que ¨¦l consider¨® una noche maravillosa.
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