Manuel Puig
A mediados de los sesenta, cuando ejerc¨ªa mis modestas funciones de lector de espa?ol en la editorial Gallimard, recib¨ª una visita del cineasta N¨¦stor Almendros. Llevaba bajo el brazo un manuscrito dactilografiado y lo puso en mis manos diciendo: "Es la novela de un amigo argentino que trabaja de steward en Air France. Le¨¦la. Estoy seguro de que te gustar¨¢". N¨¦stor, como siempre, ten¨ªa raz¨®n. Pocas veces en mi vida he calado en un texto literario de un desconocido con tanta sorpresa y delicia. Al cabo de la lectura, ten¨ªa el pleno convencimiento de hallarme ante un aut¨¦ntico novelista, atrapado, como lector, en las redes de un mundo original¨ªsimo y personal. Escrib¨ª inmediatamente a su autor para comunicarle mi opini¨®n y darle la buena nueva de que Gallimard editar¨ªa el libro. Pero ¨¦ste planteaba un problema: el t¨ªtulo. Manuel Puig -que luego destacar¨ªa en la elecci¨®n de t¨ªtulos brillantes y a veces geniales- hab¨ªa confiado el manuscrito a N¨¦stor con una docena de ellos, provisionales y de escasa enjundia. En su respuesta a mis l¨ªneas -que, desdichadamente, no conservo-, el novelista me resum¨ªa la educaci¨®n sentimental de su protagonista y mencionaba la impresi¨®n causada en ¨¦l por "la traici¨®n de Rita Hayworth". La frase me cautiv¨®: tal era, deb¨ªa ser, el t¨ªtulo. As¨ª ¨¦ste fue obra de Manuel Puig, pero su descubr¨ªmiento m¨ªo.Una vez firmado el contrato de la edici¨®n francesa, aprovech¨¦ uno de mis viajes a Barcelona para llevar la novela a Carlos Barra?. "Te traigo aqu¨ª el pr¨®ximo premio Biblioteca Breve", le dije. La cara de Barral, de ordinario m¨¢s amena, expres¨® el semblante desapacible de quien acaba de recibir una mala noticia. Su actitud -el escas¨ªsimo entusiasmo de mi hallazgo- se aclar¨® semanas m¨¢s tarde a ra¨ªz de la concesi¨®n del premio. Por el testimonio escrito u oral de tres miembros del jurado, supe que la novela de Manuel Puig hab¨ªa resultado victoriosa en las votaciones, pero la oposici¨®n encarnizada de Barral y su amenaza de l¨ªquidar el premio lograron imponer a la fuerza a su candidato -un autor, por otra parte, muy estimable-, a quien por lo visto hab¨ªa otorgado el galard¨®n previamente. Ante la magnitud de la alcalda
da, mi hermano Luis dimiti¨® del jurado. La traici¨®n de Rita Hayworth no fue premiada y, lo que es m¨¢s lamentable a¨²n, Barral no quiso publicarla siquiera. Su impresi¨®n personal de Manuel, quien, ingenuamente, hab¨ªa corrido a verle a Barcelona en calidad de finalista, fue tan negativa como tajante. Con su probado olfato literario, decidi¨® que aquel argentino afeminado, vulnerable y fr¨¢gil no era un escritor digno de figurar en el prestigioso cat¨¢logo de la editorial. Se public¨® en Buenos Aires, en donde obtuvo el ¨¦xito que merec¨ªa.
Pese a la excelente acogida de sus primeras novelas por parte del p¨²blico y la cr¨ªtica, los sinsabores pol¨ªtico-literarios de Manuel no cesaron. En una ¨¦poca en la que la imagen de Latinoam¨¦rica como un continente en lucha convert¨ªa plumas en metralletas y a los escritores en portavoces de la revoluci¨®n en marcha, una figura y obra como las suyas suscitaban recelo, desd¨¦n y rechazo. La ex compa?era de Julio Cort¨¢zar vet¨® la publicaci¨®n de El beso de la mujer ara?a en Gallimard porque da?aba sin duda la consabida imagen del militante machista-leninista al presentarlo enternecido y cautivado por las artes de Sherezada cinematogr¨¢fica de su compa?ero de celda apol¨ªtico y homosexual. Desde los mismos supuestos moralizadores y sectarios otras editoriales europeas de izquierda siguieron su ejemplo. Con todo, el error no pod¨ªa ser m¨¢s grosero. Del mismo modo que los poemas sobre la guerra civil del menos politizado de nuestros poetas del 36 -me refiero a Luis Cernuda y a sus admirables Eleg¨ªas espa?olas- son los ¨²nicos que pueden leerse hoy con emoci¨®n en virtud de su hondura y distanciamiento, Manuel Puig es el autor de las mejores novelas pol¨ªticas de la d¨¦cada de los sesenta en Latinoam¨¦rica pues son obras de un escritor que desconoc¨ªa otro compromiso que el que hab¨ªa contra¨ªdo con la escritura y consigo mismo. Pubis angelical y El beso de la mujer ara?a reflejan con una penetraci¨®n y rigor moral ejemplares el sistema de terror impuesto por la Junta Militar argentina y la lucha bienintencionada pero ineficaz de los grupos extremistas latinoamericanos de las pasadas d¨¦cadas, grupos situados, como dijo Octavio Paz, "en las afueras de la realidad". Compar¨¦moslas con El libro de Manuel o cualquier obra pol¨ªticamente comprometida y advertiremos la diferencia entre quien acert¨® en el clavo y quien se espachurr¨® literariamente los dedos.Este apoliticismo aparente de Puig -condenado entonces por la mayor¨ªa bienpensante de sus colegas- le evit¨® no obstante caer en la trampa de quienes celebraron el retorno de Per¨®n como un primer paso indispensable al triunfo de la revoluci¨®n en Argentina. Recuerdo sus comentarios a un art¨ªculo sobre el tema publicado en Le Monde por uno de sus colegas: "Mis paisanos est¨¢n locos. ?C¨®mo puede haberse vuelto de izquierdas un se?or que se ha pasado 20 a?os en la Espa?a de Franco leyendo el Abc todos los d¨ªas?". Su elemental sentido com¨²n le pern¨²t¨ªa ver lo evidente. Como sabemos, el retorno del General a Buenos Aires no consagr¨® el triunfo de Marx sino el de Valle-Incl¨¢n y su visi¨®n esperp¨¦ntica de la historia: meses despu¨¦s de este magno acontecimiento, Argentina era gobernada por una ex cabaretera y un astr¨®logo.
Una nueva prueba de la intefigencia e integridad de Puig la tuve la ¨²ltima vez que le vi, a fines de mayo o primeros de junio de 1982. Yo estaba en Berl¨ªn, disfrutando de una beca de la DAAD y ¨¦l hab¨ªa venido a participar en las festividades de Horizonte 82, centradas en torno a Lat¨ªnoam¨¦rica. Era el momento de la guerra de las Malvinas y la colonia de exiliados argentinos y otros pa¨ªses hispanohablantes hab¨ªa redactado un manifiesto de condena del imperialismo ingl¨¦s y su agresi¨®n a una naci¨®n hermana. Recuerdo que cuando me presentaron el documento me negu¨¦ rotundamente a firmarlo. Tanto cuanto el golpe fascista contra Makarios y su consiguiente amenaza a la poblaci¨®n turcochipriota provoc¨® la intervenci¨®n militar de Ankara y la ca¨ªda del siniestro r¨¦gimen de los coroneles griegos, tanto m¨¢s la aventura descabelleda de los militares argentinos en las Malvinas y el env¨ªo de la Armada brit¨¢nica iban a originar el desplome de la sangrienta Junta de Buenos Aires. La previsible derrota de los espadones era una bendici¨®n para sus compatriotas, pues deb¨ªa liberarles de su yugo e imponer el retorno a la democracia. Algo tan sencillo y claro no cab¨ªa, sin embargo, en la cabeza de muchos obnubilados patriotas: uno tras otro se suced¨ªan en la tribuna de Horizonte como en un p¨²lpito o barricada desde los que sus voces de patria o muerte (sin que ninguno de quienes las profer¨ªan se enfrentara, que yo sepa, a tan terrible dilema) arrancaban salvas de aplausos. Lleg¨® el turno de Manuel con las inevitables preguntas sobre la guerra. Adopt¨® con humor un tono entre familiar y comedido, sabia mezcla de comadre de pueblo y de alumna del Sagrado Coraz¨®n: "?Qu¨¦ son las Malvinas? Cuatro islas desiertas que descubri¨® un barco ingl¨¦s que, por puro capricho, plant¨® su bandera en ellas y all¨ª se quedaron los marinos con unas cuantas ovejas y nada m¨¢s. Pero, como en Argentina nos han dicho siempre que las islas son nuestras, las cantamos en nuestros himnos y escuelas y todos tenemos una prima que se llama Malvina, nos lo hemos cre¨ªdo de verdad y las hemos liberado. Pero esa mistress Thatcher, tan antip¨¢tica ella, no ha comprendido nuestros sentimientos y ha enviado su flota. ?Qu¨¦ va a pasar? Yo no lo s¨¦. Pero una vecina m¨ªa que, como yo, tampoco entiende nada de pol¨ªtica, me dijo: "Eso de recuperar las islas me parece bien; pero si los militares tienen ¨¦xito, creo que se quedar¨¢n en el poder no 10 sino 200 a?os". Un silencio inc¨®modo prerni¨® sus palabras. Manuel no pod¨ªa haber dicho mejor cuanto hab¨ªa que decir y, despu¨¦s de tanta ret¨®rica huera, su iron¨ªa y honestidad me encantaron.
En la hora de su muerte quiero recordar as¨ª no s¨®lo al gran escritor que fue sino tambi¨¦n al tenaz defensor de los derechos de las mujeres y homosexuales en un mundo ferozmente machista y a quien, con entereza y dignidad, supo discernir y captar la realidad a pesar de las brumas del miedo y las vendas en los ojos de las ideolog¨ªas.
es escritor.
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