El tarugo
Jam¨¢s nos libramos del tarugo. No hay selecci¨®n espa?ola que no haya tenido uno. Por mucho que la alineaci¨®n nunca pueda despertar la unanimidad nacional, cada cual tolera a algunos jugadores aunque sus preferencias se dirijan a otros; pero hay tarugos que provocan el oprobio general y que nos hacen preferir incluso que jueguen diez, con tal de no soportar al t¨ªpico fondista patoso que convierte en vulgar un equipo de estrellas.Tarugo fue el actual presidente de la Federaci¨®n, ?ngel Villar, que nunca perd¨ªa el bal¨®n porque siempre lo pasaba hacia atr¨¢s. Tarugos fueron Lora o un tal Guzm¨¢n, a quien llev¨® Kubala al Mundial de Argentina para que insuflase en gente como Rexach o Leal el esp¨ªritu del Rayo Vallecano. Santamar¨ªa form¨® una l¨ªnea media de tarugos en el Mundial de Espa?a en 1982: Perico Alonso, S¨¢nchez y Saura, sin olvidarse de Olmo de vez en cuando. En tarugo se convirti¨® V¨ªctor, dedicado a hacer faltas y dar excelentes pases de 60 metros a un contrario. Eso s¨ª, con una maravillosa forma f¨ªsica.
Ahora el tarugo es Villarroya. El juego puede ser inteligente y ¨¢gil, t¨¦cnico y preciosista, si pasa por Michel, Mart¨ªn V¨¢zquez o Roberto; pero cuando llega a Villarroya, lo que ocurre muchas veces, la selecci¨®n cambia de cuerpo y parece que se hubiera adue?ado de ella un grupo de legionarios en pr¨¢cticas.
El seleccionador explica que Villarroya cumple una misi¨®n Importante aunque gris. En el fondo, no concibe que alguien desempe?e una misi¨®n pundonorosa con brillantez. Parece que las estrellas est¨¢n exentas de la declaraci¨®n de su rendimiento personal; y que los correcaminos que padecemos sean quienes tengan que pagar el impuesto de los que viven de las rentas.
Los mejores equipos no alinean tarugos. Italia no lleva ninguno, ni Alemania, ni Brasil. Ni siquiera Camer¨²n. No hay ning¨²n tarugo en el mejor club del mundo, el Milan, porque en realidad todos corren. Van Basten presiona como un poseso. Donadoni no para de moverse, Ancelotti incordia los 90 minutos, Rijkaard entra a los tobillos, Gullit se vac¨ªa, Baresi impone sus cruces; pero a la vez todos obsequian a sus compa?eros con unos pases exquisitos.
La evoluci¨®n
Ya no se lleva el tarugo. Un tarugo fue Nobby Stiles en el Mundial de Inglaterra, pero se trataba de una especie en extinci¨®n. El problema de Espa?a consiste principalmente en que nunca se entera de estas evoluciones del f¨²tbol. El Mundial de Londres supuso la revoluci¨®n de los laterales que sub¨ªan y bajaban constantemente, y en Espa?a Rif¨¦ todav¨ªa jugaba como extremo. El Mundial de Alemania aport¨® el f¨²tbol total, con centrales que atacaban, delanteros que defend¨ªan y centrocampistas que provocaban el fuera de juego. Menos mal que Espa?a no se clasific¨® entonces, porque ya han pasado muchos a?os y los espa?oles no han aprendido a¨²n a contrarrestar ese sistema. Mejor no imaginar qu¨¦ habr¨ªan hecho cuando se sorprendieran de su existencia.
El Mundial de Italia ha resultado el Mundial de la presi¨®n en todo el campo; y eso lo han practicado incluso los africanos (m¨¢s desconectados que los dem¨¢s del f¨²tbol europeo), y hasta Brasil ha cambiado su fisonom¨ªa. Espa?a lo que opone a esto es un tarugo. Que presione el tarugo.
Si al menos se tratase de Stielike o Pirri, que corr¨ªan, cortaban, bregaban y adem¨¢s sab¨ªan dar el pase de la muerte o sacar las faltas, no estar¨ªamos tan descontentos. Ni tampoco si gente como Mart¨ªn V¨¢zquez o Michel, que sacan las faltas y dan el pase de la muerte, supieran perseguir a un contrario hasta la extenuaci¨®n. El seleccionador, en lugar de mentalizar a las estrellas para que defiendan, pone a sus espaldas a un indocumentado que rasgue la hierba y cualquier cosa que se pose sobre ella.
Tenemos un tarugo. Y debi¨¦ramos tener diez m¨¢s. Pero de buena madera.
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