El futuro de Europa
LOS ACONTECIMIENTOS europeos de los ¨²ltimos meses han planteado a los pol¨ªticos comunitarios cuatro Cuestiones en torno al futuro inmediato del continente:
1. C¨®mo encararse con una nueva situaci¨®n estrat¨¦gica en la que las tensiones entre los dos bloques antag¨®nicos tradicionales son de pronto infinitamente menores. Cuando, a principios de julio, tenga lugar en Londres la cumbre de la OTAN, todos sus miembros deber¨¢n haber esbozado alguna soluci¨®n. ?Una organizaci¨®n de seguridad en lugar de un sistema defensivo? Probablemente sea ¨¦sa la ¨²nica salida, siempre y cuando se tome en cuenta que, si el n¨²cleo de Europa, como parece evidente, ser¨¢ la CE, no tiene sentido que carezca de un organismo en el que se trate de ternas militares. La oposici¨®n de Irlanda -¨²nico miembro comunitario que no pertenece a la OTAN- fuerza ahora a la CE a elaborar una pol¨ªtica exterior sin dimensiones estrat¨¦gicas.
2. C¨®mo hacer que el mercado ¨²nico, que quedar¨¢ Consolidado en 1992, d¨¦ el paso siguiente hacia la uni¨®n monetaria y econ¨®mica totales. Si se ha hecho la uni¨®n monetaria y econ¨®mica de Alemania, la CE debe ser capaz, con algo de voluntad pol¨ªtica, de realidad superando las dificultades de car¨¢cter econ¨®mico.
3. Qu¨¦ hacer con quienes pretenden adherirse ahora a la CE. La Comunidad tiene muchos candidatos, desde los m¨¢s evidentes, como Austria (?en qu¨¦ difiere su neutralidad de la de Irlanda?) hasta quienes, como Hungr¨ªa o Checoslovaquia, ten¨ªan como meta la adhesi¨®n cuando desmontaban la estructura socialista. La Europa unida s¨®lo tendr¨¢ sentido en tanto en cuanto sea capaz de confundirse con sus contornos naturales.
4. C¨®mo crear una entidad pol¨ªtica ¨²nica, que es, con mucho, el tema de mayor trascendencia. El Consejo extraordinario de los Doce celebrado en Dubl¨ªn el 28 de abril pasado intent¨® dar una primera respuesta comunitaria a estas cuestiones. Como consecuencia de ello, el Parlamento Europeo, la Comisi¨®n de Bruselas y los Gobiernos se reunieron el jueves pasado en Estrasburgo en una Conferencia Interinstitucional Preparatoria para reflexionar y pedir la aceleraci¨®n de la uni¨®n pol¨ªtica. Ayer se reunieron los Doce en Dubl¨ªn para elaborar la propuesta de una Segunda Conferencia Intergubernamental sobre la uni¨®n.
Acaso valga la pena detenerse un momento a considerar si los jefes de Estado y de Gobierno y los organismos comunitarios de Bruselas est¨¢n realmente legitimados para seguir adelante con esta tarea o si se trata de un experimento de laboratorio del que empiezan a quedar excluidos quienes deben ser sus protagonistas. En efecto, da la sensaci¨®n de que, sustent¨¢ndose en la vaga noci¨®n de que sus ciudadanos les apoyan imprecisa aunque decididamente en la aventura europea, los gobernantes hacen progresar el carro de la unidad sin consultar con ellos: les raptan idea y horizonte. Sin embargo, las cosas progresan de tal modo que pronto llegar¨¢ el momento de consultar muy exactamente a los ciudadanos de Europa sobre cu¨¢les son, en realidad, sus deseos. Si todo avanza como hasta ahora, en 1993 deber¨ªan quedar estructurados los cambios constitucionales que permitan la uni¨®n pol¨ªtica. Pero ?en qu¨¦ sentido? En cualquier caso, la nueva reforma del Tratado de Roma va a requerir no ya la aprobaci¨®n parlamentaria en cada pa¨ªs miembro, sino la convocatoria de un refer¨¦ndum.
Dos cosas deben se?alarse: una, que la derrota del sistema de socialismo real en la Europa del Este ha dado en la mente de los europeos libres el ment¨ªs al dicho de que la democracia es el peor sistema pol¨ªtico posible con excepci¨®n de todos los dem¨¢s. No quedan otros dem¨¢s. Los ciudadanos de Europa se han convencido probablemente de que la democracia no s¨®lo es el mejor sistema, sino el ¨²nico: van a exigir cada vez con mayor apremio democracias limpias, que funcionen con honradez y que atiendan al ciudadano con eficacia, para responder as¨ª a las expectativas de felicidad de los individuos. En segundo lugar, es dificil concebir que el marco de esta democracia vaya a ser un super-Estado, calcado de los que hoy existen. Hace falta imaginaci¨®n para concebir un nuevo marco confederal que, potenciando las realidades nacionales que componen Europa, evite fomentar una especie de supernacionalismo europeo.
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