Simplemente burros
A ChapiNuestra civilizaci¨®n, acaso por mor de una ya precaria supervivencia espiritual, tiende a asumir el absurdo como un hecho cotidiano. En algo ten¨ªamos que diferenciarnos de los asirios o de los mogoles, que tan s¨®lo eran unos bestias. Hay un punto de inflexi¨®n en el horror, pues, en el que la banalizaci¨®n de lo grotesco diluye aqu¨¦l en algo que juzgamos l¨®gico, aunque no deseable, y que en cualquier caso contribuye a que la fofez mental vaya siendo cada vez una evidencia colectiva e irreversible. La religi¨®n, y desde siempre fue as¨ª, tiene una buena parte de responsabilidad en ello. Veamos un ejemplo que no tuvo apenas reacciones: el Papa de Roma se descolg¨® hace un tiempo afirmando que los animales poseen alma, que "un soplo divino habita en ellos". Por lo tanto, si ¨¦sta es inmortal, tambi¨¦n debe serlo la de toda esa serie de bichos as¨ª llamados dom¨¦sticos que, se dice, convierten la existencia de las personas en algo m¨¢s grato y llevadero. Hasta donde alcanzo a saber, la afirmaci¨®n salida del Vaticano hace referencia expl¨ªcita a los animales de compa?¨ªa, a los amigos del hombre. A las pocas horas de la susodicha aseveraci¨®n, a dura penas ¨¦ramos capaces de contener la verg¨¹enza ajena ante esas im¨¢genes de televisi¨®n en las que una multitud, fervorosa y creyente, llevaba a bautizar a sus bichos, convenientemente emperifollados para tal ocasi¨®n. Perros, gatos y canarios. Fue en Italia, que es como hablar de la vuelta de la esquina, de nuestra conciencia hist¨®rica. Mire usted por d¨®nde que ante el cambio de milenio nos las promet¨ªamos relativamente felices, y ahora el Este se desmorona en pedazos y el Oeste sigue en su l¨ªnea. Hasta el Santo Padre se supera a s¨ª mismo pulverizando sus r¨¦cords anteriores, dicho esto con todo el respeto del mundo, urbi et orbi, y, si se prefiere, a modo de elipsis po¨¦tica.
Uno aguanta, lo que da pie a infinitas especulaciones teol¨®gico-genitales, que el Santo Padre diga que hay que hacer el amor sin deseo carnal, sin lujuria, vamos. Pura concatenaci¨®n de reaccciones qu¨ªmicas cuyo ¨²nico fin es la procreaci¨®n de nuevos seres, y siempre dentro de los l¨ªmites de la instituci¨®n matrimonial. Esto del coito bien hecho tiene que ver con la carne. Demasiado prosaico. Pase. Pero lo del alma de los animales tiene que ver con el cielo. Por eso clama al cielo. Vayamos por partes. Con esto se han atrevido de un plumazo a aquello de lo que fueron incapaces ilustres expertos en el tema. A saber, ni siquiera Marsilio Ficin¨® en su Teolog¨ªa plat¨®nica de la inmortalidad del alma. Ni siquiera Plat¨®n en su Fed¨®n. Ni Ockarn, ni Nicol¨¢s de Cusa. Ni Francisco Su¨¢rez -que fue algo as¨ª como el ide¨®logo del CDS filos¨®fico en pleno siglo XVII: ni Arist¨®teles ni lo otro, sino todo lo contrario- en su monumental De anima tuvo arrestos para enfrenarse al tema. Por mucho menos a otros, y recu¨¦rdese a Bruno, a Servet o a Vanini, los quemaron vivos. Ni siquiera el gran experto en los trasuntos del alma a lo largo de toda la histora de las ideas, santo Tom¨¢s de Aquino, se le ocurri¨® afirmar algo semejante con tan fr¨ªvola facilidad. M¨¢s bien al contrario. A diferencia de san Agust¨ªn, que vino a decir que "en algunas criaturas aparece el vestigio de la Trinidad", pero sin meterse en camisa de once varas, santo Tom¨¢s, en su Tratado de la creaci¨®n en general, cuesti¨®n 45, art¨ªculo 7 de la Summa teol¨®gica, nos demuestra que no. Menos mal. En otro de sus textos capitales, la Summa contra los gentiles, libro II, cap¨ªtulo I-XXXII: "Quod animae brutorum animaliumnon sunt inmortales" ("Las almas de los animales brutos no son inmortales"), corrobora lo expuesto anteriormente. De hecho, y tras una breve referencia, hace mutis por el foro y escabulle la cuesti¨®n. Era m¨¢s f¨¢cil, sabio y bello abordar el tema del sexo de los ¨¢ngeles.
No parece que la aseveraci¨®n pontificia afecte a esos otros desdichados animales que desde hace milenios viven junto a nosotros y de los que damos cuenta predadoramente: cerdos, vacas, gallinas, ovejas, etc¨¦tera. Ser¨ªa de p¨¦simo gusto devorar a los poseedores de un alma buena. No, ellos no tienen alma. Pero resulta que hay personas que tienen animales de compa?¨ªa que no son los usuales, ranas, tortugas, guacamayos, incluso reptiles y, horror de los horrores, chimpanc¨¦s, nuestros colegas. ?Y el alma de la v¨ªbora, y el de la tar¨¢ntula o el de la voraz comadreja? Menudo enredo. ?Los tiernos cobayas o h¨¢rnsters, s¨ª; pero las viles e infectas ratas de cloaca, no? ?Ellas, que son el lumpen proletariado activista de nuestras miserias, de los detritos de la polis moderna.! Para qu¨¦ hablar de lo que tendr¨¢n entre pecho y espalda los ornitorrincos, las salamanquesas, los okapis o los marsupiales. Se dice que las llamas de la altiplanicie andina est¨¢n entrando en masa en los hogares ingleses. ?El obispo de Canterbury deber¨¢ definirse al respecto, pronto y claro! En este pa¨ªs, Espa?a, tan proclive a sacralizar la sandez, sobre todo cuando medran la televisi¨®n o ciertos medios de comunicaci¨®n, hemos de llevar un especial cuidado para que no se expanda esa ola de misticismo d¨¦bil que afecta a ciertos animales. Podr¨ªa ser, aunque hoy est¨¦ mal visto decirlo, como el comunismo. Toquemos madera, Aunque, de ser cierto, a algunos nos ha ca¨ªdo encima una buena. Me explico: mi familia tiene un perrito caniche ya muy mayor, que va para 15 a?os, lo que equivale a 90 de los nuestros. Es una joya de bicho. Desde hace bastante tiempo, adem¨¢s de sordo como una tapia, est¨¢ ciego. Va peg¨¢ndose golpes por todos lados. Se le cayeron los dientes y le huele el aliento que marea. Se mea y se caga en cualquier sitio, aunque su especialidad son los sillones y el sof¨¢. Tampoco perdona a las alfombras. Llora como un condenado en cuanto se queda solo, para martirio del vecindario. Por las noches, a tenor de sus convulsiones, parece tener espantosas pesadillas. A pesar de todo, est¨¢ sano. En alguna ocasi¨®n nos planteamos facilitarle el viaje al m¨¢s all¨¢, pero por aquello de la piedad y del afecto a Chapi, pues as¨ª se llama tal primor de can, ese regalito henchido de soplo divino y de Trinidad por todas partes, nos hemos contenido. "Total, para lo poco que le queda...". Ahora, desde el Vaticano, se nos dice que Chapi puede ser inmortal y que, de existir la vida eterna, tendremos que seguir soport¨¢ndolo toda la eternidad. El panorama se presenta descorazonador. Ya puedo ver a mis padres con mascarilla antig¨¢s y recogiendo meados por el ¨¦ter. Fatal. Vamos, que si tenemos constancia de que su alma canina pulula por el cielo o el purgatorio, mi familia en bloque puede hacer m¨¦ritos, opositar en un sentido literal del t¨¦rmino, para ganarse una plaza en el infierno.
Luchemos por sofocar nuestra ira ante las injusticias que es m¨¢s c¨®modo ignorar; luchemos, esmer¨¦monos por tener orgasmos as¨¦pticos y cristianos, pero que no nos tomen m¨¢s el pelo, por favor. Que no nos quieran cambiar las cuatro ideas que hasta ahora ten¨ªamos claras. Una mujer hermosa mordiendo una manzana ser¨¢ siempre una mujer hermosa mordiendo una manzana. Reconozco que a menudo me ha perseguido la imagen de Polilla, ese personaje del cuento de Pinocho que en la siniestra Isla Encantada comete el pecado de atiborrarse de golosinas, fumar alg¨²n purito, divertirse de lo lindo y gozar de la vida. La pavorosa transmutaci¨®n de Polilla en burro y la moraleja inherente a tal cambio -"la escuela del placer convierte a los ni?os en burros"-, aunado a todo ese asunto del alma inmortal de ciertos animales, hace que lo que hasta el momento era un vago deseo ahora se haya convertido en ferviente anhelo. Y es que, d¨ªa a d¨ªa, parece m¨¢s noble y m¨¢s pura la obcecaci¨®n sin igual de los sufridos burros. Ellos son los ¨²ltimos rebeldes, los ¨²nicos que se niegan, de entrada, a la atrofiante servidumbre. S¨¦, adem¨¢s, que no estar¨¦ solo en esa guisa: si existe la reencarnaci¨®n, cosa que no me apetece por nada del mundo, me pido ser burro. Acaso seremos un peque?o ej¨¦rcito haciendo la guerra de guerrillas, y nadie podr¨¢ negarnos tal condici¨®n. Simplemente burros, pero con orgullo.
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