La ecolog¨ªa pol¨ªtica de la pobreza
La percepci¨®n de los problemas ecol¨®gicos del Tercer Mundo ha cambiado de forma sensible en estos ¨²ltimos a?os. No s¨®lo ha cambiado en algunos de los pa¨ªses pobres directamente afectados por la crisis ecol¨®gica, pa¨ªses en los que han ido implant¨¢ndose fuertes movimientos de protesta, sino tambi¨¦n entre los expertos de las organizaciones internacionales y entre los activistas del movimiento ecologista europeo o norteamericano.Cuando en 1972 se reuni¨® en Estocolmo, con car¨¢cter informativo y consultivo, la primera conferencia mundial sobre los problemas medioambientales, la opini¨®n m¨¢s generalizada tend¨ªa a establecer una correlaci¨®n muy directa entre los distintos tipos de contaminaci¨®n y los excesos del desarrollo industrial en los pa¨ªses ricos. Eran los tiempos de los primeros gritos de alarma, el momento en que el primer informe del Club de Roma llamaba la atenci¨®n acerca de los l¨ªmites al crecimiento como consecuencia del agotamiento de algunos de los recursos no renovables b¨¢sicos para la continuaci¨®n del modo de vida m¨¢s extendido en los pa¨ªses altamente industrializados.
El descubrimiento de que la naturaleza pon¨ªa l¨ªmites al crecimiento econ¨®mico indiscriminado y la idea de que, por tanto, la civilizaci¨®n expansiva del industrialismo ten¨ªa los a?os contados, independientemente de si ¨¦stos iban a ser m¨¢s o menos, fue una desagradable sorpresa para mucha gente, sobre todo para aquellas personas que entonces empezaban a recoger los frutos de una ¨¦poca de vacas gordas en lo econ¨®mico. Por eso los primeros manifiestos ecologistas fueron recibidos con escepticismo o con indignaci¨®n por los trabajadores, por los que se ganaban el pan con sus manos y, en general, por los pobres del mundo. Las llamadas a la austeridad, que aquellos manifiestos hac¨ªan derivar razonablemente del descubrimiento de la crisis ecol¨®gica, les parec¨ªan a muchos trabajadores de los pa¨ªses industrializados una maniobra del adversario de clase para recortar las mejoras arrancadas por los sindicatos en la d¨¦cada de los sesenta; y a los desheredados del Tercer Mundo, para los que la naturaleza segu¨ªa siendo en casi todas partes algo hostil con lo que hab¨ªa que luchar, el ecologismo de la austeridad y de la autocontenci¨®n del que hablaban los antiguos colonizadores ten¨ªa que parecerles un sarcasmo.
Y as¨ª fue en realidad. Dirigentes y dirigidos de los pa¨ªses del Tercer Mundo reaccionaron con acritud frente a las recomendaciones que se hicieron en Estocolmo. "El principal problema ecol¨®gico de los pa¨ªses pobres", declar¨® entonces Indira Gandhi, "es el hambre". El presidente de M¨¦xico en aquellas fechas, Luis Echevarr¨ªa, y los gobernantes de pa¨ªses en v¨ªas de industrializarse protestaron solemnemente ante la pretendida universalizaci¨®n de medidas correctoras que perjudicaban a los ¨²ltimos llegados a una situaci¨®n econ¨®mica relativamente estable (eran los tiempos en que se dec¨ªa en M¨¦xico que la Virgen de Guadalupe se hab¨ªa aparecido a los mexicanos en forma de petr¨®leo). Otros fueron m¨¢s duros, m¨¢s radicales: denunciaron el punto de vista ecologista como un intento de hacer recaer sobre los parias la responsabilidad por problemas que hab¨ªan creado los hartos, los explotadores del primer mundo.
Este punto de vista cr¨ªtico del primer ecologismo institucional que llegaba del Norte ten¨ªa a su favor, por supuesto, la intenci¨®n moral. Pero no s¨®lo eso. En 1972 la mayor¨ªa de los casos particulares de contaminaci¨®n seriamente estudiados, por no decir casi todos, hablaban de ciudades, r¨ªos, lagos y mares interiores ubicados en el mundo de los ricos. Problemas globales (como la posibilidad de un colapso planetario por modificaciones clim¨¢ticas o como las consecuencias que para todo el mundo puede tener el agotamiento de recursos no renovables b¨¢sicos) aparte, casi todos los ejemplos entonces aducidos por los expertos y divulgados por los medios de comunicaci¨®n de masas proced¨ªan de las grandes potencias industriales. Por contaminaci¨®n se entend¨ªa en aquellas fechas el smog de Los ?ngeles o de Tokio, el horrible aspecto que hab¨ªa adquirido el T¨¢mesis a su paso por Londres, los efectos de la qu¨ªmica biocida en el lago Eire, las lluvias ¨¢cidas producidas en la cuenca del Ruhr o la transformaci¨®n en mar muerto del mar tur¨ªstico por excelencia. Poco se sab¨ªa -y a¨²n menos se escrib¨ªa entonces- de los desastres ecol¨®gicos que estaban produci¨¦ndose en los pa¨ªses pobres.
Tanto es as¨ª que todav¨ªa en 1980 era habitual en muchos pa¨ªses del Tercer Mundo asistir a una paradoja tr¨¢gica: la izquierda tradicional criticando en nombre de alt¨ªsimos principios morales y pol¨ªticos a los primeros ecologistas sensibles mexicanos, peruanos o argentinos, con la consideraci¨®n de que ¨¦stos estaban introduciendo en Latinoam¨¦rica un problema ajeno, de otro mundo, que hac¨ªa perder de vista a las pobres gentes la verdadera dimensi¨®n de sus necesidades; les criticaba sin darse cuenta de que la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica en Ciudad de M¨¦xico estaba superando ya a la de Los ?ngeles, ignorando la p¨¦rdida de miles de hect¨¢reas de vegetaci¨®n en Per¨² por acci¨®n de las explotaciones mineras y las refiner¨ªas, o que Argentina hab¨ªa entrado ya en el club de los pa¨ªses defensores de la energ¨ªa nuclear. S¨®lo el desconocimiento de la interrelaci¨®n que existe entre los problemas demogr¨¢ficos, ecol¨®gicos y econ¨®micos puede explicar aquel enorme equ¨ªvoco. Pero, en cualquier caso, el ejemplo sirve para poner de manifiesto una vez m¨¢s que ante las cosas nuevas no basta con la buena voluntad, hace falta tambi¨¦n conocimiento.
Ahora, 10 a?os m¨¢s tarde, no hay ninguna duda de que los problemas ecol¨®gicos -y aun las cat¨¢strofes ecol¨®gicas- afectan sobre todo a los pa¨ªses pobres, a los cuales habr¨¢ que dejar de llamar Tercer Mundo puesto que, mientras tanto, ya no hay en la pr¨¢ctica segundo mundo. El slogan que sali¨® de las primeras reuniones internacionales de Estocolmo, Un solo mundo, tiene todav¨ªa m¨¢s vigencia si cabe con la crisis del sistema que compon¨ªan los pa¨ªses del Pacto de Varsovia. Vivimos en un solo mundo, s¨ª. Pero cada vez m¨¢s dividido en dos, horizontalmente y verticalmente.
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La ecolog¨ªa pol¨ªtica de la pobreza
Viene de la p¨¢gina anteriorComo consecuencia de ello el mapa de las crisis y de los peligros desde el punto de vista ecol¨®gico se ha modificado, los principales riesgos han ido desplaz¨¢ndose hacia las regiones m¨¢s desfavorecidas y hacia los pa¨ªses m¨¢s pobres mientras que en Jap¨®n, EE UU y la CEE crece ya una floreciente industria de productos anticontaminantes nacida al calor de las protestas ecologistas de hace 20 a?os. Es m¨¢s: en el norte econ¨®mico pr¨¢cticamente todos los partidos pol¨ªticos se han hecho ecologistas de puertas adentro, para dentro de casa, mientras compiten entre s¨ª con tanta hipocres¨ªa como cinismo a la hora de transferir a los otros -a los pa¨ªses pobres o a las regiones pobres del propio pa¨ªs- lo que eufem¨ªsticamente suele llamarse los costos del progreso. O sea, hablando en plata: los residuos radiactivos, las basuras que nadie quiere, las instalaciones industriales potencialmente m¨¢s peligrosas o las nuevas tecnolog¨ªas cuyos efectos negativos est¨¢n todav¨ªa por experimentar.
Hubo un tiempo en el que los economistas defensores del modo capitalista de producir y de vivir argumentaban que este sistema es el mejor de los posibles (en ¨¦pocas de vacas gordas, naturalmente) porque permite hacer crecer una maravillosa tarta cuyos restos, en ¨²ltima instancia, aprovechan a todos, incluidos los parias explotados y desempledos. Pero no es nada seguro que la imagen se adecue al presente. Pues ¨¦stos son tiempos de negocios ecol¨®gicos y de reciclaje de todo lo divino y lo humano, y en ellos los restos de la tarta ni siquiera son ya pastel: son residuos, basura. Esto es lo que caracteriza al capitalismo de la ¨¦poca de la especulaci¨®n y de la ecolog¨ªa pol¨ªtica: el resto de la tarta para pobres suele ser dise?o por fuera y basura por dentro. Se transfiere a la periferia del imperio, a los m¨¢rgenes, todo aquello que encuentra dificultades para ser implantado o vendido en el centro de negocios del mismo. Eso es lo que hicieron las transnacionales norteamericanas con los principales elementos de las centrales nucleares a partir del accidente de Harrisburg. Y por esta transferencia de industrias peligrosas para el hombre y para el medio ambiente se explican cosas como las desastrosas consecuencias del accidente provocado por la Union Carbide en Bhopal. Por no hablar de los contradictorios efectos en los pa¨ªses pobres de la denominada revoluci¨®n verde, pensada, tambi¨¦n ella, a partir de conceptos acu?ados en los pa¨ªses ricos y con t¨¦cnicas inespec¨ªficas.
Todo esto no quiere decir, naturalmente, que el hambre haya dejado de ser el principal problema ecol¨®gico de los pa¨ªses pobres. El hambre, la carencia de alimentos, la desnutrici¨®n y la falta de prote¨ªnas en una alimentaci¨®n precaria contin¨²an siendo los grandes males que afectan en primer t¨¦rmino a dos tercios de la humanidad. Hoy sabemos, sin embargo, que la escasez de alimentos, que mata a tantos y tantos ni?os en el mundo actual, es uno de los varios elementos que, al combinarse, contribuyen a cerrar el c¨ªrculo infernal en que viven los pa¨ªses pobres. Otros son el r¨¢pido incremento de las poblaciones, la sobrepoblaci¨®n relativa y la emigraci¨®n hacia zonas centrales, factores que hacen de algunas de las principales ciudades. del Tercer Mundo megal¨®polis en las que se juntan la miseria material del suburbio, la insalubridad y la falta de higiene con el agobio, la miseria ps¨ªquica y el ambiente contaminado de las urbes industriales de Occidente. La divisi¨®n internacional del trabajo impuesta por las grandes empresas transnacionales acelera la fusi¨®n apresurada de los males del atraso y del subdesarrollo con los males del industrialismo sin poso, o lo que es lo mismo, sin apenas resistencia cultural.
La Amazonia se est¨¢ convirtiendo en estos a?os en el centro de experimentaci¨®n de este cruce tremendo entre el primer capitalismo salvaje y los intereses de las compa?¨ªas transnacionales. Hasta hace poco la Amazonia hab¨ªa perdido ya medio mill¨®n de kil¨®metros cuadrados de selva (una extensi¨®n equivalente a la de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica). Seg¨²n el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, en estos ¨²ltimos a?os han sido incendiados 120.000 kil¨®metros cuadrados de bosque (algo as¨ª como las dos Castillas juntas). Cada cinco segundos se quema all¨ª un trozo de selva equivalente a un campo de f¨²tbol. Detr¨¢s de este expolio ecol¨®gico de consecuencias imprevisibles (pero, en cualquier caso, planetarias) hay un mont¨®n de intereses econ¨®micos en pugna. Operan en Brasil empresas norteamericanas como la Union Carbide, la Massey Ferguson, la Ford, la Crysler; japonesas, como la Mitsubishi, la Toshiba, la Sony, la Suzuki; alemanas, como la Volkswagen y la Bosch; italianas, como la Feruzzi, la Fiat y la Pirelli, etc¨¦tera. Junto a ellas, y compitiendo con ellas, empresas nacionales a cuya voracidad biocida se opuso el a?o pasado nada menos que el Banco Mundial negando cr¨¦ditos prometidos y aduciendo para ello el inter¨¦s ecol¨®gico de la humanidad.
El debate que aquella medida provoc¨® en Brasil -?pueden los representantes del capitalismo mundial negar a los empresarios brasile?os fondos para hacer lo mismo que en las d¨¦cadas anteriores hicieron sus antecesores en Europa y los Estados Unidos de Norteam¨¦rica?, ?pueden moralmente hacerlo aduciendo la conciencia ecol¨®gica de la especie humana?- tiene todos los elementos para ser considerado como el gran debate econ¨®mico-ecol¨®gico de la d¨¦cada. Sobre todo si se tiene en cuenta que Brasil y su selva son en el mundo de hoy un s¨ªmbolo y un indicio. El 60% de lo que queda de las selvas tropicales del planeta est¨¢ repartido entre cinco pa¨ªses que se cuentan a su vez entre los m¨¢s endeudados del mundo: Indonesia, Zaire, Per¨², Colombia y, desde luego, Brasil. No es casual, por tanto, que el nombre de Brasil fuera elegido hace unos a?os como t¨ªtulo para una inquietante reflexi¨®n actualizada acerca de la contrautop¨ªa de Orwell.
Brasil es el futuro, se dec¨ªa hace 30 a?os. Y as¨ª es, en efecto. S¨®lo que hace 30 a?os se pensaba en el aprovechamiento aut¨®ctono de grandes recursos naturales. Casi todos los pa¨ªses que entonces eran exportadores de materias primas se han convertido, mientras tanto, en importadores de productos agr¨ªcolas y en deudores de las grandes potencias industriales y de los grandes Estados, que les Incitan a cambiar la ecolog¨ªa por la deuda. En medio quedan las culturas ind¨ªgenas del Amazonas y los proletarios de las ciudades, que, ahora s¨ª, empiezan a saber relacionar los problemas ecol¨®gicos con los econ¨®mico-sociales. Por esto Brasil es un ejemplo. La batalla de Brasil decidir¨¢ muchas cosas importantes para este asunto nada marginal que es el de los problemas ecol¨®gicos del Tercer Mundo.
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