Los hombres interesantes
Aun a riesgo de volver a provocar las iras de alg¨²n grupo feminista (lo cual no ha sido nunca mi deseo, ni siquiera el ¨²ltimo), voy a abordar un asunto que, pese a su significaci¨®n -y a su repercusi¨®n en la llamada opini¨®n p¨²blica, esto es, la que se forja en los bares y en las peluquer¨ªas-, apenas ha tenido ning¨²n eco entre los comentaristas de la prensa escrita. Me refiero a la enorme profusi¨®n que en los ¨²ltimos tiempos ha habido de parejas claramente desiguales desde el punto de vista cronol¨®gico y de deterioro f¨ªsico. Sirva s¨®lo como ejemplo el m¨¢s reciente: el matrimonio entre el poeta espa?ol Rafael Alberti y Mar¨ªa Asunci¨®n Mateos, una profesora de Lengua valenciana estudiosa de su obra y 44 a?os m¨¢s joven que el que es ya legalmente su marido. Exactamente los mismos que declara la supraescrita.No caer¨¦ en el error, tan com¨²n como injusto, de tachar a estas parejas de inter¨¦s, al menos por alguna de las partes, simplemente por principio. Desconozco el alma humana, pero s¨¦ que en ella caben, porque as¨ª me lo ense?aron en la. escuela, los m¨¢s diversos registros. Y, a la postre, a nadie importa lo que haga o lo que piense cada uno. S¨ª quiero, pese a ello, hacer notar, siquiera como estad¨ªstica, el dato fiel y objetivo de que, salvo excepciones, son siempre las mujeres las que aportan a la uni¨®n la juventud y los hombres el prestigio.
Hay un concepto de atracci¨®n sentimental espec¨ªficamente femenino que siempre me ha interesado mucho. Es ese tan antiguo del hombre interesante, diferente e incluso contrapuesto al de atractivo. Mientras que los varones, con simpleza paleol¨ªtica, dividimos a las hembras en dos grupos (p¨®nganles ustedes mismos los calificativos), ¨¦stas hacen otro tanto con nosotros, pero introducen en la escala de valores un escal¨®n intermedio, el de los interesantes, rigurosamente personal e intransferible y en el que cabe, al parecer, una inmensa variedad de prototipos. Muchas veces he preguntado a amigas m¨ªas qu¨¦ es exactamente un hombre interesante y siempre me han respondido lo mismo: pues eso, un hombre que no es guapo, o que es incluso feo, pero que tiene algo (y en este punto frotan los dedos como si tuvieran polvo en las u?as)-que te lo hace atractivo. ?Y en qu¨¦ consiste ese algo?, pregunto invariablemente con mi sonrisa mas c¨ªnica. Pues algo, algo que los distingue, responden ellas, tambi¨¦n invariablemente, entre ausentes y ofendidas, recalcando, al mismo tiempo, que no tiene por qu¨¦ ser lo que muchos imaginan. Y de ah¨ª no hay quien las saque por m¨¢s que se las insista.
De mis investigaciones, pues, lo ¨²nico que he deducido es que ese algo que hace a un hombre interesante es siempre muy relativo, y sobre todo -y esto es lo m¨¢s importante- que, pese a lo que muchos creen (claramente por envidia), no es el dinero o el poder lo que hace a un viejo fofo irresistible. Uno no debe dejarse enga?ar por las apariencias, por m¨¢s que ¨¦stas se repitan.
As¨ª, por ejemplo, no es el dinero ni el t¨ªtulo lo que hace al bar¨®n Thyssen atractivo a pesar de sus arrugas. Contra lo que usted supone, y al decir de mis amigas, el viejo bar¨®n suizo seguir¨ªa siendo interesante aun sin dinero y sin t¨ªtulos, de la misma manera que los c¨¦lebres Albertos lo ser¨ªan aunque en lugar de un imperio regentaran un quiosco o una casa de comidas. Lo mismo cabe decir del gordo Guillermo Endara, presidente de Panam¨¢ gracias a Estados Unidos, o del ex presidente griego, el octogenario y enfermo Papandreu, s¨®lo por citar dos casos de dinosaurios pol¨ªticos recientemente casados con mujeres que podr¨ªan ser sus hijas. Hace ya mucho tiempo que qued¨® sobradamente demostrado (Miguel Boyer, Jos¨¦ Federico de Carvajal, Felipe Huarte, el marqu¨¦s de Cubas) que un pol¨ªtico o un banquero ser¨¢n siempre interesantes, aunque se les suba a un andamio o se les coloque al frente de un mostrador de pescado, con mandil de rayas verdes incluido.
Me resulta m¨¢s dif¨ªcil entender en qu¨¦ radica ese algo que hace a un hombre interesante cuando ese hombre cultiva campos tan poco fruct¨ªferos como el de la literatura. Aun respetando, repito, lo que hagan los dem¨¢s (sobre todo porque quiero que conmigo hagan lo mismo), no consigo comprender qu¨¦ tienen los escritores -en mi opini¨®n, y hablo con conocimiento, las personas m¨¢s pesadas y aburridas de este mundo- para que muchas mujeres se conviertan a su paso en potenciales Lolitas. El mito sentimental que novel¨® Nabokov lo entiendo perfectamente desde la orilla vieja y oscura (ya saben: "Una piel suave de veinte a?os / donde olvidar los desenga?os" que cantaba Joan Manuel Serrat en su T¨ªo Alberto), pero, por m¨¢s que quiero, no consigo comprender qu¨¦ le puede apasionar a una mujer de un anciano que podr¨ªa ser su padre, por muy famoso que sea o muy listo que parezca cuando habla, hasta el punto de gastar su juventud haci¨¦ndole de lazarillo y de secretaria. Entiendo, s¨ª, y s¨®lo hasta cierto punto, la admiraci¨®n literaria, pero no que esa admiraci¨®n sea tan fuerte como para querer casarse.
Y, sin embargo, son muchos los ejemplos que al respecto en los ¨²ltimos tiempos se han dado. Ejemplos que, dicho sea de paso, muy rara vez se producen en el sentido contrario. Aparte del de Alberti, recuerdo ahora a vuelapluma el de Camilo Jos¨¦ Cela, el del ya fallecido Jorge Luis Borges o el del italiano Alberto Moravia, por citar s¨®lo los ejemplos m¨¢s notables. Y a fe que se podr¨ªan aumentar si a?adi¨¦semos a la relaci¨®n los de los matrimonios ratos y no consumados. No caer¨¦ en la crueldad de utilizar el ejemplo del mandil de pescadero que us¨¦ con los pol¨ªticos y con los empresarios. Todos ellos, incluidas sus mujeres, me merecen gran respeto y, adem¨¢s, son muy libres de hacer lo que les d¨¦ la gana. Pero, por mucho que mis amigas digan, me resulta ciertamente muy dif¨ªcil intentar imaginar a un joven de 30 a?os casado con Rosa Chacel o con Patricia Highsmith, por m¨¢s que seamos muchos los que admiremos su obra y las tengamos por escritoras interesantes.
es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.