La espiral de violencia
La violencia en Sur¨¢frica ha causado centenares de muertos en los ¨²ltimos meses El Gobierno de Pretoria y la prensa occidental la atribuyeron a una "guerra tribal". Los autores acusan al r¨¦gimen de Pretoria de instigar la matanza.Sur¨¢frica est¨¢ sangrando . En los ¨²ltimos cuatro anos, unas 4.000 personas han sido asesinadas en la provincia de Natal. ?ltimamente se han producido m¨¢s de 800 muertos al extenderse la violencia al Transvaal. El Gobierno ha tratado de presentar esta violencia como producto de enfrentamientos tribales, de xhosas contra zul¨²es, o ideol¨®gicos, entre Inkatha y el Congreso Nacional Africano (CNA). Se ha intentado transmitir una imagen de violencia entre razas oprimidas.
Cuando tras un crimen se busca al responsable, la pregunta l¨®gica deber¨ªa ser siempre: ?a qui¨¦n beneficia? La violencia no beneficia ni al CNA, ni a De Klerk, ni a ninguna de las organizaciones que est¨¢n comprometidas en una soluci¨®n pac¨ªfica de los enormes problemas que el desmantelamiento del apartheid supone. S¨®lo retrasa las negociaciones por las que tan arduamente ha luchado la poblaci¨®n. Por otra parte, ofrece una coartada para los enemigos de la pol¨ªtica aperturista de De Klerk, poni¨¦ndole en una situaci¨®n comprometida ante sus propias bases.
Quien impulsa y se beneficia de este proceso desea transmitir a estos blancos moderados la idea siguiente: "Ya os avisamos; sin un f¨¦rreo control de la minor¨ªa, los negros se matar¨¢n entre ellos y destruir¨¢n el pa¨ªs".
Todos los especialistas se han puesto de acuerdo a la hora de valorar el papel de Inkatha. Este movimiento no tiene la capacidad de organizaci¨®n ni los recursos materiales para desarrollar una ola de violencia de esa magnitud. Adem¨¢s, ser¨ªa contraproducente para los intereses de su jefe, Gatha Buthelezi, que instigaba la violencia cuando se circunscrib¨ªa a su bantust¨¢n de Natal, ya que estaba encaminada a consolidar los valores conservadores y la jerarqu¨ªa de los pr¨ªncipes (aut¨¦nticos se?ores de la guerra) al fortalecer las estructuras de partido ¨²nico que hab¨ªa desarrollado en la zona.
Sobre la base de estas estructuras, la violencia se utilizaba de manera coercitiva para asegurar el sometimiento a su organizaci¨®n de una poblaci¨®n que simpatizaba mayoritariamente con las fuerzas anti-apartheid.
Esta violencia era de car¨¢cter intimidatorio y, excepto en los raids masivos que se hac¨ªan para impresionar a un n¨²cleo de poblaci¨®n particularmente rebelde, muy selectiva, su objetivo era mantener el poder que le hab¨ªa sido concedido a Inkatha, movimiento al que es obligatorio afiliarse para obtener un puesto de trabajo en la zona. En Natal, la violencia tambi¨¦n se defini¨® como "tribal" o "¨¦tnica" por parte de la prensa, lo cual era rid¨ªculo ya que cualquiera sabe que, precisamente por su car¨¢cter de bantust¨¢n, la mayor¨ªa de la poblaci¨®n es del mismo grupo ¨¦tnico, es decir, zul¨².
El car¨¢cter pol¨ªtico de la violencia en aquella regi¨®n tambi¨¦n debe matizarse. Lo que se present¨® como un enfrentamiento entre Inkatha y el CNA fue en realidad. un intento de la poblaci¨®n por desprenderse del yugo del partido ¨²nico.
Volviendo a Buthelezi, ha dejado muy claro que sus aspiraciones son las de participar en las negociaciones y mantener el poder en su ¨¢rea a trav¨¦s de ¨¦stas y su fuerza armada, por lo que en ning¨²n caso le beneficia el que las tensiones acaben interrumpi¨¦ndolas. Por otra parte, el ANC, Inkatha y los restantes grupos pol¨ªticos hab¨ªan llegado a acuerdos locales para pacificar Natal. Analizando el origen de esta explosi¨®n y los m¨¦todos empleados, obtendremos un perfil bastante detallado de los responsables de la violencia y de los intereses que los mueven.
En las dos primeras semanas del conflicto, la violencia surge y se ci?e a los alrededores de los hostales de Johanesburgo, unos 30 barracones de una sola planta donde se hacinan entre 125.000 y 200.000 trabajadores inmigrantes, en su mayor¨ªa zul¨²es.
Provocaciones
Los residentes de estos albergues s¨®lo para hombres son trabajadores temporales provenientes de las ¨¢reas rurales. No tienen permiso de residencia fuera del plazo de su contrato laboral, no pueden traer a sus y sufren una disciplina interna casi militar. Para hacerse una idea de las condiciones infrahumanas de esta especie de campos de concentraci¨®n, valga citar que, durante su visita a uno de ellos, el propio De Klerk los consider¨® repugnantes e inhumanos, declarando con firmeza que hab¨ªa que acabar cuanto antes con "aquella lacra".
Estos trabajadores constituyen, por sus condiciones de vida, la base perfecta para ser utilizados como fuerza de choque si se los provoca lo suficiente. El 28 de julio, a pesar de los rigurosos controles que existen para las visitas y para la actividad pol¨ªtica, alguien sembr¨® todos los albergues con octavillas insultando a los zul¨²es, a su rey y a sus tradiciones, denigr¨¢ndolos y diciendo que el CNA los iba a expulsar de la zona y de sus tierras. Dichas octavillas estaban firmadas por Cosatu, la central de trabajadores unitaria vinculada al ANC. Si esta paradoja no fuera suficiente para sospechar el verdadero origen de las mismas, hay que a?adir que gran parte de los afiliados con que cuenta el sindicato son zul¨²es.
Esta provocaci¨®n fue seguida de otras muchas. La violencia se desat¨® con una fuerza terrible. Las dos primeras semanas se trat¨® de salidas de grupos de residentes de los hostales que atacaban a los habitantes de los suburbios con armas rudimentarias y quem¨¢ndoles las chabolas. S¨®lo en una noche ardieron 200 en Witwartersrand.
?Qui¨¦n suministra estas armas? Como el Gobierno del Reino Unido con los sijs o domo el de Australia con los abor¨ªgenes, el Gobierno de Pretoria ha tenido la delicadeza de respetar la tradici¨®n de los zul¨²es de portar armas, pero s¨®lo los residentes de los hostales y las fuerzas paramilitares de Inkatha pueden cumplir con esa costumbre. La mayor¨ªa de la poblaci¨®n zul¨² de Natal y de los barrios de Johanesburgo no puede, ya que afrontar¨ªan largas condenas de c¨¢rcel por ello. Con este pretexto, el Gobierno no ha desarmado a los residentes de los hostales.
Por otra parte, el CNA y los partidos dem¨®cratas blancos han podido avisar a la polic¨ªa antes de que se desencadenaran algunos de los ataques. La polic¨ªa, a pesar de haber asegurado inicialmente que impedir¨ªa las marchas contra una determinada poblaci¨®n o mitin, ha dejado pasar a columnas de residentes armados e, incluso, ha participado del lado de los agresores cuando ¨¦stos han debido enfrentarse a la reacci¨®n de la poblaci¨®n.
Tras la violencia indiscriminada de los raids alrededor de los hostales, la espiral llev¨® a que estas marchas se extendieran a lugares muy distantes de los barracones, alcanzando incluso a poblaciones alejadas m¨¢s de 100 kil¨®metros.
Desde el 3 de septiembre se advirti¨® una mayor participaci¨®n de miembros de la extrema derecha. En un ataque con granadas y armas de fuego que caus¨® 36 muertos, la polic¨ªa retuvo moment¨¢neamente a cuatro blancos que lo dirig¨ªan. Esto ha obligado al jefe de la polic¨ªa de Johanesburgo a aceptar por primera vez la participaci¨®n de estos elementos. La hip¨®tesis de la implicaci¨®n policial se reforz¨® por el hecho de que los polic¨ªas los conoc¨ªan, no los detuvieron y ni siquiera han sido identificados. La polic¨ªa se limit¨® a disparar contra la muchedumbre que rodeaba el lugar donde se hab¨ªan refugiado, produciendo 11 muertos m¨¢s.
La tercera fuerza
En v¨ªsperas de otro ataque, se produjo la detenci¨®n del jefe de las juventudes de Inkatha cuando se hallaba en posesi¨®n de una partida de rifles autom¨¢ticos AK-47. Este tipo de arma es caracter¨ªstica del brazo militar del CNA y del Ej¨¦rcito angole?o. Inkatha carece de este armamento, por lo que la partida debe provenir de las armas incautadas por el Ej¨¦rcito en su lucha antiguerrilla. La maniobra parece clara: lanzar ataques con armas que identificar¨ªan a sus portadores como miembros del CNA, responsabilizando a este movimiento de la violencia indiscriminada que est¨¢n sufriendo sus propios simpatizantes y la poblaci¨®n.
La concatenaci¨®n de todos estos hechos ha dado como resultado que la prensa d¨¦ ahora credibilidad a las declaraciones de Mandela al principio del conflicto, resp¨®nsabilizando a una tercera fuerza de la extensi¨®n de la violencia al Transvaal. Esta fuerza estar¨ªa compuesta por elementos de la polic¨ªa, sectores del Ej¨¦rcito y miembros de la extrema derecha que habr¨ªan lanzado una campa?a de desestabilizaci¨®n para hundir las negociaciones, aprovechando las condiciones de vida extremas y las frustraciones que producen en los residentes de los hostales.
Desde hace un par de semanas parece que una nueva fuerza ha ido a sumarse a las anteriores. Los testigos de los asaltos indican que entre los asaltantes, sobre todo en los raids nocturnos, hay personas que se comunican en un idioma desconocido. La posibilidad apuntada por algunos medios de que sea portugu¨¦s y los m¨¦todos utilizados por los asaltantes han llevado a sospechar que elementos de la Resistencia Nacional de Mozanbique (Renamo), grupo armado financiado por Sur¨¢frica y EE UU, participan en esta tercera fuerza.
La procedencia zul¨² de los protagonistas de los primeros asaltos ha llevado a la prensa a interpretarlos desde un punto de vista racial, pero tanto los asaltantes como los agredidos forman conglomerados ¨¦tnicos mixtos, con miembros de casi todas las etnias en ambos campos.
Cuando el mi¨¦rcoles 12 de septiembre un grupo de terroristas abri¨® fuego desde un veh¨ªculo en marcha contra una parada de taxis, asesinando a tres personas e hiriendo a ocho, no se pararon a preguntar de qu¨¦ etnia eran sus v¨ªctimas. Tampoco lo hicieron, cuando un grupo dispar¨® indiscriminadamente contra los pasajeros de un tren, matando a 15 e hiriendo a 83. Ni cuando queman casas en el East Rand, ni cuando asesinan, hieren o destruyen chabolas de zul¨²es, de xhosas, de nbeles o de sutus, en Soweto.
?Cu¨¢l es la responsabilidad del Gobierno? El CNA considera a De Klerk como un hombre honesto, aunque el significado de las palabras paz, libertad y democracia no coincidan cuando ¨¦l las expresa y cuando las utiliza Mandela. ?ste, sin embargo, est¨¢ convencido de que De Klerk considera que la situaci¨®n del apartheid es insostenible y que est¨¢ resuelto a transformarlo.
Pero, ?son los miembros de su Gabinete ministerial todo lo fieles al proyecto de cambio como se piensa? Si es as¨ª, no son capaces de controlar los aparatos de sus propios ministerios, en especial el de la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito. En esta direcci¨®n se ha manifestado Mandela cuando ha exigido al Gobierno que acabe con la violencia. Que la polic¨ªa se emplee a fondo en desarmar a los integrantes de las marchas y ataques que se hayan advertido con anterioridad. Y que se equipe a la polic¨ªa con material antidisturbios defensivo para que la represi¨®n de la violencia no se realice con armas de guerra como hasta ahora.
Este llamamiento ha sido presentado al mundo como una aprobaci¨®n, por parte del CNA, de los poderes excepcionales concedidos a las fuerzas de seguridad del Estado en la Operaci¨®n Pu?o de Hierro. El CNA considera que el gobierno cont¨® con dichos poderes en el pasado y fue incapaz de detener, cuando no incentiv¨®, la espiral de violencia.
Ahmed Kathrada es miembro de la ejecutiva del Congreso Nacional Africano (CNA) y compa?ero de c¨¢rcel de Nelson Mandela durante 27 a?os. Jos¨¦ Iglesias es miembro del gabinete de comunicaci¨®n del Centro de Investigaci¨®n para la Paz (CIP).
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