El coreano impasible
Un millar de seguidores apoyan a la selecci¨®n de Corea en Italia
El se?or Kim Hyung-Gon se golpea parsimonlosa y regularmente la panza con una etiqueta de pl¨¢stico de las que usan para poner el nombre en los equipajes. Produce un sonido de pandero. Lleva una camisa gris ce?ida y unos pantalones bermudas a cuadros rojos que deliberadamente potencian su oronda silueta. Se trata, me dicen, del actor c¨®mico m¨¢s popular de Corea del Sur, "algo as¨ª como Alberto Sordi", aclara Lim Taig-In, el int¨¦rprete. Hyung-Gon piensa que Espa?a y Corea deben estrechar lazos deportivos. "Los espa?oles son los mejores jugadores del mundo", a?ade, ceremonioso.
Con ellos est¨¢ tambi¨¦n Jae JungKyu, jefe del departamento de ventas de una marca de art¨ªculos deportivos, patrocinadora del Mundial. Los tres forman parte del casi millar de coreanos que ha acudido a Udine para alentaa su selecci¨®n. El actor, que juega al f¨²tbol desde su infancia, se queja de que Asia est¨¢ poco re presentada en este campeonato: "Nosotros somos m¨¢s de 1.000 millones de habitantes y s¨®lo han seleccionado a Corea. En cambio, ustedes son muchos menos y tienen 23 equipos", dice, con rencor. Sin embargo, parece pac¨ªfico, aunque sus c¨®leras deben de ser tremendas, a juzgar con su aspecto fisico, que parece acumulado tras alimentarse a?o tras a?o con las reservas completas de la Organizaci¨®n para la Agricultura y la Alimentaci¨®n (FAO). Promete ir a Barcelona en 1992.
"En Corea todos juegan al f¨²tbol", sigue informando el interprete, "y hay organizaciones que se dedican a cazar talentos, aunque les pagan poco dinero. Claro, que los seleccionados cobran m¨¢s". No gran cosa, en comparaci¨®n con las cantidades astron¨®micas que se embolsan nuestros jugadores: los coreanos recibieron por el partido contra Espa?a unas 600.000 pesetas por cabeza.
Por afici¨®n
Pero ellos no juegan por dinero, sino por afici¨®n: "Desde que hicimos los Juegos Ol¨ªmpicos en Se¨²l, en 1988, entre nosotros ha aumentado mucho la afici¨®n por el f¨²tbol, as¨ª como en China y en Jap¨®n", explica el actor Kim Hyung-Gon, eructando delicadamente -una costumbre de su pa¨ªs, que deslizan con naturalidad en la conversaci¨®n-, mientras con un pa?uelo de papel se enjuga el copioso sudor que le adorna la frente. El ch¨®fer del taxi en el que nos dirigimos a la ciudad desde el aeropuerto es un udin¨¦s recalcitante que tiene su forma particular de torturar a los extranjeros. No debemos de gustarle nada porque, pese al calor mantiene cerradas herm¨¦ticamente las ventanas. El de la marca de art¨ªculos deportivos aprovecha para quitarse las zapatillas, y me las mete en las narices. "?Le gustan?, es nuestro producto preferido". La atm¨®sfera se enrarece.
"El problema", reflexiona Hyung-Gon, "es que en Corea no tenemos estadios". "?Quiere decir que no tienen campos de f¨²tbol?". "No, y eso es un gran inconveniente. Ver¨¢, somos 45 millones de personas. Comprender¨¢ que cuando hay un terreno libre hacemos casas en las que vivir". ?Y d¨®nde juegan?. "En todas partes". Kim Hyung-Gon, impasible, remata: "Cualquier sitio es bueno para nosotros". Lo cual explica muchas cosas.
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