Contra la tradici¨®n
DE UN tiempo a esta parte se asiste a una creciente toma de conciencia, tanto por parte de los particulares como de algunas instituciones, sobre esa forma espec¨ªfica de contaminaci¨®n que es el ruido y que, sorprendentemente, hab¨ªa pasado casi inadvertida para nuestros ecologistas. De momento ya tenemos dos o tres definiciones satisfactorias de lo que es esa categor¨ªa particular de sonido que llamamos ruido, todas las cuales ponen el acento en su car¨¢cter de sensaci¨®n desagradable o indeseable. Tambi¨¦n contamos con algunas modestas pero elogiables iniciativas de algunos ayuntamientos dispuestos a tomarse el asunto en serio, como el de ese pueblo de la provincia de Granada, Loja, que acaba de aprobar una ordenanza por la que se proh¨ªben, bajo multas que pueden alcanzar las 50.000 pesetas, las canturriadas nocturnas, incluso en el interior de las casas, y otras formas de jorobar al pr¨®jimo con desagradables sonidos que impiden el descanso y turban la tranquilidad.Sin embargo, frente a esa toma de conciencia se ha pretendido oponer desde algunas instancias un argumento cuya eficacia suele ser grande en Espa?a: el de que hay que respetar la tradici¨®n. Bajo tan amplio paraguas cabe de todo, desde las serenatas de los borrachos en noche de s¨¢bado a los despertares de madrugada con cohetes y disparos de p¨®lvora. Pero tal vez haya llegado el momento de rebelarse contra esa dictadura que hace pasar por santo todo lo que haya sido ennoblecido por la costumbre. Para empezar, como en su (l¨ªa demostr¨® Eric Hobsbawm, la tradici¨®n no ha sido revelada, sino inventada por alguien. Y algunas que se presentan como provinientes de la noche de los tiempos cuentan con una antig¨¹edad no superior a dos o tres d¨¦cadas. Alguien decide resucitar algo que con frecuencia ni siquiera existi¨® -o existi¨® en otro lugar- y la nueva pr¨¢ctica queda aureolada como tradicional.
Y como en el Levante espa?ol, por ejemplo, es tradicional costumbre celebrar con el lanzamiento de cohetes y otros artilugios bodas y bautizos, fiestas patronales y de3pedidas de soltero, la buena cosecha o la victoria del club local, nadie puede escapar al no solicitado estruendo. Y si osa protestar ser¨¢ tachado de mal paisano, de no amar suficientemente a su patria chica. El pasado lunes, 277 personas resultaron heridas en Elche, ocho de ellas con quemaduras de primero y segundo grado (pron¨®stico: muy grave) y tres m¨¢s con amputaci¨®n de dedos de sus manos, a consecuencia de la tradicional batalla a cohetazo limpio que suele organizarse tras la Nit de l'Alb¨¢, celebraci¨®n anua., en honor de la Virgen. El balance supone un ligero incremento del n¨²mero de heridos en relaci¨®n a las cifras del pasado a?o, en el que los asistidos fueron 264, dos de ellos con lesiones graves.
De manera que est¨¢ el ruido, por una parte, y los riesgos de la pirotecnia, por otra. Unamuno, autor que no ahorr¨® diatribas contra el casticismo, arremeti¨® contra el hambre de ruido de los levantinos, pero tambi¨¦n contra la identificaci¨®n entre lo l¨²dico y lo b¨¢rbaro que caracteriza no pocas de las manifestaciones festivas de los pueblos espa?oles. Porque est¨¢ tambi¨¦n la extensi¨®n, a partir sobre todo de la explotaci¨®n tur¨ªstica de los sanfermines, de los encierros de toros. Siete personas resultaron heridas ayer, una de ellas de gravedad, en el de Legan¨¦s, en la provincia de Madrid. La v¨ªspera fueron ocho los heridos, y hoy habr¨¢ m¨¢s, seg¨²n la predicci¨®n de los expertos, "porque los fines de semana acude m¨¢s personal".
Seguramente hay cosas que, por absurdas, peligrosas o molestas para la mayor¨ªa que resulten, no podr¨¢n modificarse en muchos a?os: son grandes los intereses de todo tipo que conspiran por su perpetuaci¨®n. Pero al menos que no se afirme que es porque as¨ª lo exige la tradici¨®n. La tradici¨®n no exige nada, son la inercia y falta de imaginaci¨®n de las personas las que imponen ciertas pr¨¢cticas. Y hay derecho a rebelarse contra ellas.
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