Madrid, primer asalto
EL INTER?S con que se est¨¢ siguiendo la batalla desarrollada en el seno de la Federaci¨®n Socialista Madrile?a (FSM) se debe a que se ha convertido en un ensayo general, en v¨ªsperas del 32? Congreso Federal del PSOE, de la resistencia de los sectores m¨¢s abiertos de ese partido a la omnipotencia del aparato del mismo, identificado con lo que ha dado en llamarse guerrismo. Dado el papel central del PSOE en el actual sistema de partidos, el desenlace de ese enfrentamiento es decisivo para la configuraci¨®n del panorama pol¨ªtico en los a?os noventa, tras casi una d¨¦cada de hegemon¨ªa socialista y cuando el modelo organizativo que ha garantizado esa hegemon¨ªa parece haber entrado en crisis.Joaqu¨ªn Leguina ha venido dirigiendo la FSM desde hace m¨¢s de 10 a?os como cabeza de una alianza heterog¨¦nea de la que formaba parte, como minor¨ªa, el sector guerrista. No es ning¨²n secreto que dicho sector, claramente mayoritario en el partido a escala nacional, vio con creciente desconfianza los desmarques de Leguina en episodios como la huelga general de 1988 y en otros. Para entonces, el antiguo aliado de Leguina y presidente de la FSM, Jos¨¦ Acosta -no tenido por guerrista en sentido estricto-, hab¨ªa entrado, en el 31? congreso, a formar parte de la ejecutiva federal.
Seguramente Acosta no pudo dejar de observar en dicho ¨®rgano que su aliado y amigo estaba mal visto en las alturas. Tampoco pudo dejar de anotar lo que les hab¨ªa ocurrido a otros dirigentes regionales en parecida situaci¨®n -como Borbolla- y a sus amigos respectivos. Fue Acosta el encargado de comunicar a Leguina que hab¨ªa perdido la confianza en ¨¦l y que se propon¨ªa ofrecer al ex alcalde de la capital Juan Barranco la candidatura a la presidencia de la comunidad. Pero el antecedente de Borbolla ense?a que para eliminar a un candidato, el aparato necesita previamente impedir que el eliminable cuente con una plataforma pol¨ªtica propia dentro del partido. Es decir, que primero hab¨ªa que sacarlo de la secretar¨ªa general.
Todo hubiera podido transcurrir como en el antecedente andaluz de no mediar la determinaci¨®n de Leguina de no irse sin pelear. Su argumento. fue desde el primer d¨ªa que "al final, los militantes votan", y que ¨¦stos ten¨ªan derecho a saber qui¨¦n o qui¨¦nes y por qu¨¦ hab¨ªan decidido sustituirle. As¨ª, por primera vez en circunstancias similares, el aparato se encentr¨® con que ya no bastaba con pasar la consigna a los notables, sino que se ve¨ªa forzado a dar explicaciones; y que ¨¦stas deb¨ªan ser, adem¨¢s, p¨²blicas, una vez que Leguina hab¨ªa planteado la batalla a la luz del d¨ªa. Esto ¨²ltimo ha resultado decisivo.
Seguramente Acosta y los guerristas se hubieran impuesto con relativa facilidad en las agrupaciones locales de no ser por esa dimensi¨®n p¨²blica alcanzada por el debate. Ello ha obligado a pronunciarse, primero, a varios ministros y, finalmente, a Felipe Gonz¨¢lez, cuya propuesta de lista de consenso -"unitaria y plural"- para el congreso ha sido cogida al vuelo por unos y otros para evitar que la divisi¨®n se torne irreversible. Pero aceptar un desenlace en tablas significa de momento la renuncia por parte del guerrismo ampliado a la eliminaci¨®n de Leguina por la v¨ªa r¨¢pida o borbollista, que es de lo que inicialmente se trataba. Entonces, el primer asalto s¨ª tiene vencedores y vencidos.
Con vistas al futuro, y especialmente al 322 congreso, dos ense?anzas se deducen de lo anterior. Primero, que si bien es seguro que su control del aparato garantiza una amplia mayor¨ªa de delegados al guerrismo, la actual debilidad pol¨ªtica de su jefe de filas, el vicepresidente del Gobierno, puede traducirse en alguna forma de pacto en cuyo contenido ser¨¢ seguramente decisivo el papel que decida desempe?ar Felipe Gonz¨¢lez (mediante signos como el sentido de la remodelaci¨®n ministerial); es decir, que una mayor¨ªa en el partido no basta para imponer una l¨ªnea de actuaci¨®n dada si ella aparece como impresentable ante un cuerpo electoral que es en definitiva quien ma?ana votar¨¢ en las urnas. Segundo, que, por ello mismo, el guerrismo s¨®lo es imbatible si, aceptando sus reglas del juego, se renuncia a plantear la batalla a la luz p¨²blica.
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