La controversia entre evoluci¨®n y progreso
Con ocasi¨®n de la inauguraci¨®n del remozado Museo Nacional de Ciencias Naturales, el profesor Stephen Gould, prestigioso zo¨®logo de la Universidad de Harvard, dio una conferencia en la Residencia de Estudiantes acerca del proceso evolutivo de los seres vivos que fue en extremo interesante. Y lo fue, en buena parte, porque vino a recordar y aclarar algunos conceptos importantes, y en cierta manera olvidados, acerca de la evoluci¨®n biol¨®gica. Entre tales conceptos se encuentran los de evoluci¨®n y progreso, y la controversia, hoy vigente, de su relaci¨®n. Al parecer, Charles Darwin -creador, como es bien sabido, de la llamada teor¨ªa de la evoluci¨®n-, elud¨ªa conscientemente utilizar la palabra evoluci¨®n. Ello era debido, seg¨²n Gould, a que tal palabra pose¨ªa connotaciones no de cambio, que s¨ª las tiene, sino de cambio con progreso o mejora, lo que para ¨¦l, para Darwin, carec¨ªa de un estricto fundamento biol¨®gico. Por ello, Darwin siempre hablaba de descendencia con modificaci¨®n, pero no de evoluci¨®n en el sentido spenceriano del t¨¦rmino, que, como digo, conlleva un objetivo de progresi¨®n con mejora.Gould se?alaba en su conferencia, haciendo referencia a un ensayo suyo sobre el tema: "( ... ) No deja de ser ir¨®nico que el padre de la teor¨ªa evolutiva se quedara pr¨¢cticamente solo en su insistencia en que el cambio org¨¢nico llevaba tan s¨®lo a una mayor adaptaci¨®n, y no a ning¨²n ideal abstracto de progreso definido por la complejidad estructural o de ascenso progresivo de lo inferior a lo superior ( ... )". En otras palabras, Darwin se esforzaba en se?alar el hecho, hoy bien sabido, de que los seres vivos -es decir, sus genes- mutan, cambian, y que tales mutaciones o cambios pasan a los hijos, se heredan. El ¨¦xito de estos cambios, definido por una mayor adaptabilidad al medio ambiente y, por tanto, mayor supervivencia de sus portadores, est¨¢ determinado por las condiciones de ese mismo medio ambiente. Es as¨ª que, en un medio ambiente concreto ciertos cambios son exitosos; en otros, sin embargo, estos mismos cambios son un absoluto fracaso y sus portadores fenecen y su linaje se extingue.
De estos estrictos determinantes biol¨®gicos se desprende un hecho que es aparentemente claro: no existe en el proceso evolutivo, seg¨²n Darwin, una complejidad creciente, usando los t¨¦rminos de Teilhard de Chardin, dirigida m¨¢s all¨¢ del determinante ambiental que hay alrededor del ser vivo en ese momento. Como esboza adem¨¢s la llamada teor¨ªa sint¨¦tica de la evoluci¨®n, todo es un juego entre mutaci¨®n gen¨¦tica al azar y medio ambiente, que en un determinado periodo ha favorecido una determinada l¨ªnea de mutaciones. Nada m¨¢s. Ver en ello un sentido teledirigido hacia un objetivo determinado -por ejemplo, el hombrees, seg¨²n muchos bi¨®logos, y como se?alaba Gould, "un prejuicio antropoc¨¦ntrico de la peor especie" sin fundamento biol¨®gico alguno.
Gould, en su conferencia, se afan¨® en destacar adem¨¢s que, "si la cinta grabada de la evoluci¨®n se volviera a grabar de nuevo a partir de ciertos puntos claves era altamente probable que no sonara ahora la misma m¨²sica". Es as¨ª que se?al¨®, entre otras muchas posibilidades, cuatro especies aparecidas a lo largo de la evoluci¨®n en donde, seg¨²n ¨¦l, cambios ambientales, no muy dr¨¢sticos, hubieran podido dar lugar a especies sin duda exitosas, cuya posterior evoluci¨®n o descendencia con modificaci¨®n, para utilizar el concepto m¨¢s preciso de Darwin, en nada o muy poco hubieran podido asemejarse al panorama de los seres vivos y especies que hoy pueblan la Tierra, incluido el hombre. Ante esto, parec¨ªa evidente la conclusi¨®n del profesor Gould en claro asentimiento de la tesis darwinista: el hombre se encuentra en la Tierra como fruto ¨²ltimo de un proceso biol¨®gico azaroso. Un accidente. Un producto, en definitiva, del azar y la necesidad ambiental.
Hasta donde es posible inferir, no existen argumentos cient¨ªficos que puedan rechazar la conclusi¨®n expresada m¨¢s arriba. Sin embargo, me apresuro a se?alar el tremendo contraste de esa visi¨®n desangelada del hombre con esa realidad en la que parece posible, de modo igualmente te¨®rico, trazar un hilo, casi director y lleno de sentido, que va desde el ser unicelular hasta el hombre. Es m¨¢s, yo dir¨ªa que con nuestra perspectiva de privilegio estamos casi inevitablemente abocados a proclamar la excelsitud de la inteligencia como pin¨¢culo de la evoluci¨®n, proclamando consecuentemente al hombre, a nosotros mismos, como especie superior, en donde, en un proceso casi inequ¨ªvoco, se ha ascendido de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, de lo menos bello a lo m¨¢s bello, como han se?alado algunos autores. Sin embargo, tampoco yo ser¨ªa capaz de rechazar la posibilidad de que esta visi¨®n no sea m¨¢s que un espejismo. Por supuesto, Darwin y Gould se?alar¨ªan sin vacilar que la inteligencia del hombre en absoluto puede identificarse, biol¨®gicamente hablando, con superioridad. Y es verdad. En estricto rigor, no parece existir un criterio preciso, aceptado, para clasificar las tendencias o l¨ªneas evolutivas en superior o inferior, incluyendo al hombre.
Muchos bi¨®logos prestigiosos coincidir¨ªan en clasificar una especie como superior s¨®lo inferidos de la mayor adaptabilidad a su medio de dicha especie y, por ende, a la mayor supervivencia que ¨¦sta tenga a lo largo del tiempo. En tal caso, aqu¨ª la pregunta ser¨ªa: ?se puede clasificar de superior hoy a una especie que apenas tiene una historia en la Tierra de menos de dos millones de a?os? Visto en esta perspectiva del tiempo, ?qui¨¦n o qu¨¦ se?ala que el hombre no desaparezca de la Tierra en unos pocos m¨¢s de miles o millones de a?os? En tal caso, ?qu¨¦ superioridad podr¨ªa otorg¨¢rsele a una especie comparada a esas otras que han vivido exitosamente m¨¢s de 200 millones de a?os? Precisamente, m¨¢s de un pensador ha se?alado que la alta inteligencia del hombre puede llevar la semilla de su autodestrucci¨®n. A corto plazo inclusive ning¨²n estudioso serio de la evoluci¨®n dudar¨ªa de que el hombre, como especie, podr¨ªa desaparecer posiblemente, a trav¨¦s de sus manipulaciones en el planeta, mucho antes de que desaparecieran otras especies vivientes. Ante este supuesto es inevitable la repetici¨®n de la pregunta: ?qu¨¦ o qui¨¦n podr¨ªa alg¨²n d¨ªa clasificar la subespecie homo actual como especie superior? ?No ser¨¢ entonces clasificada, como tantas otras especies, como un experimento evolutivo abortado? Preguntas, sin duda, de dif¨ªcil contestaci¨®n.
En este hilo final de reflexi¨®n quisiera se?alar la curiosidad, por lo dem¨¢s enormemente interesante, de que la naturaleza, en ese constante banco de pruebas que es el proceso evolutivo, ha inventado alternativas a la de la inteligencia como capacidad para perpetuar una especie. Precisamente una de ellas es su ant¨ªtesis. Es decir, la estupidez. El profesor Eugen Robin, de la Universidad de Stanford, ha mostrado, en un reciente y brillante ensayo titulado Las ventajas evolutivas de ser est¨²pido, las enormes ventajas de una l¨ªnea evolutiva cuya tendencia clara es hacia la cada vez menor capacidad cerebral y, presumiblemente, mayor estupidez. Tal ensayo merecer¨ªa algunas reflexiones a?adidas a la luz de cuanto venimos considerando.
Francisco Mora es doctor en Neurociencias por la Universidad de Oxford y catedr¨¢tico de la Universidad Complutense.
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