Solitaria plenitud
"A nadie le extra?aba verla cogiendo violetas en la madrugada. Estaba all¨ª, siempre sentada en el comienzo de los d¨ªas con las manos azules, con sus cuidadas manos pintadas de luz estilogr¨¢fica" (Estos d¨ªas azules y este sol de la infancia), repasando los versos, los ajenos, los suyos, as¨ª, por este orden, primero a la orilla de su mar de Luarca, a la orilla de su mar de Puerto Rico despu¨¦s y, desde hace un mont¨®n de a?os, orillada en su calle de M¨¦xico en Madrid.Lo primero que estas seleccionadas y seleccionadoras manos de Aurora de Albornoz escriben son poemas (Brazo de niebla, Prosas de Par¨ªs, Poemas para alcanzar un segundo), pero ser¨¢n mundialmente conocidas por editarlas en Buenos Aires en 1961, con Guillermo de Torre, las obras de Antonio Machado y dedicar muchos a?os al estudio de su poeta predilecto, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez (de quien fue excepcional disc¨ªpula en la universidad de Puerto Rico): "De la mano de Antonio Machado y de la de Juan Ram¨®n yo conoc¨ª Andaluc¨ªa", cont¨® en Sevilla en v¨ªspera de elecciones democr¨¢ticas cuando ped¨ªa con un grupo de amigos escritores el voto de los andaluces para la izquierda. Sus manos, pues, supieron hacer convivir en su m¨¦todo interpretativo las est¨¦ticas enfrentadas en apariencia de aquellos dos andaluces universales, lo mismo que su criterio jam¨¢s se hizo eco de sectarismos dentro o fuera de la Literatura. As¨ª se aproximaba a la poes¨ªa de Mart¨ª, de Vallejo, de Alberti, de Bergam¨ªn, de Rejano, de. Hierro, de Caballero Bonald y de tantos otros, con la exquisita sensibilidad "l¨ªrico-cr¨ªtica" de quien se adentra cordialmente (Chile en el coraz¨®n) en el poema compartido; lo mismo para rubricar los valores misteriosos de un Machado tantas veces tachado de "social" como para defender el juanramonisno de Blas de Otero y Jos¨¦ Hierro ("qu¨¦ alegr¨ªa su premio", me coment¨® recientemente; "le he puesto un telegrama, era m¨¢s elegante"); para recomendar la poes¨ªa de Celaya o la de Octavio Paz.
No soy tan insensata como para querer resumir en esta nota que dicta la amistad y la tristeza su monumental trabajo de cr¨ªtica que cualquier estudioso de la poes¨ªa en nuestra lengua ha de considerar en el lugar m¨¢s alto, sino nombrar levemente a una hermosa y sabia escritora en cuyas p¨¢ginas sus amigos m¨¢s j¨®venes y sus lectores aprendimos a amar la poes¨ªa decadente, los boleros, las noches y el champa?a, y a querer a los pueblos oprimidos, a Tierno Galv¨¢n, a los pintores andaluces, a Puerto Rico, debilidades de las que nunca prescindi¨® desde su lejana militancia comunista, marcando una rareza en la ortodoxia de la ¨¦poca, con su valiente y l¨²cida melancol¨ªa y sus abrigos de vis¨®n.
Quiz¨¢ por eso, por presencia ins¨®lita en el mundillo intelectual espa?ol y por su capacidad como investigadora y articulista que ya le ha dado un esca?o brillante en la historia de la literatura, deber¨ªamos desdramatizar su muerte. Aurora de Albornoz ha escrito mucho y bien en solitaria plenitud ("ser s¨®lo es realmente la forma de saberse ser completo", ha dicho en uno de sus ¨²ltimos art¨ªculos), y era una de las pocas figuras intelectuales capaces de seducir aun en estos temporales ¨¦tico-est¨¦ticos de fin de siglo...
Hoy acaba de convertirnos en contrariados supervivientes de sus letras reunidas, y no es f¨¢cil, en este carnaval de la cultura, palpar la ausencia de quien ha hecho que la vida de los poetas fuera "m¨¢s pl¨¢cida y humana" (qu¨¦ gran verdad, Carlos Bouso?o), en tanto ella no se tomaba ning¨²n trabajo en autopromocionarse. Pero seguramente en esto ha acertado tambi¨¦n, mujer inteligente, al no tomarse, como Abel Mart¨ªn, ni una cosa (la literaria) ni la otra (su bajada del tren). sin demasiadas alharacas: Eso s¨ª, hablando por tel¨¦fono con las personas que quer¨ªa mientras se llevaba a la boca con sus manus azules (desde luego, con su desmesurada e ir¨®nica boquilla) el pitillo de la media noche.
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