El espejo fances
Francia se halla, desde hace unos meses, en uno de los momentos m¨¢s extra?os y preocupantes de su reciente historia pol¨ªtica. La V Rep¨²blica nunca hab¨ªa pasado horas tan bajas desde mayo de 1968, momento en que los ¨ªmpetus juveniles desbordaron el conformismo de una sociedad demasiado vieja y mediocre hasta poner contra las cuerdas al Gobierno y al presidente. Estrictamente, no hay ahora ninguna mala noticia o raz¨®n realmente objetiva en el origen del clima pesimista franc¨¦s. Su econom¨ªa se porta m¨¢s bien que mal y contar¨¢ incluso con un margen para recuperar el tiempo perdido respecto al rival y vecino alem¨¢n, concentrado en el pago de la factura de la unidad entre las dos rep¨²blicas hermanas. Su Gobierno, presidido por Michel Rocard, un loser de toda la vida que al fin cosecha ¨¦xitos y se halla en la cumbre de la popularidad respecto a todos sus rivales, ha demostrado una estabilidad envidiable respecto a anteriores Gobiernos de la Rep¨²blica. Y el presidente Fran?ois Mitterrand enfila la d¨¦cada de su reinado en una posici¨®n de reconocido prestigio internacional, cuya apoteosis se materializ¨® en los enormes fastos de celebraci¨®n del Bicentenario de la Revoluci¨®n Francesa en julio de 1989.Aquella ocasi¨®n, en que el presidente de la Rep¨²blica reuni¨® en una cumbre a los grandes de este mundo, quiso expresar la esperanza francesa en un futuro en el que la vieja naci¨®n europea, amada y odiada por tantas cosas, jugar¨ªa un papel decisivo, casi central. Ah¨ª estaba, como decorado del Bicentenari en permanente reforma, la maravilla arquitect¨®nica y museogr¨¢fica que es Par¨ªs, sin competencia alguna ni parang¨®n en lo que a monumentalidad, atractivo tur¨ªstico y fulgor internacional se refiere. Las obras p¨²blicas promovidas por os tres ¨²ltimos presidentes de la Rep¨²blica, transmutados en ¨¦mulos de los faraones, sobran y bastan para compensar modas, coyunturas o el soplo sinuoso del viento de la creatividad sobre este u aquel ¨¢mbito del planeta. La moda de Nueva York ha pasado, pas¨® tambi¨¦n la m¨¢s ef¨ªmera de Madrid, pasar¨¢ la de Barcelona y tendr¨¢ algo m¨¢s de perennidad la que se avecina con Berl¨ªn, pero, como en Casablanca, "siempre nos quedar¨¢ Par¨ªs". Gracias, entre otras cosas, a la lluvia de millones prodigada desde la presidencia de la Rep¨²blica.
El Bicentenario, ocasi¨®n para lucir las ¨²ltimas joyas parisienses (el Cubo de la Defense, la Pir¨¢mide del Louvre y la ¨®pera de la Bastilla), fue tambi¨¦n momento especialmente brillante para la ideolog¨ªa francesa surgida de la revoluci¨®n, una ideolog¨ªa que, a pesar de su car¨¢cter nacional, se halla en la ra¨ªz de la cultura occidental. Nadie pod¨ªa sospechar que, apenas un a?o despu¨¦s, una nueva revoluci¨®n iba a poner cabeza para abajo todo el saber adquirido en cuesti¨®n de revoluciones, de libertad, de fraternidad y sobre todo de igualdad. Tambi¨¦n cabeza para abajo iba a quedar, ha quedado ya, la vocaci¨®n francesa de hacer perdurar su dificil y a veces ilusoria hegemon¨ªa ante el ¨ªmpetu alem¨¢n de la unificaci¨®n y la reaparici¨®n de un aut¨¦ntico continente en la Europa central, en el mundo eslavo y en Asia central.
El gusano de una amarga e inconfesable depresi¨®n corroe la conciencia francesa. "Siempre nos quedara Par¨ªs", de acuerdo. ?Pero seguir¨¢ Francia siendo Francia? En las ¨²ltimas d¨¦cadas, ha ido detr¨¢s de Alemania en crecimiento econ¨®mico, en control de la inflaci¨®n y en exportaciones, y demasiado por delante en d¨¦ficit exterior, pero ha compensado su complejo de inferioridad econ¨®mica con el arma nuclear, su peculiar posici¨®n independiente dentro del dispositivo de defensa occidental y su pol¨ªtica exterior, en la que cuenta su condici¨®n de ¨²ltimo imperio ultramarino, a pesar de que los restos coloniales est¨¦n compuestos propiamente por un multicolor confeti insular. En la competencia franco-alemana, la seriedad de la econom¨ªa se ha inclinado siempre hacia el Este, mientras que la ilusi¨®n de la diplomacia, el caracoleo pol¨ªtico o los gestos de grandeza se han inclinado hacia el Oeste. De ah¨ª el protagonismo franc¨¦s en las iniciativas m¨¢s imaginativas de la construcci¨®n europea. Dos son las principales bazas: una ciudad, Par¨ªs, suficiente para deslumbrar a cualquiera, y un soberbio teatro de sombras donde un genio de las artes, el presidente de la Rep¨²blica, se esfuerza por convertir los delirios de grandeza y las nostalgias pasadas en nuevas realidades s¨®lidas y cre¨ªbles.
Esta escenograf¨ªa de la grandeur, conjurada por el antagonista de De Gaulle que fue Fran?ois Mitterrand, tiene como objetivo aplacar el dolor de la depresi¨®n francesa, e ilusionar a sus ciudadanos con una alternativa aceptable, como es la unidad europea. El viejo nacionalismo, encarnado por Le Pen, esgrime la superioridad cultural, religiosa y racial de lo franc¨¦s y se ensue?a en la historia perdida de la Francia imperial y colonial. El nuevo nacionalismo, que se extiende por todo el arco ideol¨®gico franc¨¦s y se asienta con especial fuerza en el neogaullismo de Jacques Chirac, funciona como ideolog¨ªa del reto: Francia debe encabezar la construcci¨®n europea, convertirse en su motor y en su n¨²cleo, y los franceses adquirir un rango similar al de los pioneros americanos de Nueva Inglaterra, proporcionando sus ideas surgidas de la Ilustraci¨®n y de la Revoluci¨®n a la nueva ideolog¨ªa europea.
De ah¨ª el pavor franc¨¦s ante la unidad alemana, que excita al viejo nacionalismo y pone en duda el nuevo. La obsesi¨®n demogr¨¢fica, que ha llevado a las pol¨ªticas natalistas m¨¢s persistentes y eficaces de Europa, queda ridiculizada ahora ante el peso s¨²bito de la naci¨®n vecina. El retraso econ¨®mico, y sobre todo comercial, amenaza con convertirse en un abismo infranqueable, principalmente porque Europa central vuelve a ser una regi¨®n donde se negocia y se trafica en alem¨¢n. El protagonismo en la escena comunitaria le corresponde ahora a esta naci¨®n renovada que promete constituir el cuerpo central de la futura gran naci¨®n europea. Todo lo que pudiera ser motivo de un hipot¨¦tico orgullo nacional franc¨¦s amenaza ruina en la medida en que la unidad alemana se hace realidad. ?sta es la pura y simple cuesti¨®n que casi nadie se atreve a confesar. Entre otras razones, porque los franceses son los primeros en saber que la unidad alemana ser¨¢ peligrosa en la medida en que sea percibida y caracterizada como peligrosa por sus vecinos.Esta angustia francesa halla otras calas donde anidar: la tremenda ca¨ªda de popularidad del presidente de la Rep¨²blica, en el preciso momento en que Mitterrand aparece acaso como la ¨²ltima referencia; la ley de amnist¨ªa para los delitos vinculados a la financiaci¨®n de los partidos pol¨ªticos, con las perversas consecuencias que comporta la aparici¨®n de una justicia de doble moral, una para los pol¨ªticos y otra para el resto de los ciudadanos; las divisiones cainitas que sufre el Partido Socialista, en correlato con las divisiones igualmente irreconciliables en la derecha; la consolidaci¨®n y crecimiento de la extrema derecha xen¨®foba y racista de Jean-Marie Le Pen; o el temor a la inmigraci¨®n, espoleado por el lepenismo, pero compartido de forma inconfesada por un amplio registro de ideolog¨ªas y sectores sociales, como expresi¨®n de una comunidad que tiene serias dificultades para imaginar un futuro en el que la religi¨®n, las referencias culturales y el color de la piel de la mayor¨ªa sean distintos a los actuales.
Todos los pa¨ªses europeos sufren parecidos males: distanciamiento entre las estructuras pol¨ªticas y la sociedad, deficiente funcionamiento del sistema de representaci¨®n, extensi¨®n de la corrupci¨®n en los partidos, resurgir de nacionalismos y fundamentalismos, brotes de racismo, a?oranza de ¨¦pocas idealizadas... Los que no los sufren todav¨ªa, los del Este, no tardar¨¢n en experimentar enfermedades similares, si es que no han tenido ya abcesos brutales de antisemitismo y de xenofobia. Todos pueden mirarse en el espejo franc¨¦s, donde se reflejan las luces ambiguas de un pa¨ªs que mira hacia el futuro y desea fervientemente fundirse en Europa y las sombras temblorosas de una naci¨®n que no quiere romper el hilo umbilical que la ata al pasado.
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