Autodeterminaci¨®n
La autodeterminaci¨®n es un concepto pol¨ªtico cuyos or¨ªgenes se encuentran en el pasado colonial, pero cuya vigencia continuada plantea al mundo moderno una sorprendente variedad de enigmas. La declaraci¨®n de independencia de Lituania, la exigencia de que se constituya un Estado palestino, la insurrecci¨®n de Cachemira, las vicisitudes de la minor¨ªa tamil en Sri Lanka, la opresi¨®n que padecen los kurdos y la demanda de, al menos, algunos s¨ªjs indios de un Khalistan independiente son todos ellos, en alguna medida, variaciones sobre el mismo tema. ?Cu¨¢les son las implicaciones de todos estos impulsos de ruptura? ?Tiene cualquier grupo derecho a la autodeterminaci¨®n simplemente porque as¨ª lo decide? ?Y si Escocia la pide, por qu¨¦ no el barrio londinense de Pimlico?Lituania y Letonia y Estonia- son, creo yo, casos especiales, porque son Estados prisioneros de una distorsi¨®n del tiempo hist¨®rico. Viven bajo la ¨¦gida del ¨²ltimo imperio centralista del mundo, y a causa de ello, su lucha por la autodeterminaci¨®n es del viejo tipo antiimperialista. Pero sus dificultades no se acabar¨ªan con la retirada de Mosc¨², y ello porque sencillamente dependen casi al ciento por ciento en el aspecto econ¨®mico. ?Qu¨¦ valdr¨ªa su independencia mientras subsistiera tal situaci¨®n? ?Puede darse un Estado independiente que sea completamente dependiente?
Las dudas sobre la viabilidad econ¨®mica, sin embargo, no aminoran, ni quiz¨¢ debieran aminorar, las exigencias de libertad de un pueblo. (Puede que Karl Marx estuviera equivocado al considerar que la econom¨ªa es lo principal; puede que lo principal sea la cultura y que la econom¨ªa s¨®lo venga en segundo lugar).
Se podr¨ªan esgrimir argumentos convincentes en contra de la viabilidad econ¨®mica de un Estado palestino independiente o de una Cachemira aut¨®noma, pero estos razonamientos no ir¨ªan muy lejos con un cachemir o con un palestino, porque unos y otros est¨¢n comprometidos en una lucha muy actual por la autodeterminaci¨®n; y quienes se les oponen no son colonialistas arcaicos, sino Estados contempor¨¢neos que se enorgullecen de sus tradiciones seculares y de sus valores democr¨¢ticos.
Todo esto revela que en el mundo moderno la exigencia de autodeterminaci¨®n se debe, principalmente, a un fallo de la democracia. El propio presidente de Israel acus¨® esta semana a sus pol¨ªticos de "hacer de los principios de la democracia una farsa". Y la pol¨ªtica israel¨ª en Cisjordana y Gaza -la violenta represion de la Intifada, el asentamiento de inmigrantes jud¨ªos en tierra ¨¢rabe, el cierre durante tres a?os de todas las universidades y escuelas- es, como ha se?alado Margaret Thatcher, extremadamente da?ina para la reputaci¨®n israel¨ª y para su posici¨®n en el mundo. Tambi¨¦n en Cachemira el descontento actual es resultado directo de los largos a?os de represi¨®n de las aspiraciones del pueblo cachemir por parte del Gobierno indio.
Para su mala suerte, el nuevo primer ministro indio, V. P. Singh, ha heredado los resentimientos cachemires acumulados, en gran parte por culpa de anteriores Gobiernos del Partido del Congreso, y al mismo tiempo ha tenido que depender de los votos del partido fundamentalista hind¨² Bharatiya Janata (BJP), antimusulm¨¢n, para mantenerse. Kuldip Nayar, nuevo embajador indio en Londres, suger¨ªa en The Independent el pasado 24 de abril que, en Cachemira, "India est¨¢ luchando por conservar los principios de laicismo". Pero hace tiempo que el laicismo indio les da a los cachemires la sensaci¨®n de parecerse mucho a una ocupaci¨®n militar. Y cuando se pide a la gente que elija entre los tanques y las mezquitas, normalmente no elige los tanques. Es el fracaso de la pol¨ªtica laica india en Cachemira lo que ha arrastrado a gran n¨²mero de sus ciudadanos hacia un tipo de fundamentalismo isl¨¢mico del que hab¨ªan huido anteriormente.
Los resentimientos cachemires son muy profundos. Estuve por ¨²ltima vez en el valle de Cachemira en agosto de 1987, rodando una pel¨ªcula para la televisi¨®n sobre el 40? aniversario de la independencia india. No encontr¨¦ a un solo nativo en la calle que sintiera por la India independiente otra cosa que desprecio. Incluso entonces hab¨ªa disparos todas las noches en las calles, y los partidos religiosos extremistas crec¨ªan a gran velocidad. "Cuando Zia Ul Haq ejecut¨® a Bhutto", me dijeron, la gente de aqu¨ª le odiaba. Pero si Zia nos invadiera ahora se le aclamar¨ªa como a un libertador". Hab¨ªa una generalizada tendencia a idealizar Pakist¨¢n. "Un primo m¨ªo fue a Lahore", me cont¨® una persona, "y es asombroso: todas las casas de los distritos residenciales caros tienen nombres musulmanes en las puertas". Y aunque aduje que el suave islam suf¨ª adorado por los cachemires era precisamente el tipo de islam que el r¨¦gimen de Zia y los fundamentalistas estaban intentado erradicar, el argumento no convenci¨® a nadie. Si Pakist¨¢n era una dictadura, me dijeron, ?qu¨¦ cre¨ªa yo que era Cachemira? Al menos, en Pakist¨¢n era una dictadura musulmana.
El Pakist¨¢n de hoy ya no es una dictadura, y aun cuando no pueda decirse que la democracia est¨¦ bien asentada en aquel pa¨ªs, sigue sien o, para muchos cachemires, un Estado idealizado. No obstante, muchos otros est¨¢n menos interesados en unirse a Pakist¨¢n que en conseguir la autonom¨ªa de la India: la autodeterminaci¨®n.
Los cachemires no son fan¨¢ticos. Tampoco lo son los palestinos. Si India desea solucionar el problema cachemir, si Israel desea tener paz, la democracia tendr¨¢ que demostrar lo que vale. Y eso no se consigue con metralletas Uzis o con tanques.
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