Arist¨®teles y John Ford
La crisis del Golfo no es menos instructiva desde el punto de vista de los medios de comunicaci¨®n que desde el diplom¨¢tico. El descenso del nivel intelectual en este asunto merece tanta atenci¨®n como el alza del barril de petr¨®leo."La primera v¨ªctima de una guerra", dec¨ªa Kipling, "es la verdad". Los medios de comunicaci¨®n occidentales -espe cialmente los franceses- nos dan desde hace un mes una prueba estridente. A¨²n no se ha intercambiado un solo ca?onazo pero ya parecen haber perdido algo m¨¢s que la calma: la facultad de razonar y de observar los hechos con un m¨ªnimo de ecuanimidad y de objetividad. La facultad, por ejemplo, de leer un mapa geogr¨¢fico, de reconstruir una cronolog¨ªa larga, de confrontar los ¨¢ngulos de visi¨®n. De escudri?ar en el pasado de Irak (donde todos los reg¨ªmenes han tenido y tendr¨¢n, antes, durante y despu¨¦s de Sadam Husein, intenciones anexionistas sobre Kuwait). O quiz¨¢ de examinar las razones de Kuwait y las condiciones de su nacimiento. Se puede y se debe sancionar la confiscaci¨®n unilateral de un Estado soberano por otro. De ah¨ª a ver en ello un golpe de locura o de azar procedente de un monstruoso predador surgido de la nada, sin asidero social ni anclaje hist¨®rico, est¨¢ el espacio que separa la repulsa de la obcecaci¨®n.
La Francia colonial ya conoci¨® accesos febriles como ¨¦ste. Las comparaciones son odiosas y, sin embargo, la intervenci¨®n francobrit¨¢nica contra el Egipto de Nasser, en 1956 ofrece al historiador del presente interesantes similitudes. Sabemos que se sald¨® para los occidentales con un fracaso estrepitoso. El proyecto de derrocar al coronel egipcio, nuevo Hitler, aprovechando la emoci¨®n suscitada por la nacionalizaci¨®n del canal de Suez, v¨ªa de agua internacional y arteria vital para Occidente, desemboc¨® en pocas semanas en su consagraci¨®n como l¨ªder de la totalidad del mundo ¨¢rabe.
El elemento nuevo en relaci¨®n con Suez es la teleacci¨®n. La II Guerra Mundial estuvo dominada por la radio (radiotel¨¦fono o Radio Londres). La guerra de Vietnam, por una funci¨®n tradicional de la televisi¨®n como testimonio, visi¨®n a distancia de acontecimientos reales, rese?a cotidiana. El mensaje era descriptivo (se graban los acontecimientos) y la emoci¨®n, indirecta, derivada. La crisis del Golfo inaugura a escala internacional la televisi¨®n como actor aut¨®nomo y factor estrat¨¦gico en s¨ª. Ya no es un medio de informaci¨®n, sino de desestabilizaci¨®n del adversario; y fabrica el suceso en lugar de reproducirlo. El Vietnam movilizaba a la NBC y a la CBS. Ahora es la CNN la que moviliza a los protagonistas. Hemos pasado de la guerra mediatizada a la guerra medi¨¢tica. Como dice Paul Virilio, tras las armas de obstrucci¨®n (fortificaci¨®n o coraza) y las armas de destrucci¨®n (proyectiles y vectores ofensivos) llegan las armas de comunicaci¨®n, directamente conectadas a las opiniones, con contenidos inmediatamente emotivos.
La televisi¨®n, medio de comunicaci¨®n bonapartista, personaliza la partida al m¨¢ximo; hace desaparecer a los colectivos concretos (los pueblos, las clases, las culturas, las naciones), que no son ni visibles, ni audiovisuales, para poner al individuo en primer plano. Los planos largos y panor¨¢micos no quedan bien en la peque?a pantalla. Es un condicionamiento t¨¦cnico y una regresi¨®n intelectual. La crisis toma la forma de un duelo entre dos campeones: Bush y Sadam. Antes del intercambio de estacazos, intercambio de casetes. Cada campo aplaude a su se?or. Entre nosotros, todo el mundo conoce a Sadam Husein; nadie o casi nadie trata de conocer Irak (13 millones de habitantes) ni a los iraqu¨ªes, el c¨®mo o el por qu¨¦ de esta crisis, sus antecedentes lejanos y sus repercusiones regionales. La paradoja de la televisi¨®n es que deja en cortocircuito a los actores colectivos y a los procedimientos discursivos del razonamiento, mientras globaliza al m¨¢ximo los t¨¦rminos del duelo (las democracias contra el totalitarismo, el bien contra el mal). Los factores locales, los intereses concretos en juego o las motivaciones profundas de los actores, es decir, la realidad, desaparecen tras una fantasmagor¨ªa planetaria abstracta. Los campeones medievales son esencias encarnadas. Los medios de comunicaci¨®n ponen brillantemente de manifiesto el parentesco secreto entre el western y la metaf¨ªsica; la alianza de Arist¨®teles y John Ford se ha hecho p¨²blica por fin.
Las pasiones pol¨ªticas que, al menos en Francia, han abandonado la escena interior con la desaparici¨®n de la frontera izquierda-derecha, se toman una revancha esplendorosa en la escena internacional. Esta transferencia de manique¨ªsmo parece responder a una necesidad profunda: la de tener un enemigo, ¨²nico sistema conocido para aglutinar de nuevo un cuerpo social amenazado de implosi¨®n. La indiferencia perjudica a la unidad, que requiere una exclus¨ª¨®n clara y visible. El consenso interno exige un espantap¨¢jaros externo. Occidente se define por oposici¨®n, y en primer lugar contra Oriente. La inquietante desintegraci¨®n del comunismo en el Este dejaba vacante la plaza correspondiente al operador simb¨®lico del consenso democr¨¢tico. Ya nos hemos quedado tranquilos de nuevo. Esa es la raz¨®n de la reagrupaci¨®n euf¨®rica anti-Sadam Husein. La vertiginosa desaparici¨®n de los valores y de los objetivos de acci¨®n
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en nuestras sociedades agn¨®sticas quedar¨¢ moment¨¢neamente velada por esta meta exaltante: tumbar a Husein. M¨¢s que un objetivo de guerra es un deber religioso, sin el que dejar¨ªamos de estar re-ligados. Los demonios se desgastan en seguida. En su ¨¦poca, los horrorosos Gaddafi y Jomeini exaltaron maravillosamente el angelical desvelo de nuestras democracias ante la causa de los derechos humanos.
Ahora se admite en toda Europa que la realidad econ¨®mica y social es demasiado compleja como para soportar las simplificaciones ideol¨®gicas y sus eternos s¨®lo hay que. "No se cambia la realidad por decreto", nos repiten por todas partes, y la idea de que la pol¨ªtica puede cambiar la vida es una ilusi¨®n. Todo el mundo sabe que no se puede dominar una tasa de inflaci¨®n de un plumazo. Sin embargo, todo el mundo piensa que en el exterior se puede resolver una crisis marcando un gol, y que el derrocamiento del l¨ªder bastante poco recomendable de un pa¨ªs de 13 millones de habitantes bastar¨ªa para restablecer la estabilidad en Oriente Pr¨®ximo, suprimiendo litigios fronterizos y rivalidades seculares, as¨ª como la armon¨ªa y la legalidad en el mundo entero. Una operaci¨®n aeronaval, quir¨²rgica o no, sobre Bagdad y Mosul, ?puede cambiar en pocos d¨ªas una mentalidad, borrar un sentimiento nacional, poner patas arriba todo el tablero de ajedrez regional? El final de las ideolog¨ªas s¨®lo sirve para los asuntos internos, en los que la reconocida complejidad de los problemas ha hecho aceptar por fin la relatividad de las opciones. La acci¨®n exterior, por el contrario, se parece cada vez m¨¢s a un tebeo: sheriff contra villano, aunque el bueno de hoy sea el malvado de ayer. ?sa es la ventaja de la enorme labilidad, versatilidad de los medios de comunicaci¨®n: que pueden invertir los papeles en un abrir y cerrar de ojos. La amnesia de las im¨¢genes borra, con la misma rapidez que los suscita, nuestros sucesivos arrebatos delirantes. El abominable Asad, pilar del terrorismo, se transforma repentinamente en aliado inestimable, de la misma forma que el digno y valiente Sadam Husein, apoyado durante a?os por Occidente para enfrentarse al fanatismo shi¨ª, lo hace en monstruo innombrable. Hace falta mucho confusionismo para llegar a este simplismo de son¨¢mbulo. La moral de los ni?os es bicolor; el planeta no lo es, sobre todo cuando se hace multipolar.
Europa se ha dormido poco a poco dejando tras la pantalla de la ONU su cerebro y su libertad de decisi¨®n en las solas manos del tutor norteamericano. El despertar ser¨¢ duro.
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