Vidas de lance
Con la disculpa de que eran otros tiempos, la memoria se empecina en hacer veros¨ªmiles a borrosas figuras que nunca lo fueron. A esta terquedad de la memoria contribuye la amistad persistente con dos de aquellos sujetos cuyas vidas siempre han sido vidas de lance, existencias de segunda mano. Por suerte, Juan Bautista carece de recuerdos, ya que sus circunstancias familiares no le permitieron el lujo de tener memoria. En cambio, aunque s¨®lo aplic¨® su memoria portentosa a la biblioman¨ªa, conforme pasan los a?os Andresito, El Tapas Duras, va recordando que ha vivido.Una prueba de que El Tapas Duras quiz¨¢ pertenezca a la especie humana es que algunas tardes me propone que recojamos a Juan Bautista a la puerta del asilo. En un taxi, que ¨¦l nunca paga, viajamos hasta uno de esos arrabales de lujo que le han brotado a la ciudad por el Noroeste, y a pie firme aguardamos a la puerta de la residencia de ancianos. Andresito, por entretener la espera, evoca a aquel probo funcionario que, gracias a un par de relojes despertadores, noche tras noche a las tres y a las cinco despertaba lo suficiente para fumar unos cigarrillos de picadura, que le consolaban de la eternidad sin nicotina a la que le condenaba el sue?o.
Luego, terminado el horario de visitas, por cunetas y bald¨ªos regresamos los tres a la urbe. Juan Bautista inevitablemente nos habla de sus padres. Este desdichado perdi¨® su desdichada infancia a los siete a?os, el d¨ªa en que descubri¨® que sus padres eran unos golfos cr¨®nicos. Desde entonces consagr¨® su vida al cuidado del hogar, a mantener hogar y apellidos impolutos, al pago de deudas y multas, a acostar de madrugada a sus progenitores, a separarlos infructuosamente de las malas compa?¨ªas, a sacarlos de comisar¨ªas, timbas y bacanales. Como la vida no perdona ni a quien m¨¢s la ama, a los primeros s¨ªntomas de decadencia los granujas de sus padres pidieron ser ingresados en una residencia y, mediante este remedio, aliviarse de la agobiante devoci¨®n filial. Seg¨²n Juan Bautista, ya muy ancianitos, apenas se fugan de la residencia, de la que apenas los expulsan, a pesar de las partidas de tresillo regadas con an¨ªs extraseco.
Andresito, cerca de las primeras calles, interrumpe a Juan Bautista y afirma que en aquellas inm¨®viles d¨¦cadas de la dictadura preferentemente trat¨¢bamos con deshechos sociales, similares a la tunanta de su madre y al bergante de su padre. Juan Bautista calla. Mi memoria ¨²nicamente consiente recordar que Andresito, El Tapas Duras, tambi¨¦n a la tierna edad de los siete a?os, contestaba a las visitas que ¨¦l de mayor quer¨ªa ser bibli¨®filo. Y fue tan obsesivamente bibli¨®mano que a¨²n hoy cataloga a las sombras del pasado como ejemplares raros, curiosos, antiguos o agotados.Quiz¨¢, de vivir, fuera antiguo, por contar m¨¢s de 100 a?os, El Solipsista, que s¨®lo hab¨ªa le¨ªdo lo que hab¨ªa escrito, bendita ignorancia que le llevaba a impugnar las decisiones de los concursos literarios porque, al ignorar la ajena, cre¨ªa de buena fe que su obra era merecedora de todos los premios. M¨¢s dif¨ªcil de encontrar, aun en ¨¦poca nada abstemia, y por tanto raro, era Jesus¨ªn, recluido por la familia, quien algunas noches lograba escapar y romper con un adoqu¨ªn la vidriera del escaparate de la perfumer¨ªa m¨¢s pr¨®xima para beberse ansiosamente, entre los vidrios rotos, una botella de agua de colonia antes de la llegada del sereno. Se dec¨ªa de Jesus¨ªn que ten¨ªa el aliento perfumado y que hab¨ªa conducido al cierre a m¨¢s de una droguer¨ªa-perfumer¨ªa del barrio.
Curiosa, por su exotismo en a?os en que resultaba sumamente complicado merecer el infierno, era aquella muchacha, Oklahoma, que, con tal de que no se le pidiese matrimonio, estaba dispuesta a yacer con todo var¨®n que le gustase. Provocaba volc¨¢nicas pasiones entre la macher¨ªa, que se ve¨ªa preterida por tipos aparentemente inocuos e ins¨ªpidos. Pero Oklahoma desapareci¨® y de nuevo nos encontramos irremediablemente destinados a entrar en el para¨ªso.
Peligrosos, adem¨¢s de curiosos, resultaban Ton y Tona, pareja de novios precursora del m¨¢s salvaje liberalismo econ¨®mico. Sin otro oficio que sus dotes especulativas, consegu¨ªan el beneficio suficiente para sus tardes de taberna y cine comprando a plazos libros nuevos que de inmediato vend¨ªan en librer¨ªas de viejo. Jam¨¢s dejaron impagado un plazo, gracias a su maestr¨ªa para sablear a unos amigos que jam¨¢s vimos satisfecha una deuda. De Ton y Tona se dec¨ªa (y era lo menos que pod¨ªa decirse) que eran rosacruces.
Despu¨¦s de dejar a Juan Bautista en su casa, El Tapas Duras hace, una vez m¨¢s, el paneg¨ªrico de ese hijo modelo, lo m¨¢s opuesto a un parricida que ha podido crear la especie. Habiendo encontrado a Juan Bautista fatigado, como se dice de los libros deteriorados, teme Andresito que nuestro amigo alcance pronto la condici¨®n de ejemplar agotado, descatalogado, y sin haber conocido la condici¨®n de hu¨¦rfano. Al instante olvida el sombr¨ªo presagio, porque ha recordado al enamorado del azar, Chupitos, ciudadano com¨²n e incluso mostrenco, salvo cuando se arrojaba sobre un tel¨¦fono, marcaba a capricho y, si era femenina la voz que le respond¨ªa, emprend¨ªa una sucesi¨®n de onomatopeyas de chasqueante y babosa obscenidad con el fin de seducir a la dama oyente. Tras insultarle, ninguna tard¨® nunca el tiempo de un suspiro en cortar la comunicaci¨®n, lo que no desanimaba en absoluto al verraco conquistador, quien nos demostraba con historias de impecable incongruencia la eficacia del m¨¦todo.
Andresito ha agotado a su vez y por esta tarde los recuerdos del personal de lance que conocimos en tiempos que ¨¦l califica de dichosos. Se despide hasta otra y corre a manosear, oler y gustar los valiosos mamotretos que atesora en su biblioteca de refinado analfabeto. ?Dichosos? Chapotea en la memoria enfangada, tratando de salvarme de las falacias de la memoria, el olvido. S¨®rdidos, que no dichosos, fueron aquellos paral¨ªticos a?os de la dictadura, durante los que ¨²nicamente eran aut¨¦nticos el miedo, el hambre y la hipocres¨ªa. En la extravagancia de los tipos raros y curiosos, por hermosa que la juventud perdida nos parezca, apenas pod¨ªa vislumbrarse la caricatura de la libertad.es escritor.
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