Pen¨ªnsula pentagonal
Mario Praz visit¨® Espa?a, durante seis semanas, en 1926. Sus impresiones de viaje se publicaron en Mil¨¢n dos a?os m¨¢s tarde bajo el t¨ªtulo Peninsola pentagonale, y traducidas por su autor aparecieron en Londres y Nueva York en 1029 con el significativo t¨ªtulo de Unromantic Spain. Este libro cruel y tierno es un gesto de amor s¨¢dico hacia Espa?a: la lectura de sus p¨¢ginas c¨¢usticas es dolorosa y placentera a la vez; como algunas pasiones desviadas, ofrece penetraciones hirientes e iluminaciones violentas.Durante los a?os veinte, como ha venido a suceder tambi¨¦n en los ochenta, Espa?a estuvo de moda en el mundo. Un¨¢nimemente considerada genuina y profunda, se la comparaba con Italia, estableciendo entre ellas una relaci¨®n similar a la que existi¨® entre Grecia y Roma. Consolidada la imagen de la Pen¨ªnsula que fabricaron los rom¨¢nticos alemanes y franceses, Espa?a era para muchos -utilizando palabras de Kurt Hielscher- "probablemente la naci¨®n m¨¢s pintoresca del inundo".
En los pa¨ªses anglosajones -Praz resid¨ªa entonces en Inglaterra- la moda de Espa?a era especialmente entusiasta. La arquitectura tradicional y la decoraci¨®n interior espa?ola hac¨ªan. furor en Estados Unidos, sobre todo en el terreno dom¨¦stico. El mismo a?o del viaje de Praz, Waldo Frank public¨® su Virgin Spain, una interpretaci¨®n l¨ªrica de la vieja convenci¨®n de la Espa?a pintoresca. Con su libro, el erudito italiano se propuso exactamente lo contrario: la demolici¨®n de la leyenda de la Espa?a rom¨¢ntica.
La visi¨®n colorista y fascinante de M¨¦rim¨¦e, de Musset o de Hugo adquiere tonos siniestros en el retrato de Praz, que escarnece con especial encono el Voyage en Espagne de Te¨®filo Gautier y sus ecos en la prosa de las agencias de viaje. Los sangrientos sarcasmos del italiano pintan una Espa?a muy diferente de la que esperan los viajeros extranjeros: fisicamente mon¨®tona y socialmente mafiosa, Espa?a est¨¢ habitada por gentes pragm¨¢ticas, infinitamente menos rom¨¢nticas que las solteronas inglesas o los empleados de banca en vacaciones".
Mon¨®tono es el paisaje polvoriento, mon¨®tona la pintura parda y terriza, mon¨®tonas las ventanas repetidas de El Escorial y mon¨®tona la poes¨ªa m¨ªstica, "una ins¨ªpida letan¨ªa"; es mon¨®tono El Quijote, "archimon¨®tonos" los dramaturgos Lope y Calder¨®n, mon¨®tona la comida, mon¨®tonos los espect¨¢culos y las fiestas, que llegan a su paroxismo de aburrimiento en la Semana Santa sevillana y en las corridas de toros. "Si hay un pa¨ªs de Europa donde est¨¦ menos presente el requisito esencial de lo pintoresco, la r¨¢pida sucesi¨®n de efectos variados, ese pa¨ªs es Espa?a".
El entorno social, por su parte, no sale mejor librado. La hospitalidad es hip¨®crita, y la cortes¨ªa, protocolaria; los espa?oles son perezosos y viven en un domingo permanente. No hay para Praz m¨¢s fiel representaci¨®n de la vida espa?ola que la dibujada por Benavente en Los intereses creados. La vida es una trama de intereses, y no debe hacerse nada que la perturbe. Todo funciona bajo cuerda y a trav¨¦s de los amigos. "Para este tipo de pr¨¢cticas", escribe, "existe una fea palabra italiana, que escandalizar¨¢ a los espa?oles: la palabra camorra".
Este texto feroz y parad¨®jico est¨¢ entreverado de lo que el hispan¨®fobo Edmund Wilson bautiz¨® como il prazesco -una peculiar combinaci¨®n de lo macabro, lo monstruoso o lo grotesco con una sensualidad m¨®rbida y un erotismo de ¨¦xtasis y agon¨ªa- que lleva a su autor a una relaci¨®n profundamente equ¨ªvoca con esa descripci¨®n esencial de lo espa?ol que us¨® como t¨ªtulo de uno de los cap¨ªtulos: Du sang, de la volupt¨¦, de la mort. Sangre, voluptuosidad y muerte que repugnan y seducen a la vez a este viajero perverso, exquisito y airado que recorre la Pen¨ªnsula en 1926.
Aqu¨¦l es, por cierto, el momento m¨¢s dulce de la dictadura de Primo de Rivera. El directorio militar se ha transformado en civil, el Rif est¨¢ en calma, un programa social a la italiana ha introducido reformas laborales, y los grandes proyectos econ¨®micos -las confederaciones hidrogr¨¢ficas, el "circuito de firmes especiales", las exposiciones de 1929 en Sevilla y Barcelona- se han puesto en marcha. "El principal objetivo de la dictadura", se felicita Praz, "ha sido terminar con las bases tradicionales de la vida nacional y volver una nueva p¨¢gina: una p¨¢gina europea". Pero sobre el ¨¦xito de la empresa, el viajero es esc¨¦ptico, y no le faltan razones.
El proyecto reformador, nacional y quiz¨¢ europe¨ªsta, del extravertido general andaluz, que fue favorecido por la excepcional situaci¨®n econ¨®mica internacional, naufragar¨ªa definitivamente, como es sabido, poco despu¨¦s de hacerlo ¨¦sta en 1929. Las exposiciones de ese a?o, lo mismo que las costosas ,obras p¨²blicas, se calificar¨ªan de megal¨®manas, y se pondr¨ªa de manifiesto lo insensato de su financiaci¨®n con presupuestos extraordinarios. El r¨¦gimen se enajen¨® a las clases medias, a los nacionalistas catalanes y vascos, a los intelectuales; ocult¨® los esc¨¢ndalos econ¨®micos, reprimi¨® a los estudiantes y hostig¨® a la prensa. Cuando la peseta baj¨®, arrastr¨® en su ca¨ªda a Primo de Rivera y a la moda espa?ola en el mundo.
Es dificil resistir la tentaci¨®n de anotar algunos rasgos que comparten los felices veinte y esa d¨¦cada rosa que han sido los ochenta. La prosperidad econ¨®mica, el proyecto reformista, la popularidad internacional de Espa?a, la promoci¨®n de Barcelona y Sevilla... Desde luego, las diferencias son tantas como las semejanzas, y ser¨ªa extravagante establecer paralelismos. Pero por lo menos resulta significativo constatar que en ambas ocasiones la voluntad reformista en el interior ha ido acompa?ada por una proyecci¨®n tradiciorialista en el exterior. Espa?a se ha querido moderna y se ha percibido castiza.
En el interior, la programaci¨®n tem¨¢tica del jubileo de 1992 ha huido deliberadamente de las referencias hispanas, dibujando la aventura colombina en el marco m¨¢s general de los descubrimientos cient¨ªficos y t¨¦cnicos y present¨¢ndola como una gesta del Renacimiento europeo. Tanto la cita ol¨ªmpica de Barcelona como la exposici¨®n de Sevilla han manifestado elocuentemente su voluntad ecum¨¦nica, ajena a toda afirmaci¨®n hisp¨¢nica: catalana o andaluza y universales ambas, ninguna ha escogido lo espa?ol como hilo conductor.
Fuera de Espa?a, sin embargo, es la tradici¨®n eterna y castiza la que todav¨ªa hoy vertebra nuestra imagen. Espa?a siguen siendo ?l Escorial y la Alhambra, los toros y el flamenco, la paella, Gaud¨ª o Toledo, san Juan de la Cruz, El Quijote, Murillo o Zurbar¨¢n: m¨¢s o menos, los personajes, los lugares y las cosas que fustigara en su d¨ªa el justiciero antirrom¨¢ntico e inquisidor de lo pintoresco Mario Praz. La fascinaci¨®n de Espa?a sigue residiendo en lo espa?ol; su atractivo epis¨®dico, en la continuidad de la tradici¨®n.
La celebraci¨®n en clave europe¨ªsta de la efem¨¦ride de 1992 es, pese a todo, menos veros¨ªmil hoy que hace un a?o. Las dilaciones en el proceso de construcci¨®n europea, obligadas tanto por los acontecimientos en el Este y la unificaci¨®n alemana como por la renovada conciencia de la vulnerabilidad energ¨¦tica del continente que ha suscitado la crisis del Golfo, han deslucido la fecha m¨¢gica de Jacques Delors: 1992,es hoy un poco menos europeo y un poco m¨¢s americano.
Por otra parte, parece razonable suponer que a ese aniversario va a llegarse con un panorama econ¨®mico poco propenso a las alegr¨ªas. Los inevitables recortes y el clima general de melancol¨ªa hacen m¨¢s convincente una celebraci¨®n con un acusado perfil hispano y cultural que otra que mantenga el actual proyecto cosmopolita y tecnol¨®gico. La austeridad que viene habr¨¢ de ser simb¨®lica adem¨¢s de material si no quiere correr el riesgo de despertar viejos fantasmas y larvadas rencillas regionales.
El frenazo de la loca carrera de los ochenta puede quiz¨¢ brindar alguna ocasi¨®n de reflexi¨®n y complementar el debate econ¨®mico sobre los ajustes presupuestarios con el debate pol¨ªtico sobre las prioridades, los contenidos y los valores. La modestia econ¨®mica no deber¨ªa constre?ir, sino estimular, la ambici¨®n cultural. Es posible que para entonces Espa?a ya no est¨¦ de moda en el mundo, pero eso no ser¨ªa demasiado grave si a cambio se ha conseguido que lo est¨¦ dentro de sus fronteras.
En el pr¨®logo de una reedici¨®n de su libro, publicada en 1954, Mario Praz evocaba la ternura que hab¨ªan suscitado en ¨¦l las fotograf¨ªas de paisajes espa?oles de Peter Karfeid, "una ternura que, imagino, ser¨¢ semejante a la de los rom¨¢nticos del siglo XIX enamorados de Espa?a... y no muy distinta de la que se siente por una persona a la que en el fondo se ha amado aunque se le haya hecho un poco de da?o". Ese amor agresivo y violento es, pienso, preferible a la indiferencia con que habitualmente contemplamos esta pen¨ªnsula pentagonal.Luis Fern¨¢ndez-Galiano es arquitecto.
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