Del donjuanismo al violacionismo
?Ha desaparecido ya del mundo occidental el donjuanismo, que tanto dio que comentar y que escribir? Desde que Mara?¨®n en 1924 (Revista de Occidente), con interpretaci¨®n algo excesiva, puso de relieve algunos de sus fundamentos posibles, han ido disminuyendo su frecuencia y el inter¨¦s por la figura del Burlador. El Don Juan, conocido, muchas veces, s¨®lo por sus v¨ªctimas y por los pros¨¦litos que re¨ªan sus baladronadas y admiraban sus fanfarrias, sol¨ªa predominar entre los hombres semimaduros, la fama les ven¨ªa despu¨¦s de su adolescencia formativa. Por dem¨¢s, todos los hombres suelen tener algo de Don Juan, seg¨²n Ortega, que lleg¨® a dividirlos en tres grupos: los que creen ser donjuanes, los que creen haberlo sido y los que creen haberlo podido ser pero no quisieron.La precoz sexualizaci¨®n del ser humano, el adelanto cronol¨®gico de las edades con aptitudes intelectuales eficientes, la subversi¨®n de los valores morales y el cambio l¨®gico de los h¨¢bitos sociales de las generaciones, han acabado por eliminar los deslumbradores amoricones. El cl¨¢sico Don Juan abandonaba a la mujer con ligereza un tanto desalmada, y siempre en detrimento de la que carec¨ªa de recursos protectores frente al seductor. Hoy, casi invertidas las costumbres, la mujer ha pasado a ser la seductora del var¨®n, una especie de Venus verticordia quiz¨¢ descordializada. En el donjuanismo se exig¨ªa hambre de conquista amorosa por parte masculina y falta de capacidad defensiva por la femenina; s¨®lo se buscaba el transitorio goce y el orgullo del triunfo. De otra parte, siempre fue muy dificil hacerse amar de .una mujer que est¨¦ decidida racionalmente a no sufrir, porque no hay en el mundo sordo m¨¢s sordo que la mujer que no quiere o¨ªr. Don Juan presum¨ªa de hacer sus conquistas venciendo resistencias m¨¢s o menos tenaces, pero hu¨ªa en cuanto se sent¨ªa amado, porque no quer¨ªa terminar por sentir su propio amor. Y se vanagloriaba tanto de haber llegado a ser querido como de haberse enfrentado con un peligro y sabido evadirse de ¨¦l. Naturalmente, esto requer¨ªa un cierto grado de hero¨ªsmo, que era su gloria, y otro mayor de crueldad, que era la base de su dominio.
Hoy ni en la juventud ni en la madurez se tienen grandes sentimientos amorosos, porque constituir¨ªan estorbos para otras cosas -sociales, pol¨ªticas, financieras, etc¨¦tera-, que circunstancialmente interesan m¨¢s, aunque su valor espiritual sea menor. El amor de hoga?o se esfuerza por ser prudente, pues la experiencia actual recomienda desconfiar.
Casi se ha evaporado tambi¨¦n el antiguo flechazo, mirada que era arma primera de Don Juan; en ella arraigaba su presunci¨®n de correspondencia. Y una de sus incitaciones m¨¢s importantes consist¨ªa en enga?ar a los maridos y mancillar su honor. Pero ante la hodierna facilidad para ligar -verbo atinad¨ªsimo, como su derivado el ligue-, el prop¨®sito de poseer a la esposa de otro no representa ya una desafiante o traicionera valent¨ªa, porque algunos maridos que lo intuyeran volver¨ªan tarde a sus hogares para eludir enojosos esc¨¢ndalos adulterinos, o cat¨¢strofes financieras, o p¨¦rdidas de poder. El zorrillesco Comendador se har¨ªa hoy el distra¨ªdo pensando que Don Juan Tenorio utilizar¨ªa anticonceptivos. Y los autom¨®viles, que fueron lujosos cebos para la pesca femenina, son hoy instrumentos de trabajo de prostitutas y travestidos o simples trasportes hacia lugares de cita. Mara?¨®n hab¨ªa ya anunciado parecida misi¨®n a los tel¨¦fonos. Y no hablo de la disminuci¨®n de la religiosidad cat¨®lica, porque la Iglesia siempre utiliz¨® el sexto mandamiento para sus fines. No se olvide que el apodo donju¨¢n proviene de la experiencia confesionarial de fray Gabriel T¨¦llez. El donjuanismo franc¨¦s, con tradiciones hist¨®ricas, picarescas y literarias, no necesitaba el recuerdo anual novembrino de una representaci¨®n teatral. Aqu¨ª ya tampoco se repone en escena. Georges Duhamel, que era m¨¦dico, relat¨® la alegr¨ªa de un personaje que se sinti¨® feliz al enterarse de que el amante de su esposa podr¨ªa ser un ho,mosexual.
A Don Juan le enaltec¨ªan sus mismos compinches, que o le retaban a duelo por envidia o le rend¨ªan culto por su capacidad para despreciar el pudor, la virtud, la moral y el honor de, la mujer. Hoy el pudor est¨¢ representado por la escasez de decoro, la virtud por el vicio, la moral por la amoralidad y el honor por la indiferencia. La pre?ez ya no se vislumbra entre los j¨®venes, que suelen saber evitarla e interrumpirla.
De todo lo anterior se deriva un hecho casi de valor hist¨®rico: que el donjuanismo ha sido reemplazado por el violacionismo. En un mundo en que la mujer ya no es d¨¦bil ni ingenua, sino que, por el contrario, es potente y burlona -ahora es ella la burladora-, no cabe ya el ardid primoroso que utilizaba el Don Juan para llegar al t¨¢lamo a triunfar o fracasar. Lo mismo podr¨ªa decirse de las cartas de amor; hoy cuando la mujer recibe una carta piensa m¨¢s en la posibilidad de que contenga un nombramiento o un cese, ya que puede aspirar con id¨¦ntico peso que el var¨®n a una concejal¨ªa, a una calificaci¨®n entre las Fuerzas Armadas o a un ministerio. Cartas que, como dec¨ªa Heli¨®filo en una de sus Charlas al sol, all¨¢ por 1929, no son cartas de liberaci¨®n de la mujer tal como creen la mayor¨ªa de ellas, son de verdadera condenaci¨®n oficial, bien que remunerada.
Ante todas esas realidades, el hombre-animal que no sabe dominar su avidez sexual y procede s¨®lo por g¨®nadas no busca ya la cl¨¢sica v¨ªa del enamoramiento, sino que se lanza al semiasesinato de la violaci¨®n. Se viola a destajo, con violencia inaudita y donde quiera que sea; en un descampado, una calle oscura o un ascensor. En esta ¨¦poca de los derechos largos y de las faldas cortas, estas ¨²ltimas estimulan a los que carecen de conciencia y hay jueces tridentinos que alargan el derecho en funci¨®n de la cortedad de faldas.
El violador tiene que amenazar, agredir o matar, lo que jam¨¢s har¨ªa Don Juan. "0 jodes o te deg¨¹ello", fue la frase usada ante una asistenta dom¨¦stica adolescente y virgen, que la dejar¨¢ neur¨®tica acaso para toda la vida. Monstruos de esa cala?a han usurpado el famoso lugar de Don Juan, porque saben que con la t¨¢ctica enamoradiza del donjuanismo har¨ªan el rid¨ªculo ante la mujer moderna. Del amor compartido los violadores no tienen ni idea; y bajo una amenaza de muerte, la mujer experimentada da el sexo servido antes que morir o ser mutilada.
Ya es lamentable la frivolidad con que ahora se llama "hacer el arnor" al hecho de realizar el coito en la terminolog¨ªa que manejan los asaltadores de hembras. Ese acoplamiento ling¨¹¨ªstico entre los verbos hacer y amar es una anfibolog¨ªa confusionante, porque el amor, con o sin pudibundez, no se fabrica con el juego crispado de dos cuerpos que se desfogan en segundos. Sorprende advertir que haya hombres, como los violadores, que en ese fugaz ajetreo corporal encuentren satisfacci¨®n amorosa; para eso han estado siempre las prostitutas.
En 1967 se preguntaba Francoise Parturier si alg¨²n d¨ªa podr¨ªa matarse al ente Don Juan y daba sus consejos al respecto; pero muerto ya, el sustituto va a dar mucho m¨¢s que hablar por su falta de inteligencia, por su exceso de crueldad y por la desaparici¨®n de la belleza amatoria. Ning¨²n violador sabe decir con honradez un "te quiero...".
En los vaivenes del amor humano, Don Juan era un personaje interesante, al decir de Ortega, que actuaba con ventaja y con ignorancia de la felicidad real, para ser un cazador de piezas f¨¢ciles con reclamo. Maraffi¨®n se equivoc¨® cuando escribi¨® que el donjuanismo volver¨ªa a florecer. En Espa?a reapareci¨® una onda de seinidonjuanismo en la fase de irrupci¨®n del turismo (aquellos coqueteos con europeas norte?as que ven¨ªan a hartarse de sol), pero dur¨® poco, porque pronto las viajeras se pusieron en guardia o las ind¨ªgenas empezaron a reemplazarlas.
Es muy triste descubrir que el sustituto del donjuanismo sea el violacionismo, frente al cual habr¨ªa que inventar, siguiendo la pauta del doctor Pfin, gran personaje de nuestro simp¨¢tico colega valenciano M. Picardo Castefi¨®n, un antiviolador electromagn¨¦tico o, mejor todav¨ªa, un aparatito que llevado por las mujeres in situ o loco dolenti, produjera la electrocuci¨®n local de esos avasallantos escorpiones.
F. Vega D¨ªaz es m¨¦dico y escritor.
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