La azarosa ruta del Oeste
Los ciudadanos de la RDA, entre el papanatismo y la irritaci¨®n por la actitud de los de la RFA
"Tendr¨¢ usted que aprender mucho o acabar¨¢ bajo un puente como un perro; aqu¨ª ya se ha acabado el chollo". Con vociferante prepotencia, un alem¨¢n apabulla a otro. Un camarero del hotel Continental de Leipzig era objeto de las iras de un comerciante occidental, por negarle una mesa a las once y media de la noche. A esta hora es tambi¨¦n casi imposible cenar en la parte ostentosa de esta nueva Alemania que nace con la unidad monetaria. "Nosotros no somos sus negros", le despidi¨® el camarero. Reacciones tan seguras no son frecuentes por parte de los ciudadanos de la en teor¨ªa a¨²n existente Alemania Oriental, e irrita comprobarlo ante el masivo atropello que supone la actitud colonial de sus compatriotas occidentales.
Que los habitantes de la RDA no acaben de negros es posible, pero tambi¨¦n es seguro que comenzar¨¢n si¨¦ndolo. Los alemanes orientales, humillados durante 40 a?os por un r¨¦gimen tan represor como incompetente, recuperaron su dignidad con la ca¨ªda del socialismo real, pero ahora corren el riesgo de perderla de nuevo con la llegada del marco occidental y sus gestores.El capitalismo ha desembarcado en la RDA y su vanguardia no es precisamente la m¨¢s honesta y elegante. Especuladores de todo tipo, vendedores de productos de tercera calidad y encorbatados agentes que ofrecen cr¨¦ditos, compran, venden y apalabran han inundado toda Alemania Oriental a la caza del r¨¢pido beneficio a costa del confundido, inexperto y muy ingenuo ciudadano, no conocedor de las artima?as posibles en el mercado libre. En los hoteles de lujo de Halle, Leipzig y Dresde se mezclan agresivos ejecutivos con personajes que m¨¢s que comerciantes parecen proxenetas.
Latoya Jackson, Falco y un personaje que dice llamarse Guru Josh ofrecen el viernes sus delicias musicales a varias decenas de miles de j¨®venes en la pradera de Leipzig donde antes desfilaban los pioneros en honor del defenestrado dirigente comunista Erich Honecker.
Cuando el marco oriental pasa a ser mero objeto de coleccionismo, una compa?¨ªa de tabaco llama a los j¨®venes: "Let's go West" ("Vamos al Oeste"). Para comprar un mechero o una cerveza, occidental por supuesto, hay que hacer cola durante casi media hora, pero aqu¨ª hay costumbre. Para la solicitud del cambio de cuentas en la moneda triunfadora muchos han pasado siete horas. El s¨¢bado, en las pocas gasolineras abiertas, la espera era de cuatro y cinco horas para comprar el ¨²ltimo combustible con marcos malos.
Las otras colas
Muchos cre¨ªan que ¨¦stas ser¨¢n las ¨²ltimas colas de su vida. Pero otros cuentan con volver a verse en las colas para cobrar el subsidio de paro. Pese al triunfalismo de Bonn y Berl¨ªn, que sugieren que en dos o tres a?os se habr¨¢ concluido la "dif¨ªcil fase de adaptaci¨®n" y el bienestar se impondr¨¢ sobre la herencia del socialismo, algunas estimaciones prev¨¦n que uno de cada cuatro trabajadores de la RDA quedar¨¢ irremisiblemente en el paro. La situaci¨®n de la industria es mucho m¨¢s catastr¨®fica de lo esperado por los m¨¢s pesimistas.
En la mayor¨ªa de los casos, los empresarios occidentales no quieren ni o¨ªr hablar de inversiones para la producci¨®n. ?sta la tienen asegurada en la parte rica de la nueva naci¨®n emergente. En el Este les interesa el mercado insatisfecho. En los ¨²ltimos d¨ªas previos a la hora cero, las tiendas "hicieron inventario", eufemismo socialista para suspender la venta al p¨²blico. En varias ciudades, entre ellas Berl¨ªn y Leipzig, fue casi imposible hacer la compra. Nadie vend¨ªa ya sus mercanc¨ªas a cambio de los billetes con Marx, Engels y Clara Zetkin.
Guerra de las hortalizas
Adem¨¢s, nadie compra ya productos de la RDA. Todos quieren que sus vecinos vean que compran "occidentalmente". Una agricultora se quejaba el s¨¢bado de que la cooperativa no le compra ya sus cebolletas. "Las van a traer del otro lado. En un aparato de radio s¨ª, pero no entiendo la ventaja que puedan tener aquellas cebolletas sobre las m¨ªas". Es la victoria de Occidente en la guerra de las hortalizas. As¨ª, en Wittenberg, ciudad de Lutero, una tienda ofrec¨ªa orgullosa "flores de la RFA".
El hombre nuevo que el r¨¦gimen comunista quer¨ªa crear ha resultado ser un ingenuo, v¨ªctima de un papanatismo rid¨ªculo, un ser con tal complejo de inferioridad que convierte en una excepci¨®n al camarero que responde como merecen las impertinencias del occidental.
Las calles de Leipzig est¨¢n abarrotadas de modernos camiones occidentales que descargan codiciados art¨ªculos que muchos creen les abrir¨¢n las puertas de la felicidad. Otros advierten a sus amigos: "Evitad la tentaci¨®n de comprarlo todo. Guardad dinero para cuando nos quedemos sin empleo".
Lavadoras, juguetes, coches, tractores, ropa, todo es occidental ya en los comercios de la RDA. El s¨¢bado se decoraban escaparates y los paseantes pudieron empezar a vislumbrar los precios en marcos buenos. Con los ojos brillantes, los ni?os reclamaban a su abuelo un juguete cuyo precio supera la mitad de la pensi¨®n que recibir¨¢.
Los coches occidentales de segunda mano comienzan a relegar al hasta ahora omnipresente Trabant y muchos de sus propietarios se han endeudado hasta las cejas con prestamistas sospechosos o notorios ladrones. Tras estos d¨ªas de fiebre, compradora viene la reestructuraci¨®n que convertir¨¢ en museos a muchas f¨¢bricas de la RDA.
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